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The Guardian en español

Nucleares, carbón y envío de armas: la metamorfosis de Los Verdes en Alemania

Robert Habeck y Annalena Baerbock, dirigentes de Los Verdes, en Berlín, el pasado octubre.

Philip Oltermann

Berlín (Alemania) —
22 de enero de 2023 22:11 h

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El Partido Verde alemán se dio a conocer en su día por sus campañas en contra de un alto gasto militar, la energía nuclear y los combustibles fósiles contaminantes. 

Sin embargo, desde que llegaron al Gobierno como parte de la coalición tripartita “semáforo” de Olaf Scholz en diciembre de 2021, Los Verdes se han convertido en los defensores más acérrimos del apoyo a la resistencia ucraniana con armas pesadas en el Bundestag, la cámara baja del Parlamento alemán. Han prolongado el tiempo de vida de tres plantas nucleares que debían cerrar a finales de 2022, han puesto de nuevo en marcha centrales de carbón inactivas y han construido las primeras terminales del país para importar combustible fósil licuado.

Y parece gustar a los votantes.

Al contrario que los dos socios con los que comparten el poder, el SPD de centroizquierda y los liberales del FDP, las encuestas dan a Los Verdes un mayor porcentaje de voto que el que lograron en las elecciones federales de septiembre de 2021. Sus dos políticos más destacados, la ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, y el ministro de Energía, Robert Habeck, tienen los índices de popularidad más altos del país. Un año después, hay razones para considerar que el partido ecologista es uno de los primeros ganadores de la era post-Merkel.

“Los Verdes han demostrado que están listos para gobernar”, dice Andrea Römmele, profesora de ciencias políticas en la Escuela Hertie de Berlín. “En la política, haces campaña con poesía y gobiernas con prosa, y ellos han demostrado ser un partido que no solo quiere limitarse a su programa, sino implicarse en nuevos retos”.

Más jóvenes y eficaces

Tanto Baerbock como Habeck han tratado de mostrarse a los suyos como un partido ejecutor, al traspasar con una agilidad sorprendente antiguas líneas rojas.

A pesar de haber hecho campaña prometiendo oponerse “a la exportación de armas y armamento a zonas de guerra” en fechas tan recientes como septiembre de 2021, ha sido Baerbock la que cuestionó abiertamente las reticencias de Olaf Scholz a enviar tanques a Ucrania el pasado verano. 

La ministra, aparentemente sin confianza después de su fallida candidatura a la cancillería, se ha movido como pez en el agua desde que tomó posesión de su cargo, haciendo frente al ministro de Exteriores ruso con una franqueza ausente de sentimentalismos de la que sus predecesores han carecido.

En un viaje a Nigeria en diciembre, en el que Baerbock y la comisionada alemana para Cultura, Claudia Roth, devolvieron 20 piezas de museo robados en su momento al reino de Benín, se hizo palpable un cambio generacional entre ambas exlíderes del Partido Verde.

Mientras una Roth de 67 años se mostraba entusiasta y efusiva, la aliada de su partido de 42 años dio muestras de frialdad incluso durante la emotiva ceremonia de entrega, y en un momento dado, aprovechó el elogio de una máscara de una mujer de la realeza para reprender educadamente a su homólogo nigeriano por el bajo porcentaje de mujeres en su Gobierno. 

Al mismo tiempo, Habeck, anterior colíder verde junto a Baerbock, se ha visto forzado a tomar decisiones que contradicen la defensa de las renovables de su partido cuando la guerra de Rusia en Ucrania puso patas arriba décadas de política energética alemana.

Pero lo ha hecho con firmeza: bajo su mando, el Ministerio de Economía aprobó 29 nuevas leyes en sus primeros 11 meses. Sus predecesores, en cada una de las tres legislaturas anteriores, consiguieron algo más de 40 en cuatro años. 

Habeck ha nacionalizado la compañía energética Uniper, el mayor importador de gas del país, ha puesto bajo control fiduciario a las filiales alemanas de las compañías rusas Rosneft y Gazprom y ha conseguido llenar los tanques de almacenamiento de gas al 100% para el inicio del invierno a pesar de un cese total del suministro ruso. Si el país logra evitar un escenario de racionamiento del gas este invierno, se deberá en gran parte a que ha antepuesto el pragmatismo a las poses ideológicas. 

Dilema energético

“Este Gobierno heredó un caos absoluto, y al menos muestra la ambición y el dinamismo que les faltaba a sus predecesores al intentar arreglar el desastre”, dice Claudia Kemfert, experta en energía del Instituto Económico Alemán. “Está cometiendo errores, pero también está haciendo muchas cosas bien”.

Sin embargo, echar la culpa del dilema energético actual de Alemania a los antiguos gobiernos no servirá a Los Verdes durante toda una legislatura de cuatro años. Sobre todo, si existe cierta sensación de que fueron sus propias líneas rojas ideológicas las que contribuyeron a provocar este aprieto desde un principio.

La confianza en la capacidad de Habeck para sacar a la economía del atolladero se vio mermada durante el otoño, cuando dio marcha atrás en una serie de nuevas políticas.

Pasar las tres centrales nucleares todavía activas, cuyo cierre estaba previsto para finales de año, al modo de “reserva de emergencia” antes de anunciar que habría que mantener dos de ellas en la red eléctrica hasta el próximo abril fue una medida engorrosa, en la que, aparentemente, priorizó el procedimiento por encima del resultado. 

Como la identidad de Los Verdes está menos ligada a Habeck de lo que lo está el SPD a Scholz o el FDP al ministro de Hacienda, Christian Lindner, el daño a su reputación fue leve. Aun así, por un momento, la formación política pareció el partido del “no se puede”.

“Hemos visto mucha actividad frenética en el ministerio de Habeck sin que hubiera siempre una dirección clara detrás”, dice Uwe Leprich, especialista en política climática de la Universidad de Ciencias Aplicadas del Sarre. “Parece que se ha rodeado de asesores decididos a intervenir lo menos posible en el mercado”.

Energías renovables

Parte de las cualidades que posibilitaron el ascenso de Habeck y Baerbock fueron sus dotes retóricas, que contrastan claramente con las maneras taciturnas de Scholz y de su predecesora en la cancillería, Angela Merkel. Pero este foco tan poco habitual en la comunicación de cara al exterior también ha provocado cierta añoranza de los acuerdos entre bastidores y faltos de transparencia de antaño.

“Un empresario pragmático podría haber dado con la forma de seguir importando algo de gas ruso para mantener los precios bajos, como hicieron Francia y Japón”, dice Leprich. Francia se convirtió en el importador mundial número uno de gas natural licuado ruso en abril y mayo, y a principios de septiembre seguía importando de Rusia entre el siete y el 9% del gas que necesitaba. 

El mensaje del Partido Verde, a pesar de la ampliación temporal y limitada de la vida útil de las nucleares, es que Alemania puede y debe apostar al 100% por las fuentes de energía renovables.

Pero mientras las fuentes renovables siguen sujetas a fluctuaciones repentinas que dependen de las condiciones meteorológicas, las centrales eléctricas de gas, que se pueden poner en marcha y apagar rápidamente, eran un elemento clave de la estrategia energética nacional, según se lo han vendido los gobiernos alemanes al electorado, incluido el actual. “El gas natural es irremplazable para el periodo de transición”, dice el acuerdo de coalición del gabinete de Scholz, firmado por Los Verdes.

“Ahora mismo la cuestión debería ser: ¿con qué fuente de energía combinamos las renovables?”, dice Johannes Güntert, del Proyecto Planeta A, un pequeño think tank que trata de presentar una alternativa “ecomodernista” a la visión actual de Los Verdes sobre las renovables. “Por desgracia, Los Verdes alemanes, que se fundaron más como antinucleares que como un partido de protección del clima, no son imparciales a la hora de resolver esa pregunta”. 

Si los altos precios del gas y una escasez energética fuerzan a las empresas alemanas a cerrar o deslocalizarse este año, puede que Los Verdes tengan que rebuscar aún más en el alma de su partido para mantener su reputación de ejecutores de este Gobierno.

Traducción de María Torrens Tillack

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