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¿Quién mató al rey?

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1 de septiembre de 1054, inmediaciones de Atapuerca. Los ejércitos de los reyes hermanos Fernando I de León y Castilla y García Sánchez III, el de Nájera, se enfrentan en una batalla cuyo resultado marcará los devenires de ambos reinos en los siguientes años. Las causas del enfrentamiento parecen ser las disputas sobre parte de los territorios castellanos, aunque algunas fuentes no muy afines a don García nos hablan de la envidia que este tenía hacia el piadoso don Fernando. En todo caso, todos los que no son hijos únicos han tenido algún roce con sus hermanos y hermanas, solo que en la Edad Media las cosas se resolvían de otra manera. Como resultado del enfrentamiento, el rey pamplonés muere. Y es aquí donde empieza el problema del que hablaremos hoy. No sé si podríamos considerar esta columna como un true crime, pero supongo que va a ser algo muy parecido. Sabemos ya que el rey ha muerto, pero… ¿Quién mató al rey? Acompáñenme en esta investigación para saber si seremos capaces de encontrar al culpable.

Existen varias versiones sobre los hechos, todas ellas escritas tiempo después de los acontecimientos que narran. Esto supone un primer problema, ya que no sabemos hasta qué punto nos están contando la verdad, una media verdad o un relato inventado con algún fin concreto que va más allá de dar una explicación a este misterio. Para empezar, las dividiremos en tres grandes bloques según quiénes son los acusados.

La versión más antigua y repetida es la que cuenta que unos caballeros de origen leonés aprovecharon el fragor de la batalla para acabar con el pamplonés. Así, vengaron la muerte del rey Bermudo III de León, hermano de la esposa de Fernando I, doña Sancha, en Tamarón. Según la Legionense (anteriormente conocida como la Silense), “estos militares, siendo en su mayoría de la parentela del rey Bermudo, cuando se percatan del vivo deseo de su señor de coger vivo a su hermano más bien que muerto, según creo por instigación de la reina Sancha [nota de la autora: mujer tenía que ser…], anhelaban singularmente vengar por sí la común sangre.” Entre otras fuentes medievales, la Crónica Najerense narra exactamente la misma versión. Tiempo después, ya en el siglo XV y fuera del ámbito político castellano, la Crónica de los reyes de Navarra del Príncipe de Viana recogerá de nuevo este relato.

Parece convincente, pero contiene numerosos matices que merecen nuestra atención (sin descartar que contenga una carga de realidad histórica). El más importante, se trata de obras cuyos intereses son claramente pro-castellanos. En este sentido, no sorprende que, según sus autores, estos hombres actuasen en contra del deseo del rey de León y Castilla de prender a su hermano con vida.

Hay otros sospechosos: unos caballeros navarros descontentos con su rey. Algunos autores, como el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada en De Rebus Hispaniae, nos cuentan que esta sublevación comienza cuando García el de Nájera rechaza la propuesta de paz que su hermano le hizo llegar a través de sus embajadores. Añade, además que esto ya estaban muy enfadados por las acciones previas del rey pamplonés. Así, el nivel dramático se incrementa notablemente con la adición de la “traición” de dos magnates navarros que deciden abandonar a su rey y pasar a formar parte de las filas enemigas. En este caso, además, se va a producir una hibridación de dos versiones que viene a reforzar la imagen negativa de García Sánchez III, que ahora ha muerto a manos de sus propios hombres. Ha desaparecido cualquier mención hacia el deseo de revancha de doña Sancha, al menos en esta versión, y los leoneses, con su avance en medio de la batalla hasta la posición del soberano pamplonés, han pasado a ser los meros precursores de la venganza de los navarros. De nuevo, este relato se repetirá en otras fuentes: tanto la Estoria de Alfonso X como la Crónica de Castilla mantendrán esta versión de la muerte del rey a manos de los dos navarros desheredados.

También parece convincente, pero de nuevo plantea problemas. El primero de ellos es el tiempo transcurrido entre estas versiones y la anterior. Hay que tener en cuenta que han pasado prácticamente dos siglos, y eso es tiempo más que suficiente para que el relato de los hechos se deforme. Piensen en el juego del teléfono escacharrado e imaginen qué pasaría si lo alargamos casi 200 años. Además, la adición de estos dos personajes navarros vendría a reforzar la imagen negativa de don García y la positiva de don Fernando, tendencia que se venía desarrollando desde hacía mucho tiempo.

Y llegamos así a la tercera versión. Se trata de la que menos éxito tuvo en época medieval, ya que solo aparece recogida en una única fuente, pero que tuvo un largo recorrido en momentos posteriores. Según los Anales Compostelanos, el regicida fue un único caballero pamplonés que, aprovechando el fragor de la batalla, se vengó del rey don García después de que este hubiera deshonrado a su esposa.

Podemos apreciar el éxito a medio plazo de esta última versión en obras de carácter cronístico o recopilatorio de sucesos históricos, como la Historia de los reyes de Castilla de Prudencio de Sandoval (por otra parte, uno de los grandes manipuladores del pasado), autor que otorga toda credibilidad a esta al considerarla “muy verdadera y escrita en aquellos tiempos”. Lo mismo puede leerse en otros volúmenes elaborados por Diego de Colmenares o Juan Ferreras, por ejemplo. Es más, cuando abandonamos las obras históricas o recopilatorias y nos adentramos en la producción puramente literaria nos damos cuenta de que ésta será la versión predilecta de varios autores, que la desarrollarán hasta límites insospechados para formular historias y narraciones cargadas de una gran emotividad. Y así llegamos hasta la representación de la batalla que hoy en día podemos ver en Atapuerca.

Pero ¿por qué una versión que solo aparece recogida en un único documento y que en su propia época fue ignorada ha sido la que ha llegado hasta nuestros días y ha provocado ríos de tinta? Una posible respuesta a esta cuestión la encontramos en la aplicación de los principios de las ciencias cognitivas al estudio de la literatura y los procesos de creación de memoria histórica. Según estos, aquellos relatos o historias que nos conmueven al tratar emociones que todos somos capaces de reconocer quedan grabados con mayor facilidad en nuestra memoria, siendo así más fáciles de transmitir de individuo a individuo. Sin embargo, ello no implica que esta sea la versión más cercana a la realidad, sino que es la que más se ha repetido y la más conmovedora.

Y con ello volvemos a la pregunta inicial: ¿quién mató al rey? Seamos francos: no lo sabemos. Probablemente nunca lo sepamos con certeza, y esto es algo que a las historiadoras nos pasa más a menudo de lo que pueden pensar. Puede parecer frustrante, pero al mismo tiempo es hermoso. ¿Qué mejor que un buen misterio histórico para dejar volar la imaginación e invitarles a visitar Atapuerca por motivos que van más allá de lo puramente arqueológico?

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