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Xi Jinping consolida su poder con su reelección para un tercer mandato presidencial en China

El presidente chino, Xi Jinping, presta juramento en la Asamblea Popular Nacional (APN), en Pekín.

EFE / Jesús Centeno

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El presidente chino, Xi Jinping, ha consolidado este viernes su poder después de que la Asamblea Nacional Popular (ANP, equivalente a un Legislativo) le designase para un tercer mandato presidencial de cinco años (2023-2028) inédito entre sus predecesores.

El pleno de la ANP ha ratificado la permanencia de Xi, también secretario general del gobernante Partido Comunista de China (PCCh), después de que el órgano aprobase en 2018 una enmienda constitucional que eliminaba el límite de dos mandatos consecutivos de cinco años para los presidentes chinos.

Los 2.952 diputados presentes en la Asamblea, en la que es altamente infrecuente que se plantee oposición a las medidas presentadas, han aprobado la continuidad de Xi como jefe de Estado de forma unánime.

En el pleno, celebrado en el Gran Salón del Pueblo, situado en la plaza de Tiananmen, se han refrendado además los nombramientos de Han Zheng como vicepresidente y de Zhao Leji como presidente del Comité Permanente de la ANP, puesto que corresponde al de jefe del Legislativo.

Tras las votaciones, Xi, Han y Zhao han procedido a jurar la Constitución china. Asimismo, los diputados han dado luz verde, también unánimemente, a un tercer mandato de Xi como presidente de la Comisión Militar Central, cargo que equivale al de jefe de las Fuerzas Armadas del país asiático.

El pasado octubre, Xi revalidó su puesto como secretario general del Partido Comunista Chino para un tercer mandato inédito entre sus predecesores inmediatos. Así, queda reforzado el control del mandatario sobre los tres brazos del poder: el Estado, el PCCh y el Ejército.

En los últimos años, y a fin de llegar a este escenario, Xi ha logrado eliminar de la Constitución la frase que establecía un límite de dos mandatos consecutivos, además de incluir sus teorías políticas en el texto para agrandar el culto a su personalidad y de la concentración del poder en torno a su figura.

El ascenso de Xi

Nacido en Pekín en junio de 1953, Xi se enroló en el PCCh a los 22 años, pero antes de comenzar a escalar posiciones en la formación tuvo que esperar a la rehabilitación del clan familiar: a su padre, vice primer ministro a principios de los 60, lo purgaron durante la Revolución Cultural –no fue liberado hasta 1975–, mientras a él lo “transfirieron” a una región remota de la provincia de Shanxi.

Poco a poco, Xi se labró fama de pragmático y ambicioso, y comenzó a construir su propia red de fieles en las provincias costeras del país –las más desarrolladas– hasta ser nombrado gobernador de la de Fujian y, después, secretario del PCCh en Fujian y Shanghái.

También estuvo en el lugar y el momento adecuado: a finales de la década de 2000, el Partido buscaba un candidato con pedigrí y se pensó en él –aupado por la figura de su padre, rehabilitado y encumbrado durante las reformas de la década de 1980– para sustituir al entonces presidente Hu Jintao.

El PCCh apostó por un liderazgo fuerte, lo que le valió para conseguir en 2012 la secretaría general de la formación y, al año siguiente, la presidencia del país bajo la promesa de combatir la corrupción imperante –aunque los críticos aseveran que usó esa estrategia para erosionar a sus rivales– y sentar a China en la mesa de las grandes potencias del planeta.

El Partido lo apostó todo a la carta de Xi, enterrando las reformas que Deng Xiaoping introdujo en 1982 y que durante décadas estructuraron un poder colegiado y limitado que evitara los excesos de la era de Mao Zedong.

Aunque el culto a la personalidad ha existido hacia otros líderes chinos, como el carismático Jiang Zemin, fallecido el año pasado, Xi no se anduvo con remilgos y comenzó a promocionar guías teóricas que anunciaban la llegada de una “nueva era” en la que China se modernizaría para 2049, año en que la República Popular conmemorará su centenario.

Desafíos por delante

La creciente rivalidad con Estados Unidos, el potencial conflicto con Taiwán –isla que Pekín reclama–, los retos demográficos o reactivar la economía, maltrecha por la burbuja inmobiliaria y por los tres años de aislamiento como consecuencia de la estricta política del cero COVID, serán algunos de los desafíos para Xi en el próximo quinquenio.

Para afrontarlos, el mandatario ya se rodeó en el XX Congreso de un nuevo equipo con hombres de confianza, a la postre quienes tendrán que rendir cuentas para lograr metas como la “prosperidad común”, la “autosuficiencia tecnológica” o la “reunificación” de Taiwán.

El propio Xi ha advertido muchas veces de que China navegará en un “mar tormentoso” en los próximos años, lo que augura llamados a la máxima obediencia y a la unidad en el seno del PCCh.

Pero su mayor desafío, según los expertos, será lidiar con la incesante y creciente tensión entre Washington y Pekín. “China quiere convencer al mundo de que su modelo de desarrollo funciona y puede superar a Estados Unidos”, comenta el profesor Xie Maosong, de la Universidad de Tsinghua, al diario South China Morning Post. “Pero para llegar a esa meta, Xi debe primero reactivar la economía y cumplir con los objetivos de autosuficiencia tecnológica en medio de un entorno externo hostil y desfavorable”.

Además, Xi inaugurará su mandato después de que el pasado diciembre afrontara protestas insólitas por el descontento popular ante la política de COVID cero que condicionó la vida en el país.

No en vano, su tercer mandato también levanta suspicacias entre quienes auguran “un empeoramiento de los derechos civiles y políticos, los cuales ya estaban gravemente restringidos, dado que las autoridades responden a las quejas con más censura, detenciones arbitrarias y represión”, denunció el año pasado la ONG Human Rights Watch.

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