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The Guardian en español

¿Puede ser Trump destituido o eso es solo una fantasía?

En una impresionante conferencia de prensa y espectáculo que tuvo lugar en febrero, Trump negó tener un vínculo inapropiado con el gobierno ruso

Tom McCarthy

Nueva York —

El 21 de julio de 2007, George W. Bush entró en el quirófano porque una colonoscopia rutinaria había detectado cinco pólipos que era aconsejable extirpar. Esta fecha no habría pasado a la historia si no hubiera existido una enmienda constitucional que prevé el traspaso de poder al vicepresidente en el supuesto de que el presidente no pueda ejercer su cargo.

Durante 125 minutos, el tiempo que tardó Bush en ser operado, recuperarse de la anestesia parcial, desayunar y volver a hacer comentarios ocurrentes, Dick Cheney ejerció las funciones del presidente de Estados Unidos (de hecho, algunos bromistas afirman que Cheney siguió ejerciendo de presidente de Estados Unidos en la sombra durante mucho más tiempo).

Incluso antes de que el director del FBI anunciara este lunes que la agencia está investigando la relación que mantuvo el equipo de la campaña de Donald Trump con Moscú durante las elecciones presidenciales de 2016, ya se había iniciado un intenso debate en Estados Unidos en torno a las normas que permiten un traspaso del poder presidencial o, en el caso de un comportamiento criminal o de emergencia, la revocación del mismo.

Incluso antes de que Trump jurara el cargo ya se oían rumores relativos a una posible destitución; el procedimiento constitucional más conocido para apartar a un presidente de su cargo. Han pasado dos meses desde la investidura, y estos rumores, así como la búsqueda de otras posibles salidas en caso de emergencia, han ido cobrando fuerza y han dado paso a un debate público que ya no habita en un mundo de fantasía del Partido Demócrata. “Prepárate para la destitución”, era el tuit que mandó una influyente congresista demócrata después de que el FBI anunciara que está investigando al presidente.

La misteriosa relación entre Trump y Rusia ha alimentado todo tipo de especulaciones en torno a si estamos ante un nuevo escándalo Watergate. En ese caso, la crisis que precipitó la caída de Nixon empezó en 1972 tras el robo de unos documentos en las oficinas del Partido Demócrata en el complejo de oficinas Watergate en Washington.

Nixon tuvo que dimitir dos años más tarde y se convirtió en el único presidente de Estados Unidos que ha tenido que renunciar a su cargo.

En una impresionante conferencia de prensa y espectáculo que tuvo lugar en febrero, Trump negó tener un vínculo inapropiado con el gobierno ruso. Las agencias de inteligencia estadounidenses consideran probado que Moscú desempeñó un papel relevante en la victoria de Trump. “No tengo nada que ver con Rusia”, indicó Trump: “Ya lo dije, no tengo negocios allí, no tengo nada”.

Sin embargo, es evidente la importancia tanto de las acusaciones como de la investigación del FBI.

“En una escala del 0 al 10 de posible cataclismo para el presidente, al escándalo Watergate yo le daría un 9”, escribió Dan Rather, el veterano presentador de televisión, en un post de Facebook. “Al escándalo por la posible vinculación entre Rusia y Trump le daría un 5 o un 6 pero está ganando intensidad cada hora que pasa. Podría ser que en el futuro, al analizarlo retrospectivamente, nos parezca tan grave como el escándalo Watergate. Podría convertirse en el baremo para juzgar los escándalos del futuro. Tiene todos los ingredientes necesarios…y eso es escalofriante”.

Trump podría ser destituido por otros motivos. Un movimiento que pedía la destitución de Trump por vulnerar la prohibición constitucional de aceptar determinados regalos (un problema que ha surgido porque el presidente no se ha distanciado de sus negocios inmobiliarios, de su hotel y de sus marcas) consiguió 875.000 firmas por Internet en un mes, según explica el impulsor de esta iniciativa, John Bonifaz.

“Creo que esta situación incómoda a muchos congresistas”, indica Bonifaz, un experto en Derecho constitucional y ganador de la prestigiosa beca MacArthur. “Creo que el Congreso de Estados Unidos pedirá a la Cámara de Representantes que inicie una investigación”.

En otro de los escenarios posibles, contemplado por la enmienda 25 de la Constitución de Estados Unidos, la misma que fue invocada por Bush cuando traspasó temporalmente sus poderes a Cheney, el vicepresidente, actuando conjuntamente con la mayoría de los miembros del gabinete de la presidencia, puede declarar que el presidente no es capaz de ejercer su cargo.

Para las personas que conocen las intrigas políticas, este es el escenario más atractivo, si bien lo cierto es que nunca se ha invocado esta enmienda para prescindir de un presidente en contra de su voluntad. ¿A qué conclusiones podemos llegar a partir de los procesos de destitución que han tenido lugar a lo largo de la historia de Estados Unidos?

Los antecedentes

¿Qué presidentes han tenido que enfrentarse a un impeachment? Dos presidentes, Bill Clinton (1998) y Andrew Johnson (1868). (El Congreso también puede destituir a jueces). Una comisión del Congreso también inició el procedimiento de destitución contra Nixon, pero este dimitió antes de que la Cámara de Representantes pudiera votar, así que técnicamente no fue destituido.

La destitución no equivale a una expulsión del cargo. Según la Constitución, el procedimiento de destitución se desarrolla en la Cámara de Representantes si una mayoría aprueba las bases para la destitución previamente presentadas por una comisión. La propuesta se envía entonces al Senado y se requiere que dos tercios de los miembros del Senado apoyen la opción de destituir al presidente. Si esto pasa, el presidente es apartado de sus funciones.

La Cámara de Representantes inició procedimientos de destitución contra Johnson y Clinton pero el Senado los absolvió y siguieron en el cargo.

Las claves

¿Por qué motivos se puede iniciar un procedimiento de destitución contra un presidente?

“Por traición, soborno, por otros delitos graves y faltes”, indica la Constitución. No es necesario precisar que esta ambigüedad genera mucho debate. A Johnson lo acusaron de haber vulnerado la ley al destituir a su secretario de Guerra. Tras la guerra, no tenía esa competencia. A Clinton lo acusaron de obstrucción a la justicia y perjurio ya que presuntamente había mentido a un gran jurado en una declaración bajo juramento sobre su relación con Monica Lewinsky.

Si Nixon no hubiera dimitido, el Senado tal vez lo habría acusado de uno de los cargos siguientes: obstrucción a la justicia, abuso de poder y por no atender a los requerimientos. En cualquier caso, el presidente Gerald Ford, que era el vicepresidente de Nixon y que lo sucedió, le concedió un indulto un mes después de la dimisión.

¿Se puede destituir a un presidente por alguna vía distinta al procedimiento de destitución?

Teóricamente sí, en virtud de la mencionada enmienda 25, que fue ratificada hace relativamente poco, en 1967, con el objetivo de agilizar cuestiones sucesorias que pasaron a ser dolorosamente urgentes tras el asesinato de John Kennedy. La enmienda 25 contempla un procedimiento mediante el cual un presidente puede ceder poderes debido a su incapacidad para desempeñar sus funciones (como en el caso de los pólipos de Bush) y un procedimiento aparte por el cual se puede quitar competencias a un presidente que es incapaz de desempeñar sus funciones.

En este segundo caso, juegan un papel clave el vicepresidente y los 15 miembros de más alto rango de su gabinete. Si el vicepresidente y una mayoría de altos cargos deciden que el presidente no es capaz de desempeñar las responsabilidades de su cargo, pueden enviar una carta al presidente de la Cámara de Representantes (en la actualidad, el republicano Paul Ryan) y al presidente pro tempore del Senado (el senador republicano por Utah Orrin Hatch) y, sin más, el vicepresidente sería el presidente en funciones.

El presidente puede recurrir esta decisión. Para que no prosperara su recurso, es necesario una mayoría de dos terceras partes de las dos cámaras del Congreso. La posibilidad de que Trump no se defendiera si su vicepresidente, Mike Pence, y su gabinete le hicieran la cama es impensable.

¿Cuánto puede durar el proceso de destitución?

Son pocos los precedentes como para decirlo a ciencia cierta. El proceso contra Clinton llegó al Congreso con relativa celeridad; unos tres meses. Este ejemplo puede llevar a confusión, si tenemos en cuenta que el fiscal especial Kenneth Starr investigó a Bill y a Hillary Clinton durante años; y también la relación del presidente con Monica Lewinsky. Starr entregó un informe con sus conclusiones a la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes, tras lo cual esta no necesitó llevar a cabo una laboriosa investigación.

¿Quién está pidiendo que Trump sea destituido?

Para empezar, cerca del 46% de estadounidenses que contestaron una encuesta sobre políticas públicas realizada el mes pasado. La opinión pública es relevante, ya que para que un proceso de destitución prospere el Congreso debe actuar y a menudo las opiniones de los congresistas dependen de las encuestas de opinión.

Cabe destacar que Nixon, un republicano, tuvo que hacer frente a la amenaza de destitución por un Congreso controlado por los demócratas mientras que Clinton se tuvo que defender ante un Congreso de mayoría republicana. Para que Trump fuera destituido, primero sería necesario que su propio partido le diera la espalda.

Y es por este motivo que el apoyo de las bases republicanas es clave. Si los votantes republicanos no abandonan al presidente, lo más probable es que los congresistas republicanos tampoco lo hagan. Por otro lado, no es descabellado pensar que un Congreso de mayoría republicana pudiera dar la espalda a Trump si a cambio puede tener un presidente con el que se sienta más cómodo: Pence, un excongresista y un conservador más tradicional y previsible.

Al menos tres congresistas demócratas han pedido el inicio de algún tipo de procedimiento de destitución. En febrero, Mark Pocan, de Wisconsin, dijo ante la Cámara de Representantes que si Trump no se desvinculaba de sus negocios “tendrían que tomar algunas medidas, como medidas legislativas, resoluciones de desaprobación e incluso explorar la posibilidad de un procedimiento de destitución”.

¿Qué cargos podrían presentarse contra Trump?

Bonifaz, del grupo Destituir a Trump Ahora (Impeach Trump Now) señala que Trump no se ha desvinculado de sus negocios y esto vulnera las normas de la Constitución relativas a los regalos o emolumentos.

Las investigaciones en torno a los vínculos entre Rusia y Trump o miembros de su equipo podrían dar paso a acusaciones de deslealtad. Si Trump tiene que prestar declaración, le podría pasar como a Bill Clinton y terminar siendo acusado de perjurio.

¿Abuso de poder? ¿Obstrucción a la justicia? Todo parece indicar que si más adelante el Congreso decide presentar cargos contra Trump podría elegir entre un amplio abanico de cargos posibles.

¿Qué se necesita en la práctica para conseguir que una cantidad suficiente de republicanos inicien un procedimiento contra Trump? ¿Recuerdan que los republicanos prometieron que si Hillary Clinton ganaba las elecciones, intentarían destituirla tan pronto como jurara el cargo? Lo que tal vez han olvidado es que para que un proceso de destitución prospere se necesita el apoyo de dos tercios del Senado. Los demócratas están en clara minoría pero tienen 48 escaños de 100.

La opinión de los votantes será el factor que determine que los republicanos apoyen a Trump o le den la espalda. Si los electores apoyan al presidente, el Congreso también lo hará.

¿Trump dimitiría, como hizo Nixon, si cree que puede ser destituido?

¿Cuál es el estado de ánimo de Pence? ¿Está implicado? Si Pence se convirtiera en el próximo presidente, ¿Lo indultaría? En este contexto completamente hipotético, tal vez Trump prefiriera apartarse y evitar ser destituido si tiene la seguridad de que Pence lo perdonará.

¿Podría negarse a colaborar?

Solo hace dos meses que es presidente y ya hemos oído las advertencias de miembros del Congreso, relativas a alguna crisis constitucional. Trump ha retado a varios jueces. Trump ha anulado reglamentos. Los tribunales han frenado decretos. Mientras Trump esté en la Casa Blanca, todavía pueden estallar nuevas crisis constitucionales y una de ellas podría ser la negativa de Trump a colaborar con un procedimiento de destitución. En este caso la siguiente pregunta es ¿quién está al mando del Ejército?

¿Podría negarse a dejar la Casa Blanca si lo hallan culpable?

Leer la respuesta anterior.

¿Pence caería con él?

Probablemente no. Hay una teoría que señala que uno de los factores para que los congresistas republicanos se decidieran a destituir a Trump sería que podrían tener el presidente que quieren, es decir, Pence.

El único precedente histórico de un “doble golpe” al presidente y al vicepresidente es la dimisión del vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, tras un escándalo de sobornos en 1973, un año antes de la dimisión de Nixon. Sin embargo, los delitos cometidos por uno y otro no guardaban relación.

¿Podría ser que la posibilidad de una destitución sea una mera fantasía de los progresistas o de los conservadores más puristas que no soportan que Trump haya ganado?

Esto podría no ser cierto; durante dos meses consecutivos la popularidad de Trump ha caído a mínimos históricos. Según Gallup, tiene un índice de aprobación del 37%; 24 puntos por detrás de la media de los primeros mandatos de otros presidentes estadounidenses.

Además, desde un punto de vista político, algunas actitudes de Trump son temerarias. Durante la campaña se negó a mostrar su declaración de la renta, como siempre han hecho los candidatos, y dijo que no tenía por qué hacerlo. Tampoco se ha distanciado de sus negocios y esto le podría provocar quebraderos de cabeza legales que otros presidentes han evitado. Y, por último, Trump es una persona completamente ajena a Washington. Esto lo hace muy vulnerable si se producen luchas internas en la administración y, además, alguien lo podría traicionar. Las filtraciones de documentos de las agencias de inteligencia son una buena muestra de ello.

Por otro lado, es cierto que la victoria de Trump ha sido un golpe muy duro para los progresistas, más incluso que la reelección de Bush en 2004 a pesar de todas las atrocidades cometidas durante la guerra de Irak. Durante los ocho años que Obama estuvo en la Casa Blanca, los republicanos sufrieron un “síndrome de desvarío” y se opusieron frontalmente al presidente sin ser capaces de visualizar un objetivo más elevado.

¿Podría ser que ahora los progresistas y los conservadores más puristas sufran un síndrome parecido? Es posible. Ya lo averiguaremos.

Traducido por Emma Reverter

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