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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

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“Un pozo negro de cáncer”: 17 años después del 11-S siguen apareciendo todo tipo de enfermedades

Mujeres con máscaras contra el polvo huyen por el puente de Brooklyn de Manhattan a Brooklyn, tras el derrumbe de las dos torres del World Trade Center Martes, 11 de septiembre de 2001 en Nueva York

Erin Durkin

Nueva York —

El pasado mes de marzo, John Mormando estaba en el mejor estado físico de su vida –era corredor de maratones y atleta de triatlón– cuando notó un pequeño bulto en su pecho. Fue a que lo revisara un médico y en poco tiempo le dieron el inquietante diagnóstico: cáncer de mama. “Me quedé pasmado. Absolutamente pasmado”, afirmó.

Mormando, de 51 años, no sabía cómo explicar este inusual diagnóstico –menos del 1% de los casos de cáncer de mama se produce en hombres y él no tiene antecedentes familiares. Entonces, algunos colegas le recordaron los meses que pasó trabajando cerca del sitio donde ocurrió el ataque terrorista en el World Trade Center de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.

Decenas de miles de personas que vivían o trabajaban en el barrio en aquel momento se vieron respirando aire lleno de gases tóxicos y partículas de los rascacielos pulverizados y quemados. Desde entonces, muchas de estas personas han enfermado, otras han muerto y todavía aparecen nuevos casos relacionados con los venenos que flotaban en el aire cerca de los escombros. El ejemplo más reciente es el de un grupo de hombres que ha desarrollado cáncer de mama, y Mormando es uno de ellos.

Si bien ahora es corredor de bolsa en la oficina de RJ O’Brien en el centro financiero de la ciudad, en aquel momento trabajaba en Intercambio Mercantil de Nueva York, a una calle del World Trade Center en el bajo Manhattan, donde los terroristas hicieron chocar aviones de pasajeros que secuestraron contra las torres gemelas aquella mañana del 2001, haciendo que las torres se derrumbasen poco después.

El sitio donde estaban las torres pasó a llamarse Zona Cero y los ataques, en los que se utilizaron dos otros aviones secuestrados, uno que voló hacia el Pentágono y otro que fue derribado mientras iba rumbo a la ciudad de Washington, se conocen como 11-S.

“Volvimos a trabajar exactamente una semana después del 11-S, con las torres aún incendiadas y todos los escombros a nuestro alrededor. Nos dijeron que el aire estaba bien, que teníamos que volver a trabajar”, dijo. “Era ridículo. Era horrible. El olor en el centro era lo más repugnante que te puedas imaginar. Había edificios todavía en llamas. Esos edificios estuvieron incendiándose durante meses”.

Mormando, que se está tratando con quimioterapia, es uno de al menos 15 hombres que pasaron tiempo cerca de la Zona cero y ahora tienen cáncer de mama, según su abogado Michael Barasch. Es probable que haya más casos. Estos nuevos casos de cáncer de mama en hombres son solo un rostro de una crisis sanitaria que, a 17 años de los ataques terroristas, solo parece empeorar.

Mientras las personas que han perdido a sus seres queridos en el ataque al bajo Manhattan se reunieron este martes en la Zona Cero en un nuevo aniversario de los ataques, Nueva York está marcando un triste hito: 10.000 personas han sido diagnosticadas con cáncer en relación al 11 de septiembre de 2001. El cáncer de mama suele afectar cada año a solo uno de cada 100.000 hombres.

No pensaron en las consecuencias

Michael Guedes, un sargento retirado de la Policía de Nueva York que trabajó en la Zona Cero tras los ataques y durante los meses siguientes trabajó en la zona de basuras de Fresh Kills en Staten Island, revolviendo los escombros que fueron llevados allí, dijo que en aquel momento lo último que pensó fue en las consecuencias que podría sufrir su salud. “No es algo que uno se ponga a pensar. Solo quieres hacer tu trabajo”, dijo la semana pasada.

A Guedes, de 65 años, le diagnosticaron cáncer de mama hace tres años, después de que su novia le encontrara un bulto en el pecho. Tras una cirugía, tratamiento de quimioterapia y radioterapia, sigue con medicación. “Si ella no lo hubiera encontrado, me habría muerto de esto, estoy seguro. Al menos tengo la oportunidad de pelear”, afirmó.

“Yo no encajaba con el perfil. No tengo antecedentes familiares”, explicó. “Sé que otras personas se van a enfermar. Odio decirlo, pero no tengo ninguna duda. Siempre he sido una persona muy reservada. Me gusta mi privacidad. Pero con algo como esto, no puedo quedarme callado”.

Jeff Flynn, de 65 años, dijo que antes de recibir el diagnóstico en 2011, ni siquiera sabía que un hombre podía tener cáncer de mama. “Me quedé pálido. Toda tu vida cambia en un instante”, remarcó.

Flynn trabajaba para una empresa de almacenamiento de datos cerca del World Trade Center, y poco después de los ataques regresó a trabajar para ayudar a que las empresas pudieran volver a funcionar. “Podía literalmente sentir el gusto del aire. Era asqueroso”, dijo.

Sin embargo, le llevó un tiempo relacionar el tiempo que pasó cerca de los escombros con su cáncer. Una vez que vio la relación, se apuntó a un programa de salud.

La semana pasada, en una conferencia en el Memorial y Museo Nacional del 11 de Septiembre en la Zona Cero, el director del FBI Christopher Wray dijo que solo en los últimos seis meses ha perdido a tres colegas que acudieron al lugar de los ataques de 2001, y pidió que más gente se apunte a los programas del Gobierno que detectan y tratan enfermedades relacionadas con los escombros tóxicos y las partículas que se desprendieron de los restos de los rascacielos.

Wray afirmó que a fines de junio, el Programa de Salud del World Trade Center contaba con 9.375 miembros con diagnóstico de cáncer relacionado con los ataques. Otros 420 miembros que tenían cáncer han fallecido. En total, más de 43.000 personas han tenido algún problema de salud relacionado con el 11S.

Las consecuencias que sufrieron las personas que trabajaban en los servicios de emergencia han sido bien documentados: solo del Departamento de Bomberos de Nueva York han fallecido 182 personas por enfermedades relacionadas al 11S. Pero los efectos han llegado mucho más lejos, afectando a residentes del bajo Manhattan, trabajadores de las oficinas, maestros y alumnos de las escuelas cercanas.

“Este polvo tóxico es muy democrático. No mira si eres estudiante, bombero o un millonario de Goldman Sachs. Afecta a todos y mata a todos”, aseguró Barasch.

Su bufete representa a 25 personas que estaban en el instituto o en la universidad al momento de los ataques y que fueron diagnosticadas con cáncer entre los 20 y los 40 años.

Todo tipo de dolencias

Muchas otras personas tienen problemas respiratorios crónicos o enfermedades gastrointestinales, incluyendo a exalumnos del instituto Stuyvesant, que estaba a tres calles de las torres gemelas, donde los alumnos fueron evacuados aquel día y regresaron a clase menos de un mes después.

Lila Nordstrom, de 34 años, que estaba en el último año del instituto aquel 11 de septiembre y ahora tiene reflujo gastroesofágico, dijo que se dio cuenta de la magnitud de la crisis sanitaria en una reunión con excompañeros del instituto, cuando todos tenían más de 20 años y salió el tema de las enfermedades. “Todos los que estábamos allí teníamos algo”, señaló.

Nordstrom fundó el grupo StuyHealth para ayudar a otros sobrevivientes más jóvenes. “Somos muy jóvenes y esto no es algo que hayamos decidido nosotros. Éramos menores de edad. Ahora sabemos que no era seguro estar allí, y sabemos que la Agencia de Protección Medioambiental no nos dijo la verdad”, afirmó.

La directora de la EPA en aquel momento admitió que se equivocó al asegurarle a la población que el aire de la Zona Cero era seguro.

Muchos sobrevivientes están haciendo su caso público para alentar a otros a apuntarse al programa de salud y que se hagan revisiones. Cualquiera que haya vivido, trabajado o ido a la escuela cerca de la Zona Cero y desarrolle un problema de salud relacionado con eso puede entrar al programa y posiblemente recibir una compensación, gracias a la Ley Zadroga.

La Federación Unida de Maestros también ha contactado a miembros que trabajaron en una docena de escuelas del bajo Manhattan en 2001, incitándoles a que se hagan revisiones médicas.

Entre ellos estaba Maria Sanabria, de 52 años, exmaestra adjunta en el instituto Leadership and Public Service, que ese día horroroso tuvo que evacuar la escuela. Más de 15 años después, le diagnosticaron cáncer de tiroides. Dos de sus excolegas murieron de cáncer. “Me asusté mucho”, dijo.

Los activistas se están preparando para una nueva batalla en el Congreso, ya que el fondo de compensaciones para las víctimas caduca en diciembre de 2020, a menos que los legisladores voten a favor de extenderlo. En cambio, el programa de salud tiene financiación durante 75 años.

“El cáncer no caduca. No va a dejar de haber casos mágicamente en diciembre de 2020”, dijo Barasch. “El cáncer no prescribe”. Hasta ahora, el fondo de financiación le ha otorgado más de 3.700 millones de euros a más de 19.000 miembros de los servicios de emergencia y supervivientes.

Las autoridades dicen que son pocos los agentes federales que se han apuntado al programa, aunque muchos de ellos estuvieron expuestos al polvo tóxico.

La agente del FBI Lu Lieber trabajó el día de los ataques en la Zona Cero y recuerda que el 12 de septiembre de 2001 entró a su coche y encendió el aire acondicionado. El aparato escupió polvo que quedó en el sistema del coche durante meses. Ella ha sido diagnosticada con dos tipos de cáncer. “El bajo Manhattan se transformó en una pozo negro de cáncer”, dijo.

Incluso están cambiando el Memorial para reconocer que los ataques han seguido cobrándose vidas años después de que cayeran las torres. Está planificado instalar un nuevo camino de piedras para homenajear a aquellos que han fallecido de enfermedades relacionadas con las toxinas liberadas en el lugar de los ataques.

“Creo que las pérdidas serán mayores de lo que podemos comprender”, dijo la presidenta del museo, Alice Greenwald.

Traducido por Lucía Balducci

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