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De la realidad a la ficción o de la ficción a la realidad. La inquietante mirada de Isaac Rosa merodea por los recovecos de la actualidad para contarla, semana a semana, de otra manera

Cosas que hacer en Halloween si todavía no estás muerto

Cosas que hacer en Halloween si todavía no estás muerto

Isaac Rosa

“Aquí huele a muerto”, dice el zombi, pero nadie le ríe la gracia.

“Unos más que otros”, le responde la vampiresa, pero no sabemos por quién lo dice, no levanta los ojos del café, la cucharilla girando.

“Lo digo en serio”, insiste el zombi, “estamos todos muertos, ¿no os dais cuenta?”

Esta vez es el fantasma quien lo corta: “Ya sabemos que estamos muertos, no necesitamos que nos lo recuerdes a cada rato. Se supone que hoy el día iba de pasarlo bien”.

Volvemos a quedar unos segundos en silencio, hasta que el del cuchillo clavado en la cabeza suspira y pone voz a lo que todos pensamos: “Esto es una mierda”.

Todos lo pensamos, o casi todos, el payaso no: “Arriba esos corazones, colegas, hoy estáis todos amargados. Más que miedo dais pena, vaya caretos.”

Mira quién fue a hablar: el payaso, que dice que va de Pennywise y más parece un animador de cumpleaños cutres. Pero con sus palabras consigue que nos miremos unos a otros, para confirmar el conjunto penoso que formamos. Aquí estamos los ocho, alrededor de la misma mesa de todas las mañanas: el zombi, la vampiresa, el fantasma, el del cuchillo en la cabeza, el payaso, la Catrina, yo que voy de muñeco diabólico. Y Chacón, del que todos hicimos la misma gracia cuando lo vimos llegar esta mañana: “Qué susto me has dado, Chacón, vaya pinta terrorífica traes”, “¿Habéis visto lo conseguido que está el disfraz de monstruo de Chacón?”, “Vaya maquillaje guapo de muerto, Chacón”. Sobra decir que es el único de nuestro departamento que no se ha disfrazado. Llegó unos minutos tarde, pasó junto a las mesas donde los monstruos tecleábamos o atendíamos clientes, y apartó de un manotazo la calabaza y las telarañas que le habíamos colgado en su ordenador.

Ahora, en la cafetería, se empeña en recordarnos lo gilipollas que somos: “En serio, no me esperaba que os acabaseis disfrazando, no está el horno para bollos”.

“Tampoco pasa nada por divertirse un día”, dice el payaso.

“¿Divertirse?”, pregunta Chacón, “¿vosotros os divertís así? Son ellos los que se divierten a nuestra costa; se deben de estar descojonando ahí arriba, diciéndose: mira estos pringaos, se han tragado lo de aprovechar Halloween para mejorar el ambiente de trabajo, han venido todos vestidos de mamarrachos”.

“No te pases, Chacón”, se enfada el fantasma, y para reforzar su enfado da un golpe en la mesa con la bola de plástico que lleva encadenada al cuello. “Además, a ti siempre te parece todo mal. Como cuando pusieron el futbolín, que también te quejaste de que la empresa quisiera ir de guay en plan Silicon Valley; pero luego bien que te gusta echar partidas…”.

“Yo estoy con él: somos gilipollas, se ríen de nosotros”, dice la Catrina, y se refriega la cara con una servilleta de papel, churreteando el maquillaje de calaverita mexicana.

“Lo que es de gilipollas es estar todo el día amargados”, sonríe el payaso; “yo creo que la idea era buena, para que nos animemos, que últimamente hay demasiada tensión y mal rollo en la empresa. ¿Qué tiene de malo que celebremos Halloween? Todos os habéis divertido esta mañana madrugando un poco más para disfrazaros, y al salir de casa y que os señalasen los vecinos, en el autobús, al llegar al trabajo, o cuando hemos entrado en la cafetería y nos han aplaudido. No sé vosotros, pero yo llevo una mañana estupenda, he cerrado dos ventas. El buen humor es productivo. Y a los clientes también les gusta, transmite una imagen de empresa moderna, de trabajadores contentos”.

“Una imagen falsa, entonces”, insiste la Catrina.

“Va, cambiemos de tema”, propone el fantasma: “esta noche tengo plan con mis hijos, cine de terror y palomitas. ¿Me recomendáis alguna peli terrorífica, pero terrorífica de verdad?”

“La de la monja”, sugiere la vampiresa. “O la de las chavalas esas que hacen güija, cómo se llamaba”, intenta recordar el zombi, y todos nos sumamos a la conversación: “Las mejores son las antiguas, la de George Romero de zombis en blanco y negro”. “Las de zombis ya no les dan miedo, han visto demasiadas”. “Mi hija se cagó con Los pájaros, la de Hitchcock”. “A mí los pájaros me dan pánico, incluidas las palomas”. “Las palomas son las ratas del cielo”. “Ratas, no puedo ni nombrarlas, un día me encontré una en el almacén y no he vuelto a bajar”. “A mí lo que me da miedo es el parking, sobre todo cuando salgo tarde; siempre pienso que me va a saltar alguien de detrás de una columna”. “Sí, te puede salir Jason con la motosierra”. “El de la motosierra era de otra película”. “¿No os ha pasado alguna vez que os despertáis en mitad de la noche con la sensación de que alguien os estaba mirando?” “Vete a la mierda, que hoy estoy sola en casa y me cago”. “¿No os dan miedo las muñequitas esas antiguas de porcelana, que se les cae la peluca y quedan calvas?” “¿Y los muñecos de ventrílocuo? ¡Esos son los peores!”.

“A mí me da miedo pedir el saldo en el cajero”, suelta la Catrina, los ojos cercados de pintura negra refregada.

“¿Sabéis si hemos cobrado?”, pregunta el fantasma.

“No; pregunté en contabilidad y todavía no han firmado la orden”, informa la vampiresa.

“¿Te han dicho si incluirán los atrasos?”, pregunta el del cuchillo en la cabeza, y la vampiresa niega con la cabeza, enseñando los colmillos falsos.

“A mí me da miedo cada vez que me llama el jefe de personal”, insiste la Catrina.

“Yo me acojono cuando veo llegar un chico nuevo, a ver a quién sustituirá”.

“Para miedo, el correo de los lunes con los objetivos semanales”.

“A mí me da tembleque cada vez que nos sorprenden con otra idea genial: el futbolín, el sábado de paintball para reforzar el espíritu de equipo, ahora disfrazarnos en Halloween. Suele ser anticipo de malas noticias”.

Quedamos en silencio, ya los desayunos consumidos, los fumadores liando tabaco para fumárselo de vuelta a la oficina. En la barra, dos trabajadores con mono y salpicaduras de pintura cuchichean sobre nosotros, ríen. La pandilla basura.

“Aquí huele a muerto”, dice otra vez el zombi, pesado: “en serio, estamos muertos y no lo sabemos, como en la peli aquella del niño. Seguimos trabajando como si nada, pero tenemos un pie en la tumba. ¿Sabéis cuánto gana el chaval nuevo ese que acaba de llegar a postventa?”

“Ni él lo sabe, porque le han hecho contrato mercantil, va a comisión”.

“El chaval que por cierto no se ha disfrazado. Será un precario, pero más digno que nosotros”.

“Nos van a hacer truco o trato, lo veo venir: o aceptamos otra bajada de sueldo, o a la puta calle”.

“Eso más que truco o trato es susto o muerte”.

“Y si eliges susto tampoco te libras de la muerte, solo la retrasas un poco”.

Nos levantamos para pagar cada uno su café y volver al cementerio, a la casa encantada, al castillo siniestro, al sótano. Todos menos Chacón, que sigue sentado.

“¿Y ellos no tienen miedo de nada?”, pregunta en voz alta, para nadie, para todos.

“¿Ellos? ¿Qué ellos?”, dice alguien, pero Chacón sigue su discurso:

“Es que parece que aquí los sustos van siempre en la misma dirección. Alguna vez podríamos ser nosotros los que les metamos el miedo en el cuerpo, ¿no?”

“Vale, ahora cuando subamos voy a la zona noble y los aterrorizo un poco, uuuuuuuh”, bromea el fantasma agitando las manos por delante.

“Yo estoy con Chacón”, dice la Catrina, “un día vamos a ser nosotros los que les demos el susto”.

“A las barricadas, a las barricadas…”, tararea burlón el payaso.

“Deberíamos hablar con la gente de comercial y con los del almacén”, baja la voz Chacón: “ellos están peor que nosotros. Ninguno se ha disfrazado hoy”.

“Yo paso de vuestro rollo revolucionario, que además hoy tengo trabajo de sobra y no quiero salir a las mil”, se despide el fantasma aleteando.

“Mejor que se vaya, que es un chivato”, susurra la vampiresa, y Chacón continúa: “Hablé con un amigo, en su empresa montaron comité de empresa. Me ha dicho que contactemos con algún sindicato y…”

“Los sindicatos no asustan a nadie ya”, interrumpe el payaso, pero ni caso, solo atendemos a Chacón: “…nos asesorarán para que hagamos todo bien. Con más de cincuenta trabajadores podemos tener comité de empresa y…”

“No somos cincuenta”, corrige el del cuchillo en la cabeza: “si quitas los dos departamentos externalizados y los chavales nuevos, en plantilla no llegamos ya a treinta”.

“En ese caso podemos elegir delegados que nos representen”, afirma Chacón.

“Yo creo que ya es tarde para todo eso, apestamos a muerto”, insiste el zombi, “¿no veis los buitres haciendo círculos sobre nosotros?”

“Pues yo no pienso morirme sin al menos darles un susto”, dice la vampiresa.

“Hay que hablar con los demás departamentos”, sigue Chachón, “y juntarnos en una primera asamblea. ¿Qué tal hoy mismo, a la salida?”

“¿Así disfrazados?”

“Podemos reunirnos en el parking, ¿a las siete?”.

“Que a mí los parking me dan miedo”, sonríe la Catrina.

“Te dan miedo cuando estás sola”, digo yo.

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