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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

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En un día agradable y ventoso de finales de septiembre de 2020, el FBI se presentó en el domicilio de un hombre llamado Baimadajie Angwang. Vivía en Long Island con su mujer y su hija de dos años, trabajaba como agente de enlace con la comunidad en el Departamento de Policía de la ciudad de Nueva York y se encargaba de tejer relaciones con el vecindario en la comisaría 111 de Queens. Procedente de un enclave tibetano en China, Angwang había llegado a Estados Unidos en 2005, a los 17 años. Solicitó asilo y se alistó en los marines en 2009 y de hecho sirvió en Afganistán. Y entonces, en 2019, se presentó en el Centro Comunitario Tibetano de Queens.

Angwange explicó que quería formar parte de la comunidad y que quería ayudar a los jóvenes inmigrantes tibetanos. También estaba, según los cargos que se le imputan, en contacto regular con dos miembros del consulado chino. “Hazles saber”, le había dicho a un funcionario consular en noviembre de 2018, “que has reclutado a alguien en el departamento de policía”.

Ciertamente, si era un espía, como se le acusa, no era brillante. Según los documentos que resumen los cargos que se le imputan, contactó con los funcionarios consulares a través de su teléfono móvil personal e hizo llamadas que fueron pinchadas por los agentes del FBI. En las grabaciones entregadas al tribunal, Angwang muestra una actitud de soberbia. “Creo que en este momento todo el mundo promueve la diversidad”, le dice a un hombre identificado como OFICIAL-2, sugiriendo que se acerquen a grupos minoritarios de la comunidad tibetana para reclutar informantes. Angwang intenta convencer al funcionario para que le consiga un visado para volver a China de visita. Otros informantes también los querrán, le asegura. Pensarán que la República Popular de China no los aprecia. Especialmente, dice, los del “tipo 100%”, los verdaderos creyentes. “Es difícil encontrar gente como nosotros”, se queja. “Tan entusiastas”.

Entusiasmo aparte, Angwang parecía tener poca información de inteligencia que compartir. Los cargos presentados poco antes de que fuera detenido demuestran su condición relativamente baja. Se enfrenta a acusaciones de fraude electrónico, de presentar declaraciones falsas y de actuar como agente extranjero no registrado: una sección del código penal estadounidense ampliamente conocida como “luz de espionaje”. De los muchos interrogantes que plantea el caso de Angwang, quizá el más llamativo sea por qué el consulado chino se molestó en hablar con él.

En los últimos nueve años, bajo el liderazgo de Xi Jinping, el Partido Comunista Chino (PCC) ha promovido lo que Freedom House, una ONG de derechos humanos con sede en Estados Unidos, llama “represión transnacional”. Todas las ramas del gobierno chino han sido llamadas a unirse a la labor de influir en la opinión pública, reprimir la libertad de expresión y controlar la disidencia dentro y fuera de sus fronteras. En un recuento de las agresiones físicas directas procedentes de China desde 2014, un reciente informe de Freedom House destapó 214 incidentes en 36 países diferentes, desde secuestros en Tailandia hasta agresiones físicas en Canadá, mucho más que cualquier otro país del estudio.

Más numerosos que estos ataques flagrantes son los incidentes de acoso e intimidación. Exiliados y activistas de todo el mundo han denunciado llamadas telefónicas amenazantes y ciberataques. Estudiantes chinos que se encuentran en Reino Unido y Australia han denunciado haber sido amenazados y acosados si criticaban a la República Popular de China. En California, un hombre fue detenido conduciendo un coche que parecía un vehículo policial chino por un barrio de inmigrantes. Los agentes de policía chinos realizan con frecuencia llamadas a los exiliados utilizando los teléfonos de sus familiares (“Debes tener en cuenta que toda tu familia y parientes están con nosotros”, dijo un agente chino a un exiliado uigur de la provincia china de Xinjiang). Según el informe de Freedom House, “China lleva a cabo la campaña de represión transnacional más sofisticada, global y exhaustiva del mundo”. De los grupos objeto de represión, los tibetanos en el exilio han estado durante mucho tiempo en el punto de mira.

Unos 150.000 tibetanos viven fuera de las fronteras de China. Se trata de un grupo pequeño con una relevancia internacional enorme, en parte gracias a su carismático líder, el Dalai Lama. La República Popular China tomó el control del Tíbet en 1950 y el Dalai Lama escapó a Dharamshala (India) en 1959, donde estableció el Gobierno tibetano en el exilio. Desde entonces, la diáspora tibetana ha ido creciendo y China ha considerado al pueblo tibetano –con su lealtad a un líder ajeno al sistema del Partido Comunista y un movimiento independentista con apoyo mundial– como un enemigo peligroso.

Nueva York alberga una de las mayores comunidades de la diáspora tibetana fuera de Dharamshala. Se calcula que unos 15.000 tibetanos viven en la ciudad. En Jackson Heights, Queens, los restaurantes y las tiendas de comestibles tibetanos se alinean en las calles que rodean la estación de metro de Roosevelt Avenue. Hay un centro comunitario, inaugurado en 2019, un templo y una escuela de lengua y cultura tibetanas. A lo largo de un tramo de la calle 74 que está adornado con cuerdas de luces, los restaurantes tibetanos y nepalíes comparten espacio en las aceras, las banderas de oración ondean y una tienda de descuentos se llama Namasté.

La detención de Angwang parece confirmar lo que la comunidad tibetana sospecha desde hace tiempo; que el Partido Comunista de China les vigila. Los tibetanos de Nueva York que solicitan un visado para regresar de visita a China se dirigen a una entrada separada del consulado en la ciudad, donde un funcionario –normalmente de ascendencia tibetana– se reúne con ellos para llevar a cabo una entrevista exhaustiva. Se les pide que escriban una biografía, con una lista de todos sus amigos y familiares en el Tíbet, junto con sus trabajos, direcciones e información de contacto. A muchos les preocupa que sus solicitudes puedan perjudicar a sus seres queridos en China. Temen que sus actividades diarias sean documentadas. A algunos solicitantes se les han mostrado fotos de ellos mismos asistiendo a una protesta o a una enseñanza dirigida por el Dalai Lama. En un caso, un solicitante de visado en San Francisco descubrió que el entrevistador conocía el nombre y la raza de su perro.

“Pasamos de sobreestimar a subestimar la amenaza (de la vigilancia a nacionales que viven en el extranjero)”, dice Tenzin Dorjee, estudiante de doctorado en Ciencias Políticas de la Universidad de Columbia y uno de los rostros más reconocibles de la comunidad tibetana de Nueva York. Dorjee se hace llamar Tendor; muchos niños tibetanos reciben uno de los nombres del Dalai Lama (tiene siete), por lo que los apodos son habituales. Tendor es hijo de exiliados tibetanos en la India y se trasladó a Estados Unidos cuando era adolescente. Durante cuatro años fue director de la organización Estudiantes por un Tíbet Libre, donde daban por descontado que el gobierno los espiaba.

Tendor ha visto cómo la paranoia ha ido en aumento en su comunidad. Cree que los tibetanos son valientes, pero en la última década el Gobierno chino ha conseguido explotar sus puntos vulnerables: sus vínculos con la familia y los amigos que aún están en China, y sus esperanzas de obtener visados para visitar el Tíbet. China ha sembrado divisiones y ha dejado a los tibetanos en el exilio asustados y desconfiando unos de otros. “Básicamente, puedes no tener espías en la comunidad mientras crees la percepción de que hay espías en la comunidad”, señala.

Sospechas sobre su orgien

No mucho después de la detención de Angwang, quedé con Tendor en un restaurante de Jackson Heights. Era una fría noche de noviembre y, cuando llegué, estaba sentado en la entrada del establecimiento con dos amigos, con las cabezas cubiertas por sombreros y cervezas en la mesa. Tendor lleva gafas rectangulares y tiene una cara estrecha. Un hombre llamado Lobsang Tara estaba sentado a su lado, con una mascarilla colgando de una oreja, y al otro lado de la mesa, el actual jefe de Estudiantes por un Tíbet Libre, Dorjee Tseten. Tseten estaba inclinado hacia delante sobre su plato vacío y con las manos en los bolsillos. La detención de Angwang había sacudido a la comunidad. Tara se preguntaba si Angwang era realmente tibetano. Lo había conocido en un restaurante una noche unos meses antes de la detención y no parecía tibetano. Era demasiado pálido, dijo. Tampoco actuaba como un tibetano. (“Somos más... caóticos”, me dijo Tara).

En todo Queens, los grupos tibetanos se apresuraron a distanciarse del supuesto espía. “¡La forma en que hablaba!”, dijo Tara. “¡No salió de su boca ni una sola palabra correcta en tibetano!”. Unas semanas antes, la Asociación de la Comunidad Tibetana de Nueva York y Nueva Jersey había celebrado una rueda de prensa para explicar por qué Angwang había asistido a sus reuniones. “Sabíamos que era un tipo procomunista”, me dijo un miembro de la junta directiva de la asociación. “Pero nunca sospechamos que pudiera ser un espía”. Cuando el New York Post se puso en contacto con el exjefe de la junta –un hombre llamado Sonam Gyephel– este manifestó que no habían compartido nada importante con Angwang. “No le dimos ninguna información”, dijo Gyephel. “No le dimos nada. Nada”.

Tendor se había cruzado con Angwang en una ocasión, en la celebración del Losar (Año Nuevo tibetano) de 2019, celebrada en el Centro Comunitario Tibetano de Queens. Esa noche la invitada de honor había sido Alexandria Ocasio-Cortez, la nueva congresista que representa a Queens, y se había fotografiado con Angwang jugando con su hija pequeña, los dos envueltos en un único pañuelo blanco ceremonial. Ahora la gente quería saber cómo los líderes de la comunidad habían permitido que un supuesto espía se sentara junto a una congresista (“Se aburría y se fue a jugar con la bebé”, dijo Tendor. “A veces estos actos comunitarios pueden ser demasiado largos”). Algunos habían leído la declaración jurada del FBI y habían visto las referencias a sus celebraciones, a los grupos minoritarios de su entorno y a los lugares donde pasaban el tiempo. Era escalofriante ver cómo su comunidad era diseccionada y objeto de discusiones como si fuese un puzzle por resolver. “Nos conocían”, me dijo Tendor.

A pesar de todas las historias que circulan sobre encuentros con Angwang –conversaciones breves en tibetano roto, encuentros cortos en restaurantes y eventos locales–, poca gente de la comunidad lo conocía. Los pocos tibetanos que conocían bien a Angwang se habían reunido con él mucho tiempo atrás. Nadie con el que hablé quería que sus nombres se asociaran con el presunto espía, pero me pintaron la imagen de un joven fornido y musculoso, lleno de bravuconería. Mostró su dinero y presumió del éxito de sus padres en China. Le costaba adaptarse a su nuevo hogar.

Según los documentos judiciales, Angwang nació en las tierras bajas, por debajo de la meseta tibetana y fuera de la Región Autónoma del Tíbet, en una zona de la provincia china de Sichuan conocida como Zitsa Degu en tibetano o Jiuzhaigou en mandarín. Es un paraje natural de gran belleza al que los turistas chinos acuden para pasar sus vacaciones y hacer excursiones hasta las cascadas. También forma parte de la región tibetana donde, en 1956, se produjeron los primeros levantamientos contra el régimen comunista. Hoy, sin embargo, la economía de la zona está controlada por la etnia china Han y la demografía ha cambiado. “Su población es 80% china”, me dijo una de las personas que conoció a Angwang al poco de que este llegara a la ciudad. Y como la población tibetana es pequeña, la represión es escasa. “Es culturalmente parte de China”, me indicó. “Se sienten seguros de sí mismos y no son tan duros con ellos”.

Las personas étnicamente tibetanas hablan un dialecto local y su complexión es diferente a la de los tibetanos que viven en la meseta. Así que, según se diría más tarde, no era tan extraño que Angwang no hablara el tibetano estándar y no era sorprendente que tuviera un aspecto un poco diferente. Angwang fue a la escuela secundaria en Chengdu, la capital de la provincia de Sichuan. “Decía que sus profesores y compañeros se burlaban de él y lo excluían”, me dijo uno de sus conocidos. “Decían cosas como 'los tibetanos son sucios'”. Angwang se enfadaba tanto que se quitaba la ropa y les retaba a olerle. En su solicitud de asilo de 2005, Angwang dijo que había sido encarcelado ilegalmente en Sichuan. Afirmó que había sido atacado por su origen étnico y que lo habían torturado estando en prisión.

Angwang se dirigió a la Asociación de la Comunidad Tibetana de Nueva York y Nueva Jersey en algún momento de noviembre de 2018. Había llamado al móvil de Gyephel (que era el número que aparecía en la página web de la asociación), con un discurso que repetiría hasta su detención: trabajaba para la policía de Nueva York, estaba preocupado por la situación de los jóvenes tibetanos en la ciudad y quería ayudar. No hablaba mucho tibetano, pero la junta no le preguntó. Ahí estaba un tibetano con uniforme, una historia de éxito y aceptación en Estados Unidos. “No queremos quedarnos estancados en nuestra pequeña comunidad”, me dijo un antiguo miembro de la junta, tratando de explicar por qué acogieron a Angwang. “Queremos formar parte de la ciudad. Queremos estar conectados con todo el mundo”.

El misterioso Departamento del Frente Unido chino

Según el informe de Freedom House, las campañas de influencia de China en el extranjero se dirigen a las minorías étnicas y a los disidentes a una escala mundial que no tiene parangón con ningún otro país. Según la ONG, las actividades del Gobierno se entienden mejor como funciones del Departamento de Trabajo del Frente Unido (UFWD), una parte nebulosa de la burocracia china que supervisa todas las actividades destinadas a influir en los grupos no controlados directamente por el Partido Comunista, dentro y fuera del país. Pueden ser organizaciones de la sociedad civil, grupos de medios de comunicación, académicos, disidentes o uigures de la región china de Xinjiang. También pueden ser tibetanos. El funcionario al otro lado del teléfono con Angwang en las grabaciones del FBI era miembro de la Asociación China para la Preservación y el Desarrollo de la Cultura Tibetana, un grupo supervisado por el Frente Unido.

El Departamento de Trabajo del Frente Unido ha sido potenciado bajo el mandato del presidente Xi. En septiembre de 2014, tomando prestado un término de Mao, Xi calificó el trabajo del Frente Unido como un “arma mágica”, y lanzó un esfuerzo para reformar y aumentar su poder. El trabajo de Frente Unido, ha dicho Xi, ayudará a unir al pueblo chino bajo una única visión del mundo y en una causa común.

El Frente Unido pretende influir en los ciudadanos chinos y en los extranjeros, y sus métodos incluyen la recopilación de información, silenciar a la disidencia y el intercambio cultural. Entre los organismos que participan en el trabajo del Frente Unido se encuentran el departamento de propaganda y el Ministerio de Educación. “Xi Jinping ha enfatizado que 'el Frente Unido consiste en trabajar sobre la gente'”, escribió Alex Joske, del Instituto Australiano de Política Estratégica, en un informe de 2020 titulado 'El partido habla por ti'. “Cooptar y manipular a las élites, a los individuos y a las organizaciones influyentes es una forma de moldear el discurso y la toma de decisiones”. Teng Biao, abogado y académico de derechos humanos que vive en Nueva Jersey, lo expresa de otra manera: “No quieren oír ninguna crítica y no quieren ver sociedades civiles independientes que estén fuera de control”. “Están enviando el mensaje de que están en todas partes. Ningún lugar está fuera de su alcance, señala”.

Por la amplitud del trabajo del Frente Unido, puede ser difícil de seguir. Hay ejemplos explícitos de acoso y secuestro. La Operación Fox Hunt –un esfuerzo por localizar y repatriar a los disidentes y exiliados chinos “más buscados” que viven en el extranjero– ha comportado la intimidación y el acoso de múltiples objetivos en Estados Unidos. A nivel internacional, China afirma haber localizado y repatriado a 8.000 “fugitivos” internacionales acusados de delitos financieros. (El mismo año en que se detuvo a Angwang, el FBI detuvo a siete personas en Nueva Jersey por acosar y hostigar a un exiliado chino que vivía en los suburbios). También hay operaciones más sutiles del Frente Unido. La Asociación China para la Preservación y el Desarrollo de la Cultura Tibetana –de la que era miembro el contacto del consulado de Angwang– patrocinó en su día una exposición sobre el Tíbet en una biblioteca de Queens centrada en elogiar el papel de China en la región. Se cerró tras las protestas de la comunidad tibetana. En otro caso de 2014, un funcionario de la asociación fue expulsado del Consejo de Derechos Humanos de la ONU tras intimidar y fotografiar a una mujer llamada Ti-Anna Wang, que estaba allí para testificar sobre el secuestro y encarcelamiento de su padre, un activista prodemocrático.

La dificultad de medir o combatir al Frente Unido es quizá más evidente en la formación de las Asociaciones de Estudiantes y Académicos Chinos en las universidades de todo el mundo. En su mayor parte, estas asociaciones proporcionan un apoyo sin complicaciones a los estudiantes chinos que viven en el extranjero, como listas de correo electrónico que ayudan a los recién llegados a encontrar compañeros de piso, vender muebles o unirse a grupos de estudio. Yaqiu Wang, investigador de Human Rights Watch, indica que la mayoría de los inmigrantes o estudiantes chinos contactan con el consulado sin una doble intención. Sin embargo, en muchos casos, la asociación está conectada y dirigida por el consulado chino local. Los estudiantes pueden conocer a los funcionarios del Frente Unido mientras solicitan visados, asisten a cenas consulares (los consulados, señaló, siempre ofrecen la mejor comida china) o se unen a organizaciones que ayudan a los recién llegados a crear una comunidad. Según Wang, a algunos estudiantes se les ha pedido incluso que vigilen a sus amigos y compañeros de clase. “Cuando creces en China, entiendes que no criticar al Gobierno y no enfrentarse a él es bueno para ti”, dijo Wang. “Existe esta relación... entiendes que es bueno para ti si estás cerca del consulado”.

“En cada grieta hay alguien escuchando”

Durante años, los tibetanos de la India y Estados Unidos se sintieron a salvo de la influencia del Partido Comunista de China. Los padres de Tendor escaparon del Tíbet poco después de que el Dalai Lama huyera en 1959 y se instalaron en el valle de Kullu, a unas horas en coche de Dharamshala. Ambos trabajaron en uno de los internados establecidos por la hermana del Dalai Lama. Tendor nació en 1980 y creció imbuido de la historia y la oración tibetanas. En el patio central de la escuela, los alumnos representaban obras de teatro sobre la revuelta tibetana de 1959, una de las series de levantamientos que acabaron con la destrucción de unos 6.000 monasterios y la muerte de decenas de miles de tibetanos a lo largo de 15 años. En la escuela de India, Tendor hablaba en tibetano y se esforzaba por mejorar su inglés. Dos veces al día, por la mañana y por la tarde, todos los alumnos asistían a sesiones de oración. (“A todos nos parecía un rollo esta parte del día”, bromea). Casi nadie hablaba mandarín. El Tíbet parecía cercano, pero China, lejana.

En el interior del Tíbet, la vigilancia iba en aumento. Tras un intento de acercamiento a principios de los 80, cuando la Región Autónoma del Tíbet se abrió al turismo, las manifestaciones contra el dominio chino fueron reprimidas violentamente por los militares y en 1989 se declaró la ley marcial en la región. Fue en esa época cuando los recién llegados al internado de Tendor en la India le contaron cómo estaba la situación en sus pueblos de origen: “En cada grieta del muro hay alguien escuchando”.

A lo largo de los años, la política china sobre el Tíbet ha combinado la inversión y el aumento de las oportunidades con la represión militar y la vigilancia, que ha incluido cámaras en el interior de los monasterios y el envío de 21.000 funcionarios del partido a las aldeas tibetanas. Un número cada vez menor de escuelas en el Tíbet permite la enseñanza en tibetano. La región experimentó disturbios antes de los Juegos Olímpicos de 2008. A partir de 2011, una serie de autoinmolaciones conmocionó algunas de las ciudades y pueblos más orientales.

Cuando Tendor era un niño, la vigilancia consistía en informantes, en personas que escuchaban a través de las paredes. Ahora no son orejas, sino ojos. Personas que leen los mensajes de texto, que miran los ordenadores y que vigilan la vida cotidiana en el Tíbet a través de las cámaras. La tecnología ha facilitado el espionaje más allá de las fronteras del país. En 2001, un documento filtrado exponía la preocupación de Pekín por el movimiento internacional Tíbet Libre. “Es difícil revertir la situación actual, en la que la suerte del enemigo en la esfera internacional es alta y la nuestra, baja”, se afirmaba. En 2009, años antes de la llegada de Xi al poder, un grupo de investigadores canadienses informó de que la operación de ciberespionaje a gran escala de China, Ghostnet, había centrado sus ataques en Dharamshala.

Según me dijo Tendor, en las últimas dos décadas estas incursiones han empezado a erosionar la seguridad que sienten los tibetanos que viven fuera de China. “La República Popular de China tiene un grado de conocimiento mucho mayor de las conexiones de las personas con amigos y familiares que aún están en el Tíbet”, me dijo. “Así que si participas en una protesta en Nueva York, tu familiar puede llamarte desde China y decirte: por favor, para”.

Este año se cumple el 70º aniversario del control del Partido Comunista Chino sobre el Tíbet. Como parte de la celebración china, se han colgado retratos de Xi por todos los monasterios y hogares (los retratos del Dalai Lama están prohibidos desde hace tiempo). Los tibetanos han dejado de llegar a Nepal. Incluso en la India, los tibetanos han sido detenidos antes de la llegada de los funcionarios del Gobierno. En septiembre, las autoridades de Sichuan detuvieron a más de 100 tibetanos por tener fotos del Dalai Lama, por “discutir cuestiones sociales” y por compartir mensajes e información con la comunidad fuera de China.

De ser condenado, Angwang no sería el primer espía que es sorprendido informando sobre las actividades de una comunidad tibetana en el exilio. En 2017, el Gobierno sueco detuvo a un espía que llevaba años siguiendo los movimientos de los tibetanos por toda Europa. El hombre, Dorjee Gyantsan, había formado parte durante mucho tiempo de una pequeña población de unos 140 tibetanos en Estocolmo. Gyantsan probablemente había conectado con un agente chino en un ferry internacional de Suecia a Finlandia. Recabó información sobre inmigrantes tibetanos en Suecia, Polonia y Dinamarca, facilitando datos sobre su situación personal, sus familias y sus planes de viaje a un funcionario de la embajada china en Varsovia. Fue condenado por “actividad ilegal de inteligencia” en 2018 y fue deportado a China el año pasado.

La pelea por un visado

Tras llegar a Nueva York desde Sichuan, Angwang, según sus amigos de entonces, había tenido problemas. Era joven y tenía conflictos de identidad. Se acercaba a grupos de tibetanos en la calle y, cuando se daban cuenta de que no sabía hablar tibetano, sino sólo mandarín, se excusaban educadamente. No podía acceder a la comunidad. Poco después de que se le concediera el asilo en 2009, Angwang se alistó en los marines y abandonó la ciudad.

Cuando regresó a Queens en 2014, Angwang había sido graduado con honores por los marines. En 2015, conoció a su futura esposa. En 2016 se casaron y Angwang empezó a trabajar en la policía de Nueva York. En 2017 nació su hija. Y en 2018 Angwang comenzó a asistir a las reuniones de la junta de la asociación comunitaria. Era extrovertido y le gustaba proyectar un aire de autoridad. No pasó mucho tiempo antes de que otros miembros de la junta comenzaran a encontrarlo desagradable. En una ocasión, Angwang se acercó a un miembro de la junta y le preguntó por qué llevaba una chaqueta con la inscripción “Free Tibet” en la espalda. “Eres un tipo con futuro”, le dijo Angwang. “¿Por qué llevas una chaqueta así?”.

Más tarde, Angwang se presentó de uniforme en el nuevo centro comunitario. “Dijo que sólo pasaba por allí”, recordó el mismo miembro de la junta. Angwang señaló el coche de la policía que estaba fuera y dijo que quería enseñarle a su compañero el nuevo centro. Señaló el conjunto de banderas que colgaban en la entrada. “¿Por qué tenéis la bandera tibetana colgada fuera con la americana?”. preguntó Angwang. “Si yo fuera tú, no pondría la bandera tibetana”. Dijo que había algunos grandes empresarios que estaban interesados en dar dinero al centro. “Si pones esa bandera tibetana, puede que no consigas ese tipo de donaciones”, advirtió Angwang.

El miembro de la junta directiva escuchó en silencio. No asintió, pero no discutió. “Fue una sugerencia amistosa”, me dijo. “Pero la semilla de la sospecha estaba sembrada”. Los tibetanos están orgullosos de su bandera, que es ilegal en el Tíbet. “Este señor dice que es tibetano”, relató el hombre, “y nos pide que quitemos la bandera”.

Angwang no ha querido colaborar en este artículo, pero su abogado, John Carman, me dijo que estos incidentes se habían malinterpretado. A Angwang no le preocupaba la bandera tibetana, sino el hecho de que estuviera colgada sin el acompañamiento de una bandera estadounidense. Le preocupaba que una fotografía suya en uniforme con una bandera, o un logotipo de Tíbet Libre, sugiriera el apoyo de toda la policía de Nueva York. Quería evitar la política, no verse involucrado en las tensiones entre Estados Unidos y China.

Independientemente del motivo de sus comentarios, los miembros de la junta directiva habían perdido la confianza en Angwang. Había incomodado a muchos socios. Finalmente, el mismo día que Angwang se fotografió con Ocasio-Cortez en la celebración de Losar, asistió a una gala del año nuevo lunar en el consulado chino. Para la Asociación Tibetana de Nueva York y Nueva Jersey, esta fue la gota que colmó el vaso. Dejaron de atender sus llamadas. Si el consulado esperaba nuevos datos reveladores o incluso un informante a largo plazo, Angwang no era su hombre. Pero incluso los malos espías pueden ser útiles.

Nadie sabe exactamente cuándo o por qué Angwang empezó a comunicarse con funcionarios del Gobierno chino en el consulado. En los documentos legales, Carman argumenta que cualquiera que tenga acceso a la totalidad de las cintas del FBI lo entendería: todo lo que Angwang estaba haciendo era intentar conseguir un visado para poder volver a China y visitar a sus padres. No era un agente siniestro, sino un hombre que quería llevar a su hija a su país natal para que conociera a sus abuelos. (Un portavoz del consulado chino en Nueva York dijo en un comunicado tras la detención de Angwang que el personal del consulado “ha estado llevando a cabo intercambios normales con diversos sectores de la sociedad en su distrito consular... Su trabajo es intachable e irreprochable”).

Según Lobsang Tara, las razones de Angwang para informar son irrelevantes. Todo el mundo en la comunidad tibetana quiere volver a casa. Los visados, me dijo, son “el talón de Aquiles del pueblo tibetano”. Sin embargo, no todos están en contacto telefónico regular con los funcionarios consulares. Tara creció en el Tíbet, en un pequeño pueblo de 60 habitantes. Tras un levantamiento en 1987, cuando Tara tenía 13 años, su padre lo envió a la India en un viaje por el Himalaya que supuso dos semanas de caminata, cruces de ríos y noches frías durmiendo a la intemperie.

En 1998, Tara volvió a cruzar las montañas y se coló en el Tíbet. A su abuela se le rompió el corazón cuando se enteró de que se había ido a la India, pero cuando regresó se pasó la primera tarde convencida de que era un impostor enviado para delatar a la familia. Una vez tranquilizada, el reencuentro fue feliz, pero a Tara le preocupaba que llamara la atención, por lo que regresó a la India. No ha vuelto a ver a su familia desde entonces.

Tara llegó a Estados Unidos en 2002 y ha trabajado vendiendo zapatos, conduciendo coches y como intérprete de autoridades tibetanas que viajan a Estados Unidos. Fue a la escuela de cine y realizó documentales sobre los tibetanos. Trabajó con Tendor en Students for a Free Tibet. Y entonces, me dijo, la idea de conseguir un visado –y la oportunidad de visitar su hogar– se alojó en su corazón. Reprimió su activismo. Sin embargo, cuando llegó al consulado chino de Nueva York para una entrevista, le condujeron a la puerta trasera del consulado y le llevaron a una sala de entrevistas. El entrevistador le hizo preguntas sobre su familia, su activismo y sus conocidos. Le pidieron números de teléfono y direcciones. Tara fue cuidadoso con sus respuestas, pero su visado fue denegado. Hasta ahora ha cambiado su nombre seis veces para intentar superar el proceso de solicitud. “Ahora pertenezco a la familia Li”, me dijo.

“Ahora estamos muy divididos”

Tras el destierro de Angwang de la Asociación de la Comunidad Tibetana de Nueva York y Nueva Jersey, empezó a acercarse a otros grupos comunitarios. Uno de ellos era el Tibetan Service Center de Queens, que se dedica a preservar el patrimonio cultural. Al principio, el director del centro, Tsering Diki, vio a Angwang como un espíritu afín. “Mucha gente trabaja en el ámbito político”, me dijo Diki. “Todos los días quieren hablar de un Tíbet libre. Y hay otro grupo de gente como yo que quiere dedicarse a preservar la cultura y hacer más fuerte la comunidad fuera del Tíbet”.

Cuando Diki conoció a Angwang, pensó que tenía objetivos similares. No mucho después de conocerse, él la llamó y le habló de un evento que formaba parte del Mes de la Herencia de Asia y el Pacífico en mayo de 2019. Se quejó de que los artistas chinos planeaban representar al Tíbet. “Me dijo que los chinos siempre estaban allí tergiversando la cultura tibetana”, dijo ella. Así que Diki ofreció un grupo de baile del Centro de Servicios Tibetanos, y el evento, según ella, fue un gran éxito. “Tenía razón, había un grupo chino que interpretaba una danza tibetana muy falsa”, me dijo. El grupo de Diki tuvo la oportunidad de presentar algo más auténtico. “Así que sentí, ¡oh, Dios mío, como que salvamos nuestra cultura!”.

La buena relación de Diki con Angwang no duró mucho. A finales de 2019, Angwang empezó a preguntar a Diki por qué presentaba la bandera tibetana y un retrato del Dalai Lama en el centro. Al principio, Diki cambiaba de tema cada vez que él lo abordaba. Cuando él siguió preguntando, ella sintió que no podía seguir ignorándolo. Diki dejó de responder a sus llamadas.

Diki, que nació en el Tíbet y llegó a Estados Unidos como estudiante universitaria, se ha enfrentado a las crecientes sospechas de otros tibetanos en Jackson Heights. En los últimos años, ha dirigido un viaje anual en grupo de exiliados tibetanos al Tíbet. Me contó que le costó muchos años obtener visados de turista para su grupo. Había probado con agencias de viajes chinas, pero ninguna podía ayudarla. “Les entusiasmaba ayudarte. Luego se enteraban de que eras tibetano-estadounidense y te abandonaban allí mismo”, me dijo. Diki suplicó a un amigo que organizaba grupos turísticos en Lhasa que la ayudara y consiguió su primer paquete de visados en 2014. El itinerario que diseñó fue estrictamente cultural. “Teníamos un guía turístico y había cinco o seis oficiales del Frente Unido durmiendo en nuestro hotel hasta el día en que nos dejaron en el aeropuerto”, dijo.

Diki estaba encantada de mostrar el Tíbet a niños que habían nacido en la India o en Estados Unidos. Pero las sospechas en la comunidad tibetana de Nueva York habían aumentado. “La gente empieza a preguntarse: ¿por qué esa persona consiguió [el visado]?”. me dijo Tendor. A principios de este año, en una publicación en las redes sociales, una organización juvenil tibetana acusó a Diki de ser una espía y de trabajar con el consulado chino. Ella escribió una carta en la que negaba sus acusaciones y amenazaba con llevarlas a los tribunales. Ahora que Angwang ha sido acusado de espionaje y la tensión es aún mayor, Diki está considerando cancelar definitivamente sus viajes de verano.

“A veces pienso: ” ¿Habrá mucho espionaje chino de por medio?“. me dijo Diki. ”Ahora estamos muy divididos, y eso es exactamente lo que quieren“.

Tendor suspira. Ser tibetano en el exilio es político, es ineludible. Poco antes de la pandemia, Tendor tenía previsto hablar en un acto en la universidad de Columbia sobre la vigilancia de China, pero fue clausurado después de que los estudiantes de la República Popular amenazaran con protestar.

Angwang no era un genio. No había descifrado ningún código ni desvelado ninguna trama revolucionaria. Pero en Queens no importaba. Su detención recordó a la gente que China está vigilando.

Angwang está en libertad bajo fianza y a la espera de juicio. Sea o no culpable, la cuestión del espionaje a las comunidades está creando dificultades en las relaciones entre Estados Unidos y China.

Tara ha puesto en marcha un negocio de venta de cecina y cebada al estilo tibetano. Dado que cada vez hay menos tibetanos que cruzan la frontera, Tendor siente que tiene la responsabilidad de garantizar que su hija hable tibetano. Sin embargo, es difícil encontrar libros y vídeos para enseñarle. (Hay uno, al menos, con un yak que aparece en el alfabeto tibetano).

China está cambiando rápidamente. Pero el cambio, señala Tendor, no siempre es para mejor. “No sé cómo arreglarlo”, dice Tara. “Vives la vida con este miedo bajo todo lo que haces. Tengo amigos estadounidenses que pueden hablar libremente. E incluso mientras ellos hablan libremente, tengo ese temor subyacente”.

Traducido por Emma Reverter

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