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OPINIÓN

Ucrania nos ha dado una lección de coraje moral

Nina y su marido, Rahid, vecinos de Járkov (Ucrania), obligados a refugiarse en la estación de metro por los bombardeos rusos.
1 de mayo de 2022 21:21 h

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La resistencia del pueblo de Ucrania ante la invasión rusa ha tenido repercusiones mucho más allá de las fronteras de ese país, y ha suscitado una reflexión urgente sobre la política energética o el autoritarismo y la historia de Europa. Para mí, también ha sido un curso intensivo de heroísmo, al ver cómo los ucranianos arriesgan su vida, y a veces la pierden, para defender su país, sus hogares, sus principios, sus derechos y su futuro.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha despertado mucha admiración por negarse a abandonar Kiev cuando el Ejército ruso avanzaba hacia la capital, pero los ciudadanos de a pie también han demostrado coraje, resistencia y compromiso.

A menudo lo han hecho con ingenio, como la famosa respuesta de un marinero ucraniano de “Buque de guerra ruso, vete a la mierda” a la exigencia de rendición. La población se ha formado en primeros auxilios, ha hecho cócteles molotov, se ha unido a la resistencia, y ha ayudado a vecinos y desconocidos. Aunque millones de personas han huido del país, la gran mayoría de los ucranianos se ha quedado, algunos de ellos se han desplazado dentro del país y han sido acogidos por desconocidos en zonas más seguras de Ucrania, otros se han refugiado en sótanos, en el metro y en refugios antibombas.

Maryna Hanitska, la nueva directora de la Residencia Psiconeurológica de Borodianka, permaneció con los residentes del centro durante semanas, en las que los soldados rusos le apuntaron a la cara, los edificios se quedaron sin calefacción, agua y electricidad, y algunos murieron de frío, y utilizó su teléfono móvil oculto para enviar información a los soldados ucranianos.

La periodista Nadezhda Sukhorukova, que sobrevivió en un sótano mientras Mariúpol se hacía añicos, escribe: “Alguien lleva todos los días agua a la esquina de una de las calles desde el canal de agua de la ciudad. Un vecino la lleva en un enorme barril por iniciativa propia. Viene todos los días y se expone a los bombardeos y llena las botellas de la gente con agua potable gratuita. No sé el nombre de este hombre y espero que salga vivo de este infierno”.

No son sólo los ucranianos. Los rusos que se han manifestado contra la guerra se han arriesgado a penas de cárcel y a la brutalidad policial. En Bielorrusia, la gente ha saboteado las líneas de ferrocarril que se utilizan para enviar el material de guerra ruso a Ucrania. En Polonia, la población ha instalado puntos de socorro al otro lado de la frontera, ha acogido a los refugiados en sus casas, ha montado cocinas comunitarias, ha recogido juguetes (incluso mientras los refugiados de Oriente Medio sufrían en el frío y morían en otras fronteras polacas).

Voluntarios de muchos países han ido a Ucrania para unirse al ejército en una movilización a menudo comparada con la de las brigadas internacionales en la Guerra Civil española.

Más que coraje físico

No es la primera vez que veo el heroísmo en acción. En el movimiento en contra del oleoducto en Standing Rock, en los zapatistas en México, en la Primavera Árabe y en la resistencia siria y kurda. Lo he visto no sólo en quienes asumen riesgos físicos, sino en quienes defienden el bien común y viven conforme a sus ideales. Sin embargo, incluso la palabra heroico parece haber quedado desfasada o no tener sentido en el contexto de Ucrania. La palabra heroico casi no se utiliza; o sólo se utiliza para los juegos y películas taquilleras y los juguetes para niños que presentan personajes de acción dotados de una capacidad física excepcional, generalmente utilizados para soportar e infligir violencia. Y, por supuesto, se trata de una capacidad física más que moral, que puede utilizarse con la misma facilidad para cometer violaciones y genocidios que para defender los derechos humanos.

Además, el heroísmo es algo más que el coraje físico. Es un compromiso con algo más allá de uno mismo, tanto en tiempos de paz como de guerra. Puede ser el compromiso firme con un objetivo o un principio, la elección del camino más difícil pero idealista, el compromiso con los demás. Puede ser una fuerza disruptiva, ya que es una característica de los seres humanos que valoran el significado, el propósito, la solidaridad y los principios más que las cosas que el dinero puede comprar y las empresas pueden vender.

Egoísmo consumista

El egoísmo y el ensimismamiento nos convierten en buenos consumidores y ciudadanos obedientes, o más bien en personas que no se preocupan mucho por el civismo, como participación en la vida pública y el bien colectivo. Gran parte de los productos de entretenimiento y de marketing pueden concebirse como una especie de bucle de retroalimentación que fomenta una versión marchita y despojada de la naturaleza humana.

En esa versión, el objetivo es siempre personal, como bienestar, belleza, adquisición de muchas cosas, seguridad, estatus, comodidad y placer. A menudo no hay una línea clara entre el entretenimiento y el marketing, ya que los famosos se convierten en productos o en portavoces de productos. Si hay una banalidad del mal, hay un mal en la banalidad como esta versión drásticamente reducida de lo que somos y de lo que podemos aspirar y debemos desear.

Estas versiones no se oponen a las versiones más amplias de lo que podemos ser y lo que podemos amar; simplemente las ignoran. Esta semana, un nuevo proyecto sobre la crisis climática ofrecía ideas a los guionistas para rectificar la asombrosa ausencia de la crisis climática en la mayoría de las películas y la televisión actuales, señalando que “una historia sobre el clima simplemente habla de lo que se siente al estar vivo en este momento”. Sin embargo, al ver la gran mayoría de los guiones de las películas y los programas de televisión de hoy en día, uno no tiene ni idea de que el planeta está amenazado, y los seres humanos también. Y así, el mundo representado en las historias que vemos y amamos ya no es un retrato honesto del mundo en que vivimos“.

Las encuestas muestran que la mayoría de la población está preocupada por la crisis climática, pero la corriente dominante nos da versiones de la naturaleza humana en las que la gente común tiene poco o ningún poder político y la gente que nos rodea es indiferente o ajena, alimentando la inacción y la desesperación.

Lo heroico, tal y como me gustaría que se definiera, está en desacuerdo con este tipo de individualismo desenfrenado, al igual que la ciudadanía es la antítesis de los consumidores. Si el consumidor se centra en la adquisición y en el yo, el ciudadano se centra en la participación y en los ámbitos más amplios de la comunidad, el país y el mundo.

La situación de Ucrania es importante por sí misma, por supuesto, y se está librando una guerra muy directa entre el imperialismo y el autoritarismo y la autodeterminación. Pero los ucranianos, aunque reciban ayuda de todo el mundo, nos están regalando a todos algo, un curso intensivo sobre la capacidad humana y sobre otras versiones de la naturaleza humana de las que se nos suelen ofrecer.

En Estados Unidos, nos enfrentamos a nuestros propios neofascistas y aspirantes a autoritarios, mientras que en todo el mundo nos enfrentamos a una crisis climática provocada por el egoísmo y la miopía de los intereses de los combustibles fósiles. Los ucranianos nos han recordado el potencial de los seres humanos, qué significa defender los principios y por qué merece la pena luchar, tanto si crees que puedes ganar como si no. Nos recuerdan quiénes podemos ser, y al enfrentarnos a las otras crisis de nuestro tiempo, quiénes deberíamos ser.

  • Rebecca Solnit es columnista de The Guardian en Estados Unidos. Sus libros más recientes son Recollections of My Nonexistence y Orwell's Roses

Traducción de Emma Reverter.

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