Si Donald Trump pierde, ¿se hunde el Partido Republicano?
Jueves por la noche en Kissimmee (Florida). Termina el acto de campaña de Donald Trump y en los altavoces suena You Can't Always Get What You Want (No siempre puedes conseguir lo que quieres) de los Rolling Stones. Un espectador de edad avanzada se acerca al sector reservado para la prensa. “¡Traidores! ¡Traidores! ¡Todos ustedes son unos traidores!”, grita a los periodistas haciéndoles un gesto obsceno con el dedo. “¡Que os den! ¡Cojan sus cosas y váyanse de aquí!”.
No es el único que acusa a una conspiración de la prensa progresista de los pobres resultados en las encuestas de Trump o de sus últimos percances: el enfrentamiento dialéctico con los padres de un capitán del Ejército de EEUU muerto en combate, y la insinuación de que Hillary Clinton podría morir asesinada. Con una fe inquebrantable, los fanáticos más acérrimos de Trump lo aclaman en Kissimmee con fervor religioso. Cuando su candidato critica a los periodistas, pasan del clamor al abucheo (contra los medios) con la misma pasión.
A medida que los críticos y encuestadores de Washington daban por perdedores a los republicanos, la sensación era de que estaban a la defensiva. Unas horas antes, Trump había hecho una extraña confesión. “Al fin y al cabo, o funciona o voy a tener un muy, muy agradable y largo período de vacaciones”, dijo a la cadena CNBC.
Si, tal y como sugieren las últimas encuestas, Trump realmente pierde, ¿qué va a pasar con los 13,3 millones de personas que lo votaron en las primarias republicanas? ¿Podrá el trumpismo sobrevivir sin Trump?
Mientras la multitud lanza los puños al aire y grita “¡Mentirosa!, ¡mentirosa!” o “¡Enciérrenla!”, varios asistentes al acto del jueves dicen al periódico The Guardian que Trump solo podría perder las elecciones si alguien las amaña. Frente a ese escenario, algunos se muestran dispuestos a seguir involucrados en política, aunque en otro partido diferente al Republicano, sobre todo si gente como Jeb Bush vuelve a tener poder. Todo un dilema para los republicanos más veteranos que tendrán que reconstruir el partido sobre las ruinas de una derrota posiblemente aplastante.
“El periodismo progresista está intentando manipular el voto para que no vayamos a votar”, dice Flora Reece, de 47 años, analista de negocios. “Sabemos que Trump va a ganar. Sabemos que será el próximo presidente de los Estados Unidos”. ¿Y si no gana? Reece responde con firmeza: “Será porque hubo votos de gente fallecida y de personas que no estaban registradas para votar. Traen inmigrantes para que voten por el Partido Demócrata. El sistema está amañado”.
Descendiente de afroamericanos y miembro del Partido Republicano de su pueblo, Reece no cree que los seguidores de Trump (entre los que hay muchas personas que se involucran por primera vez en política) estén dispuestos a salir de escena silenciosamente: “La gente está muy enfadada y muy furiosa. Antes, estaban acostumbrados a la apatía política, pero se empezaron a involucrar y se dieron cuenta de que, si uno se une al movimiento, se pueden cambiar las cosas”.
Según Reece, “el establishment del Partido Republicano está comprado” y “no hay grandes diferencias entre demócratas y republicanos”: “Ya tenemos planes para establecer un nuevo partido que una a los independientes, a los demócratas y a los republicanos bajo una misma bandera para recuperar el control de la Casa Blanca dentro de cuatro años”.
Corrupción en Washington
Melanie Parkham, de 56 años, está de acuerdo con ella: “Donald Trump ha expuesto en su totalidad el grado de corrupción que hay en Washington. Yo también estoy harta de los republicanos. Escuché a mucha gente decir que abandonaría el Partido Republicano”. ¿Y si Trump pierde? “Entonces sabríamos que Hillary Clinton amañó la votación. Yo me haría independiente. Tengo amigos de entre 40 y 60 años que sólo por Trump se registraron por primera vez en su vida en el censo electoral. Yo me voy a encargar de que sigan interesados en la política”.
Para ilustrar las vicisitudes de Trump tras la convención republicana, la revista Time publicó un dibujo de su cabeza escurriéndose como si fuera cera caliente, con la palabra “Fundido” como titular.
Tras la pelea que no podía ganar con la familia de Khizr y Ghazala Khan, padres de un soldado que murió combatiendo en Irak, el candidato republicano intentó recuperar la iniciativa con un discurso sobre la economía en Detroit. Pero no se había terminado la semana y ya había desatado otro escándalo con un comentario espontáneo, interpretado por casi todos como una incitación al asesinato de Hillary Clinton a manos de los defensores de la Segunda Enmienda (que defiende el derecho a llevar armas). Un día después, Trump empezó a describir a Barack Obama como “el fundador” del Estado Islámico. Finalmente, rectificó a primera hora del viernes.
A medida que las encuestas muestran una ventaja de dos dígitos para el Partido Demócrata y la incipiente posibilidad de que gane incluso en bastiones republicanos como Arizona, Carolina del Sur y Utah (la campaña de Clinton está dando señales positivas hasta en en Texas), crece el número de republicanos que se pelean por un bote salvavidas en este colosal Titanic. Pero el Mundo Trump está blindado a lo que se dice fuera. Algunos de sus simpatizantes, por ejemplo, llegaron a decir que Khizr Khan había recibido 375.000 dólares por denunciar a Trump (una afirmación sin ninguna prueba hecha en páginas web derechistas) y que, por lo tanto, era justo atacarlo.
Según el capitán retirado Terry Shields, de 66 años, que luchó en la guerra de Vietnam en 1969 y 1970, “fue una verdadera lástima que el propio padre haya sacado el tema”: “Creo que estuvo todo arreglado. Lo que más me preocupa es que los musulmanes tengan poder. Es obvio que Obama los está impulsando”.
De acuerdo con Shields, los comentarios de Trump sobre la Segunda Enmienda fueron “totalmente tergiversados” por los periodistas. Una postura compartida por muchos de los presentes en el acto de Florida (uno de los Estados decisivos en las elecciones).
Por supuesto, la base de apoyo de Trump no es un bloque monolítico, como no lo es el electorado de ningún candidato. Las generalizaciones son peligrosas y un dolor de cabeza para los estrategas republicanos el día después de las elecciones.
“Me subí a la ola Trump prácticamente desde el comienzo”, dice a The Guardian otro veterano del ejército, Brett Puffenbarger, de 29 años. Para él, “Trump era el único candidato republicano que no estaba del todo en contra del matrimonio igualitario y de la legalización de la marihuana”: “Era progresistas en temas sociales y conservador en materia económica, eso fue lo que más me atrajo”.
“Yo soy de origen judío, soy graduada universitaria y solía ser demócrata”, comenta Sabrina Motes, de 36 años. “Odio el estereotipo que dice que, si eres universitaria o judía, no puedes apoyar a Trump. Lo sigo en su carrera empresarial y creo que Trump es lo que necesita ahora este país”.
Comercial de una empresa farmacéutica, Motes no cree “que Trump sea el candidato perfecto”, una vez que hayan pasado estas elecciones. “Hay cosas de las que se puede aprender y cosas que podrían hacerse de otra manera. Se suponía que los republicanos deberían haber aprendido con lo de Mitt Romney, pero me parece que no fue así”.
A pesar de que todavía no ha votado nadie, la sospecha de elecciones amañadas se ha generalizado, aunque pocos estén dispuestos a predecir cómo reaccionaría la gente si eso ocurriera. Según Bob Kunst, de 74 años, demócrata desencantado y portador de una pancarta en la que se lee “Trump contra la Zorra”, “en este momento el enfado es grande y si Trum pierde, Dios no lo permita, habrá una revolución”: “Acaba de suceder una revolución en el Reino Unido con el Brexit”.
Charlie van Esler, de 60 años, vendedor de productos de inversión y partidario del senador republicano Marco Rubio, no comparte sus temores: “No tengo ninguna razón para pensar que las elecciones vayan a ser amañadas. Respeto el proceso democrático. Es falsa la idea de que los partidarios de Trump son sureños intolerantes y paletos”.
“El único candidato que me ha interesado”
En las afueras del estadio donde Trump se dirige a miles de partidarios (casi todos blancos), se venden insignias, gorras, camisetas y otros artículos. La bandera confederada flamea en el puesto de Ariel Robb, una enfermera de 26 años que insiste en que la bandera del Ejército sureño tiene que ver “más con la tradición que con el odio”.
Robb es una de las millones de personas que Trump incorporó al Partido Republicano: “Es el único candidato que me ha interesado en todos estos años. Es el único candidato que dice que, si hace algo mal, lo arreglará. Es un hombre verdaderamente inteligente y cualquier cosa es mejor que Hillary. No creo que Trump vaya a perder y, si pierde, creo que no pasará más de una semana antes de que le hagan un juicio político a Hillary”.
Mientras tanto, Kelly Steele (52) anuncia su mercancía: “¡Compre sus gorros y los pin con el lema ‘Haz grande a Estados Unidos de nuevo’, hechos en este país!”. El eslogan que remite al debate sobre la industria estadounidense frente al comercio mundial. “Si Trump pierde, no confío en que un hombre o una mujer gobierne EEUU. Confío en Dios”.
Mientras Trump tiene una casa de lujo en Florida y que en las primarias venció al senador de Florida Marco Rubio, en estados como Wisconsin no le está yendo tan bien. En Janesville, donde la tristeza postindustrial se hace evidente en la fábrica de coches cerrada y en el silencio del centro de la ciudad, el presidente de la Cámara de Representantes de EEUU, Paul Ryan, aplastó a principios de semana a su competidor (ligeramente parecido a Trump) en las primarias para el Congreso.
Fue una victoria importante para el establishment del Partido Republicano que, con resultados muy diversos, continúa luchando contra los conservadores de ultraderecha en las circunscripciones de todo el país. Los analistas no creen que, ante una derrota de Trump, surja una nueva camada de candidatos que lo emulen en las legislativas de 2018.
Según Heather Cox Richardson, historiadora del Partido Republicano y académica del Boston College, “los partidarios xenófobos y racistas de Trump van a alejarse y a cometer actos de violencia de bajo nivel”: “El Partido Republicano irá en una dirección mucho más progresista, como lo hacía el partido en la época de Nelson Rockefeller, Dwight Eisenhower y Teddy Roosevelt”.
En opinión de Cox Richardson, los republicanos “ya se reinventaron en otras ocasiones”: “Los seguidores de Trump motivados por el factor económico van a volver en un santiamén. Pensar que un partido va a ganar otra vez confiando plenamente en el voto de los mayores de 65 años es suicida. Aferrarse a Trump es suicida. Lo que me sorprende es que tantas personas dentro del partido piensen que su suerte sería peor si lo abandonan. Creo que la gente que no lo abandonó, como Paul Ryan, está perdida”.
Requisitos para la remontada
El Partido Republicano podría perder la carrera hacia la Casa Blanca en tres elecciones seguidas, algo que no ocurría desde la tercera derrota del Partido Demócrata en 1988. Según Al From, uno de los principales artífices del resurgimiento demócrata, “como primera medida, los republicanos tienen que desarrollar un plan político que todos quieran votar, y no solo una pequeña porción del electorado”.
En su opinión, “los republicanos se tienen que volver más libertarios en temas culturales para atraer a los votantes jóvenes, y deben expresar sus ideas de manera que den a entender que están abiertos a nuevos puntos de vista: ”(Los demócratas) no íbamos a ganar el voto de los antiabortistas en 1992, pero la gente veía a Bill Clinton y pensaba: 'No es tan radical en este tema, veamos qué dice sobre otras cuestiones'“.
“Si los gobernadores y los líderes no se involucran más en la construcción del partido, es posible que surja alguna clase de partido de recambio”, dice también From. Podría haber un realineamiento de los partidos durante las próximas dos o tres elecciones: “Con los republicanos, la situación es más extrema porque Trump quitó el control del partido a los líderes. Los líderes podrían recuperarlo, pero es posible que surja un tercer partido”.
El argumento de From recuerda a las recomendaciones del informe conocido como la autopsia republicana, encargada tras la derrota electoral de 2012. El informe abogaba por llegar más a los jóvenes y a las minorías raciales. También proponía terminar con la postura contraria a la inmigración.
Pero el Partido Republicano no siguió esa tendencia con una ley en el Congreso y después apareció Trump, con su plan de construir un muro. Frank Luntz, consultor y encuestador republicano, tampoco cree que el poco convencional magnate vaya a tener un legado político de larga duración. “Incluso en este momento, Trump tiene muy poca organización adecuada de alcance estatal. Tiene a seguidores fieles, pero muy desorganizados. Su campaña está recaudando y gastando mucho menos dinero que su rival, con cifras que jamás se han visto en la política moderna, y tan solo quedan 90 días para los comicios. No hay absolutamente nada que sugiera que este movimiento vaya a seguir más allá de su líder. Se ha convertido en la figura política más impopular hoy en Estados Unidos”.
Para Luntz, sería un disparate pensar en el fin del Partido Republicano: “Los republicanos ya han pasado por este tipo de períodos electorales difíciles y han salido más fuertes, más unidos y mucho más rápidamente de lo esperado. La debacle del candidato republicano Goldwater en 1964 llevó al resurgimiento de Nixon en 1968 y a una victoria aplastante por el 60% en 1972”.
“Tal vez el escándalo Watergate destruyera al Partido Republicano en 1974, pero pasaron sólo seis años y Reagan ganó sus elecciones por nueve puntos de ventaja, que cuatro años más tarde se convirtieron en veinte”, explica Luntz. “La derrota de George Herbert Walker Bush en 1992 iba a suponer el fin de los republicanos, pero dos años después ganaron en la Cámara de Representantes y en el Congreso por primera vez en 40 años. El Republicano es un partido muy resistente. No le lleva mucho tiempo recuperarse”.
Traducido por Francisco de Zárate.