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Estados Unidos aprende la lección de su brutalidad en Irak

Miembros del ejército iraquí celebran su victoria ante ISIS en la región suní de Al Anbar.

Javier Biosca Azcoiti

Más de medio año después del inicio de las operaciones, el Ejército de Irak, con la ayuda de Estados Unidos, está a punto de recuperar la ciudad de Mosul de manos de ISIS. La organización yihadista retrocede, pero la victoria militar no es una victoria absoluta, y Estados Unidos lo sabe.

Faluya, 2004. Una ciudad de unos 300.000 habitantes repleta de insurgentes islamistas. Un asedio y una ofensiva estadounidense despiadada intentarán tomar el control de la ciudad pero la ciudad será diez años después la primera donde ondee la bandera de ISIS. Faluya es el ejemplo de lo que puede ocurrir tras una ilusoria victoria militar. Aparentemente, EEUU ha aplicado las lecciones aprendidas en la actual ofensiva de Mosul.

En 2004 los insurgentes no plantaron su bandera en Faluya, pero colgaron los cuerpos calcinados de cuatro mercenarios estadounidenses desde el puente que cruza el río Tigris. La respuesta estadounidense: la primera ofensiva sobre Faluya en abril de 2004. La ciudad siguió siendo un nido de insurgencia y en noviembre comenzó la segunda ofensiva, denominada Phantom Fury (furia fantasmal), un nombre apropiado para lo que estaba por llegar.

Ambas operaciones, Faluya 2004 y Mosul 2016, comenzaron con advertencias de la ONU sobre el peligro que corría la población civil. En Faluya, además, el secretario general de Naciones Unidas se mostró abiertamente en contra de la operación. “He hablado con las autoridades estadounidenses sobre esto y la necesidad de prudencia. Una confrontación violenta jugaría a favor de la resistencia y tendría una amplia reacción en la región”, afirmó Kofi Annan. “Cuanto más dañe la ocupación a los civiles, más crecerán las filas de la resistencia”, pronosticó acertadamente. Pero Estados Unidos hizo caso omiso.

La brutalidad de Faluya

La ciudad de Faluya se quedó prácticamente vacía. De acuerdo con la ONU, solo entre 30.000 y 50.000 personas– de aproximadamente 300.000– se quedaron. La total destrucción se justificó así: de acuerdo con el Cuerpo de Marines, responsable de la operación, en el momento del ataque tan solo había 5.000 civiles en la ciudad. Es decir, de las decenas de miles de personas que se quedaron en Faluya, para los militares de EEUU solo 5.000 eran inocentes.

La fuerza invasora se autoconcedió vía libre para atacar y presumir que todas las personas de Faluya eran terroristas. Los marines, por ejemplo, tenían autorización para disparar a cualquier hombre en edad militar, armado o no, que estuviese en la calle tras la caída del sol, según informó the New York Times.

Antes de la ofensiva, EEUU aisló la ciudad e impuso un estricto bloqueo sobre la misma. Limitó la libertad de movimiento de sus ciudadanos e incluso impidió regresar a los residentes a los que el bloqueo sorprendió fuera de la ciudad.

Tanto en Faluya como en otras ciudades, EEUU cortó servicios de luz y agua e impidió el suministro de alimentos. En 2005, el enviado especial de la ONU sobre el derecho al alimento, Jean Ziegler, denunció estas prácticas. “Las fuerzas de la ocupación están utilizando el hambre y el acceso al agua como un arma de guerra contra la población civil”, denunció Ziegler.

Posteriormente llegó la destrucción masiva. Los soldados entraron casa por casa, EEUU tomó y bloqueó el principal hospital de la ciudad, prohibió la circulación de vehículos, atacó ambulancias y destruyó, al menos, el 50% de los edificios (algunas estimaciones elevan la cifra al 70%). La cifra de bajas civiles no está clara. Además, un año después de la ofensiva, EEUU reconoció haber utilizado el fósforo blanco como armamento.

Una vez acabada la operación, los ataques terroristas continuaron y muchos antiguos residentes empezaron a regresar a la ciudad. A los que intentaban volver se les tomaron las huellas y pasaron un examen de retina para tenerlos controlados. Además, el gobierno estadounidense les obligó a llevar tarjetas de identificación especiales como residentes de la peligrosa ciudad de Faluya, habitada casi por completo por suníes.

El terrorismo nunca desapareció de la ciudad y diez años después, esos ciudadanos se levantaron contra el gobierno iraquí, controlado por partidos chiíes sectarios y apoyado por EEUU. Sus manifestaciones fueron brutalmente reprimidas por las autoridades y ello permitió la entrada en escena del Estado Islámico que, para alivio de los residentes, echó de la ciudad a las fuerzas de seguridad. Faluya se convirtió así en la primera ciudad tomada por ISIS.

Un cambio de estrategia, pero un país destruido

La estrategia de Estados Unidos en el caso de la operación de Mosul, iniciada en octubre de 2016, ha sido diferente. En primer lugar, EEUU no está envuelto en una guerra casa por casa, sino en una guerra desde el aire. Es consciente del coste político de las bajas estadounidenses. Son el Ejército y las milicias iraquíes las que llevan a cabo el trabajo sobre el terreno.

Por otro lado, la situación internacional ha cambiado y los gobiernos árabes suníes no ponen obstáculos en público a la campaña militar contra ISIS. 

Mosul es una ciudad mucho más grande que Faluya y el ISIS está mucho mejor preparado que la aparentemente improvisada insurgencia de Faluya de 2004. De acuerdo con datos de la ONU, la operación de Mosul ha desplazado a 668.000 personas. Estas complejidades han alargado la operación durante más de medio año, mientras que las ofensivas de Faluya apenas duraron unos días.

Conscientes de los errores del pasado, EEUU está esforzándose en preocuparse en público por las necesidades humanitarias de la población civil.

Tanto Irak y EEUU como la ONU están dando información abundante sobre el suministro de agua potable (4.500 metros cúbicos de agua distribuidos diariamente) y comida, las personas reasentadas en la ciudad (118.000) y el número de civiles heridos transportados a hospitales (12.300) desde el comienzo de la operación. También denuncian las atrocidades de ISIS que, según ellos, no permite el acceso a los hospitales.

Eso no ha impedido que se cometan muchos y graves errores y las víctimas civiles se cuentan por miles. La ofensiva de Mosul dura ya ocho meses y, de acuerdo con un recuento a la baja de la organización Airwars —siempre a partir de más de una fuente—, solo en abril los bombardeos aéreos mataron al menos a 636 civiles. En marzo, un solo bombardeo de la Coalición mató a unos 200 civiles. Además, ISIS está utilizando a la población civil como escudos humanos para dar la impresión de que aquello es como Faluya.

La victoria militar en Mosul es irreversible, pero aunque se reconquiste todo el territorio de manos de ISIS, en Irak sigue existiendo un problema político y social de difícil solución, especialmente desde la fallida invasión de 2003, que ha permitido la expansión de ISIS y que podría ser caldo de cultivo para futuros problemas.

Iyad Allaui, actual vicepresidente, exprimer ministro y viejo socio y aliado de Estados Unidos, lo dejó muy claro a principios de año: “Va a hacer 14 años [de la invasión] y no tenemos nada. No tenemos instituciones para hacer nada y si alguien te dice lo contrario te está mintiendo. No tenemos dinero, tenemos terrorismo y unos cuantos miembros del Ejército luchando contra ellos”.

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