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OPINIÓN

Europa solo puede recomponer su relación con África si afronta sus fantasmas coloniales

Manifestación contra el racismo y la violencia policial en Berlín, junio de 2020.
24 de febrero de 2021 22:53 h

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Las protestas de Black Lives Matter (Las vidas negras importan) del verano pasado han provocado un incómodo ajuste de cuentas para muchos países europeos con un legado de esclavitud y colonialismo.

Sacar a la luz esta oscura etapa de la historia a través de la revisión de los planes de estudio y de iniciativas como el Mes de la Historia Negra es difícil. Sin embargo, es muy necesario, y no solo para combatir los relatos autocomplacientes y totalmente falsos sobre el pasado “civilizatorio” de Europa que siguen impulsando los políticos nacionalistas y populistas.

Si la Unión Europea quiere salvar sus esfuerzos por lanzar una supuesta asociación de iguales con los países africanos, se necesita urgentemente un nuevo relato. Y también es necesario si los gobiernos europeos quieren construir una relación con los ciudadanos europeos africanos sobre una base más sólida y respetuosa.

Hay motivos para el optimismo. En Alemania, las protestas de BLM dieron impulso a los esfuerzos por cambiar los nombres de las calles con referencias coloniales o racistas. En Francia, el Ministerio de Defensa proporcionó a las administraciones locales una lista de 100 africanos que lucharon por Francia en la Segunda Guerra Mundial, para que las calles y las plazas puedan llevar su nombre. En 2019, durante una visita a Costa de Marfil, el presidente Macron condenó la “visión hegemónica y las trampas del colonialismo” francés, que definió como “un grave error, un fallo de la república”.

En Bélgica, las autoridades respondieron a las protestas retirando al menos algunos monumentos públicos al rey Leopoldo II, cuyas fuerzas se apoderaron del Congo a finales del siglo XIX y propiciaron un régimen de explotación que causó la muerte de millones de personas.

Y en un gesto sin precedentes, el pasado verano, el rey Felipe de Bélgica, descendiente indirecto de Leopoldo II, escribió al presidente congoleño, Félix Tshisekedi, para expresar su más profundo pesar por la “humillación y el sufrimiento” infligidos durante la ocupación colonial belga del país. El dolor del pasado, dijo el rey, fue “reavivado por la discriminación que sigue estando demasiado presente en nuestras sociedades”. Puede que hayan tardado mucho en llegar y que solo tengan un valor simbólico, pero estos gestos son importantes.

La reciente decisión de Macron de invitar a jóvenes africanos, en lugar de a líderes políticos, a una cumbre Francia-África sobre biodiversidad en julio, y de implicar a los europeos africanos en el esfuerzo, son también pasos en la dirección correcta; al igual que los esfuerzos por incorporar a las mujeres emprendedoras, a las ciudades y a los líderes empresariales en las conversaciones continuas entre África y Europa.

Dos continentes interdependientes

Porque Europa y África están interconectadas y son interdependientes. Se necesitan mutuamente para crear empleo y crecimiento en ambos continentes, para garantizar la recuperación económica tras la pandemia y para luchar contra el cambio climático.

La Unión Europea sigue siendo el principal agente de ayuda, comercio e inversión en el continente. Las exportaciones africanas de materias primas, productos químicos y petrolíferos, minerales y metales, así como de productos pesqueros y agrícolas, siguen siendo el pilar de muchas industrias europeas.

Sin embargo, aunque los índices de crecimiento de África, antaño dinámicos, se han visto frenados por la pandemia, su potencial económico, su población joven y los planes para construir una Zona Libre Continental Africana, inspirada en el mercado único de la UE, intensificarán la rivalidad y la competitividad internacionales, especialmente entre Europa y China.

Los responsables políticos de la UE insisten en que sus políticas son mejores que las de Pekín, y en que mientras las inversiones de China en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta acaparan la atención mundial, están empeorando la ya elevada carga de la deuda de África y haciendo que las medidas de alivio de la misma sean aún más urgentes.

Los analistas africanos acusan a la UE, que condiciona su ayuda al respeto de los derechos humanos y otras normas, de albergar actitudes “paternalistas”, y afirman que el bloque podría aprender de Pekín en cuanto a consultar, informar y trabajar con los Estados africanos como verdaderos iguales. No les falta razón.

Los líderes de la Unión Africana cancelaron en el último momento una minicumbre UE-África que tanto se había rumoreado a principios de diciembre. Esto siguió al aplazamiento, a causa del coronavirus, de una reunión plenaria prevista para octubre. No se puede considerar que se trata de un simple percance diplomático más.

Escepticismo sobre Europa

Ha llegado el momento de sincerarse. Restablecer esta relación es difícil porque muchos africanos, cada vez más seguros de sí mismos, son escépticos, como es lógico, respecto a los motivos de Europa. Las relaciones entre África y Europa se han caracterizado durante años por una relación desequilibrada entre donantes y receptores, en la que los gobiernos africanos han buscado el acceso a las preferencias comerciales y de ayuda de la UE, mientras que los líderes europeos han cultivado vínculos privilegiados con las élites africanas y han ignorado las necesidades de la generación más joven del continente. Además, el hecho de que Europa, como fortaleza, haya hecho todo lo posible por mantener alejados a los inmigrantes africanos ha aumentado la desconfianza.

Encargado de recoger los pedazos rotos, Portugal, que tiene la presidencia rotatoria de la UE, espera poder repetir este año la exitosa cumbre UE-África que organizó en 2007.

Pero los tiempos han cambiado. La geopolítica se ha vuelto más impredecible, las incertidumbres provocadas por la pandemia son innumerables y más países, incluido el Reino Unido tras el Brexit, compiten con la UE por las oportunidades económicas en África.

Una forma de avanzar sería que la UE reconociera los daños causados por el colonialismo y que, a su vez, los gobiernos africanos reconocieran que una nueva generación de líderes europeos modernos -como señaló el año pasado el presidente del Consejo de la UE, Charles Michel- no puede seguir cargando con el “peso de la nostalgia”.

Una declaración conjunta que admita los errores del pasado, pero que también prometa nuevos comienzos, puede que no suponga un repunte inmediato de las relaciones entre la UE y África pero representaría un buen comienzo.

Si quieren hacer realidad los planes para una mejora más justa de las relaciones con los estados africanos, los líderes de la UE deben emprender una acción colectiva para exorcizar los fantasmas de Leopoldo II y los de otros “héroes” coloniales que transitaron por un territorio similar.

Eso significará abordar los agravios de África por el papel que desempeñó Europa en la trata de esclavos y los aspectos más crueles de la dominación colonial, así como la persistente discriminación, el racismo y los prejuicios inconscientes que persisten en la actualidad.

Requerirá un cambio en el tóxico debate europeo sobre la migración, la aplicación de una nueva agenda antirracista de la UE y la intensificación del trabajo en “asociaciones internacionales” para sustituir la tradicional política de ayuda de la UE -o, como se conocía en Bruselas hasta hace poco, “cooperación al desarrollo”, en la que estaban firmemente arraigadas los anticuados relatos del salvador blanco.

  • Shada Islam es una comentarista de asuntos de la UE con sede en Bruselas. Dirige el proyecto New Horizons, una consultora de estrategia, análisis y asesoramiento.

Traducido por Emma Reverter

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