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Ángel Garrido, el eterno concejal de distrito rescatado por Botella y aupado por Cifuentes

Ángel Garrido, el eterno concejal de distrito rescatado por Botella y aupado por Cifuentes.

Sofía Pérez Mendoza

Su cercanía a la expresidenta Cristina Cifuentes ha hecho dudar a Génova hasta el final. Pero la transición tranquila, sin riesgos, la “más natural” para algunos en el partido, ha pesado en favor del desconocido Ángel Garrido. El secretario general del PP de Madrid y mano derecha de Cifuentes durante toda la legislatura dirigirá el Gobierno de la Comunidad de Madrid hasta las elecciones de 2019.

Cifuentes quería que fuera él su sucesor y así lo dejó indicado a la dirección nacional del partido. De lo contrario, argumentó, se abriría una crisis en el PP de Madrid. “Nadie entendería que fuera otro”, “se conoce el gobierno al dedillo”. Son los argumentos que han sonado sin parar en la Puerta del Sol, donde el pasado Dos de Mayo la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, escenificó con su asistencia de última hora su apoyo a la opción continuista. 

Hombre de partido, Garrido pasó de ser el eterno concejal de distrito a colocarse en primera línea amadrinado por su amiga Cristina Cifuentes. La expresidenta tuvo poco margen de maniobra en su lista de 2015 –confeccionada casi en totalidad por Esperanza Aguirre–, pero consiguió incluir en ella su nombre. 

Esta fue la segunda vez que una compañera de partido rescató a Ángel Garrido. La primera sucedió en 2011, cuando la exalcaldesa Ana Botella lo colocó como presidente del pleno del Ayuntamiento de Madrid. El candidato a presidente de la Comunidad de Madrid llevaba 13 años saltando de un distrito a otro. Pasó por las juntas de Villa de Vallecas, Latina, Usera, Chamberí y Retiro y dio sus primeros pasos en el partido en 1995 como concejal del municipio de Pinto.

Se define como un “disciplinado militante” y asegura que su lealtad “a una persona no incapacita sino que refuerza para trabajar con otra persona u otro proyecto”. El mismo que hizo una defensa cerrada de Cifuentes en la crisis del máster, pasando incluso por hablar en su nombre sobre un asunto personal y no de Gobierno, formó parte del núcleo de confianza de Alberto Ruiz-Gallardón en sus años como alcalde de Madrid, junto a Manuel Cobo.

Veinte años en la política dan para mucho. “De buenas a primeras se convirtió en el más aguirristas de todos”, aseguran personas cercanas a la expresidenta Esperanza Aguirre. Garrido, entonces concejal de Villa de Vallecas, fue la persona que llevó en 2009 al pleno del Ayuntamiento de Madrid la destitución del vicealcalde Manuel Cobo. Cobo había dicho en una entrevista en El País en plena guerra por el control de CajaMadrid que lo que estaban haciendo “los cercanos a Aguirre con Rato” era de “vómito”. 

Pese a su cercanía con el aguirrismo, siempre mantuvo la amistad de Cristina Cifuentes, con la que coincidió en la secretaría ejecutiva de Política Territorial entre 2004 y 2008. Llegó a decir de ella que era una de sus “almas gemelas”. 

Poco dado a las salidas de tonto, en tres años no ha estado exento de ellas. En el debate de la moción de censura fallida calificó de “puesta de largo” la iniciativa liderada por Lorena Ruiz-Huerta, portavoz de Podemos, pese a que “ya pasa de largo la edad” a la que suele hacerse. Y aprovechó la presencia de la portavoz de Unidos Podemos en el Congreso, Irene Montero, para arremeter contra ella por su edad. 

El entorno de Garrido dice a su favor que no tiene “enfrentamiento con ningún sector del PP de Madrid” y que su perfil “político y sereno” es ideal para la travesía que encara el partido. Ahora bien, su designación ahora le invalida como candidato para 2019. No es una cara conocida y el PP se centra en seleccionar nombres potentes que garanticen la supervivencia del feudo de la Comunidad de Madrid. Las encuestas favorables a Ciudadanos les advierten de que hay mucho en juego. 

Pero mientras tanto la consigna es no hacer ruido. Y Garrido no ha tenido cargos importantes de gestión que pudieran volcar sobre el PP nuevos trapos sucios en el futuro. Con ese miedo latente tras el escándalo del máster, en Génova ha podido más la prudencia. El banquillo de posibles entre los 47 diputados regionales tampoco dejaba mucha más elección. 

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