Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El gran dilema de Sánchez. Por Esther Palomera
De Vox a Manos Limpias: una década de querellas como arma política
OPINIÓN | 'España es una serie'. Por Antón Losada

El destino de la UVA de Vallecas: de la miseria a la esperanza solidaria

Mural del Centro Juvenil de la UVA de Vallecas

Diego Alonso Peña

3

Maite da un largo trago al café que se toma cada mañana en el bar Infinity junto a uno de los vecinos. Ambos comentan todo lo que ha cambiado el barrio en las últimas décadas. “Yo llevo aquí toda la vida, desde que era una cría. Vivía en las casas bajas y después, cuando empezaron las remodelaciones, nos trasladaron a las edificaciones de la segunda fase”, describe mientras señala a la ventana para ubicar su hogar. La UVA de Vallecas fue una de las seis Unidades Vecinales de Absorción que se crearon en los años sesenta para acoger a todas las personas de fuera de Madrid que llegaron a la capital para buscar un futuro mejor, iban a tener una temporalidad anual, pero la situación se fue alargando. A día de hoy la de Hortaleza sigue esperando aquel realojo que los vallecanos lograron hace casi 40 años.

Uno de los vecinos describe su travesía para trasladarse al barrio: vivía con su hermana en Tetuán y tras trabajar durante años logró independizarse hasta llegar a Vallecas. “En principio iban a durar un año, pero madre mía lo que tuvimos que esperar hasta que comenzaron las obras. Por suerte, ahora está todo muy bien”, comenta terminando su botellín de cerveza sin alcohol antes de ir a entregarle un ramo de flores a su nieta. “Uno nunca sabe lo que te va a deparar la vida, llegué aquí, aquí sigo y no parece que vaya a irme”, concluye entre risas despidiéndose del resto. Al salir del bar, Maite comenta todo lo que se está haciendo para mejorar las condiciones del barrio desde la Asociación Vecinal la Unión, pasando por la biblioteca pública, actividades deportivas, el Centro Juvenil y haciendo especial hincapié en la parroquia. “Si vas al resto de zonas de Vallecas, todas tienen luces cuando llega la Navidad, Nosotros lo único que tenemos es un árbol de casi cuatro metros iluminado gracias a la iglesia, un rayo de ilusión”, finaliza señalando la plaza situada al lado de la institución católica.

Gonzalo es el sacerdote que está al cargo, asumió el puesto hace 10 años y, desde entonces, marcha con prisas de un lado para otro para hacer todo lo posible por el vecindario. Tras una reunión con una reconocida óptica en la que intenta conseguir gafas para los niños más necesitados, se sienta a comentar la situación de la parroquia. “Mi misión es la de intentar que las máximas personas posibles tengan una vida digna”, explica mientras pone el móvil en silencio para que no le interrumpa alguno de sus más de 10.000 contactos. “Disculpe, parezco ministro”, exclama al conseguir callar al aparato tecnológico. “En pandemia repartimos alimentos a más de 1.200 familias, no sólo de la UVA, también de otras partes de Vallecas, era una situación dramática y muchas veces no dábamos a basto”, señala mientras reconoce que el reparto ha disminuido con la mejora considerable de la situación.

La Parroquia San Juan de Dios se ha convertido en uno de los focos de esperanza gracias a la gestión de Gonzalo. “Tenemos diferentes planes puestos en marcha para intentar ayudar, en total rondarán la decena. Desde Proyecto Maná repartimos alimentos, Con Proyecto Ruth ayudamos a que las mujeres que han sido abusadas o madres solteras accedan a una vivienda. Desde Proyecto Dominicus intentamos dar el máximo apoyo escolar posible y, también desde otras iniciativas, solventar las necesidades sanitarias que no cubre la Sanidad Pública”, comenta el sacerdote. “A la gente se le olvida, pero aquí hay niños que no se pueden permitir un dentista, unas gafas. Incluso llega gente sin permiso de residencia ni cobertura hospitalaria, y esta es su única alternativa”, recalca ante la falta de apoyo sanitario.

“Llegamos a tal punto en el que tuvimos que pagar cuatro billetes de avión de vuelta a sus países de origen a cuatro mujeres porque, de quedarse aquí, su única opción para subsistir era la prostitución. Imaginad lo dramático de la situación”, diserta Gonzalo para plasmar el difícil escenario al que se enfrentan muchos de los vecinos de la UVA. “Algunos no saben escribir, ni leer un recibo del banco. Intentamos dar apoyo escolar hasta segundo de la ESO, pero el instituto más cercano está a más de 25 minutos andando. El seis de enero, día de los Reyes Magos, logramos repartir más de 3.000 juguetes para los niños más necesitados. El pasado 27 de enero los llevé al cine: era la primera vez que veían una gran pantalla y durante más de una hora gozaron de un momento de ilusión. Aún recuerdo la madrugada en la que recibí la llamada de una mujer embarazada con dos hijos que había acudido al Samur por un serio problema de salud y no les atendían por no tener papeles. Gracias a Dios, desde la parroquia pudimos ayudarles. Por desgracia, en algunos casos, los niños terminan en pandillas y a las niñas las fuerzan a ejercer la prostitución. Cuando llega el invierno, nos centramos en repartir ropa de abrigo y mantas para ayudar a las familias que no se pueden permitir pagar la calefacción. Intentamos ayudar a los más desfavorecidos: una misión que acapara todo nuestro tiempo y energías”, explica Gonzalo con media sonrisa.

“Muchos niños, tras terminar la educación primaria, abandonan la escuela, ayudan en casa o intentan ganar dinero rápido a través de las drogas o trabajos para diferentes pandillas. Su futuro laboral es mucho más complicado al no tener la secundaria”. Cada uno de los casos que presenta el sacerdote es más delicado que el anterior, y resalta que por mucha que sea su aportación al vecindario, al final es como intentar frenar un río con palillos. “Nosotros hacemos todo lo que está en nuestras manos, pero no llegamos a todo y hay cosas que tienen solución”, concluye subrayando que en muchas ocasiones se olvidan los problemas reales de la gente, los que están a pie de calle.

La sanidad vallecana

“Una vez tuve que pagar más de 25 euros en Uber para volver a mi casa desde el hospital”, comenta Maite para reflejar las complejidades sanitarias que viven en el distrito. Desde la Asociación Vecinal la Unión de la Uva de Vallecas denuncian que existe una degradación de la Sanidad Pública. En el Ensanche tan sólo hay un centro de salud para más de 53.000 vecinos, cuando lo recomendado es uno por cada 26.000. Y todo el distrito carece de servicio de urgencias, con lo que obliga a la población a tener que salir de él para acudir al hospital.

Desde la plataforma también se organizan actividades deportivas para los jóvenes del barrio. Conseguir las canchas cubiertas para que los chavales jugaran al fútbol y al baloncesto fue una gran victoria, aunque muy peleada. Ahora se imparten clases semanales, una vía de escape deportiva. En El Sitio de Mi Recreo, un Centro Juvenil para jóvenes de entre 14 y 30 años, pueden disfrutar de salas de ensayo, un ciber, exposiciones, torneos y eventos de todo tipo. La entrada marca las normas: “Prohibido la entrada a personas que se encuentren bajo los efectos del consumo de alcohol o drogas”.

La biblioteca

En la calle de enfrente a la parroquia de San Juan de Dios se halla la Biblioteca Pública Luis Martín Santos, otra de los principales logros que consiguió la Asociación. Su director, Ángel Pérez, asegura que desde que él entró en el cargo, hará por lo menos 15 años, hay más de 25.000 socios y el año pasado fue utilizada por más de 250.000 personas. “De los miles de socios que tenemos, la mayoría son de la UVA, aunque es cierto que estamos en un lugar muy céntrico y también acude gente de otras zonas del distrito”, explica. “Desde la biblioteca intentamos montar talleres, concursos y actividades para los niños de primaria”, comenta respecto a las diferentes propuestas del centro.

“Creo que existe un prejuicio importante hacia la gente que procede de la UVA. Piensan que este es un barrio peligroso o con mucha droga, pero nada más lejos de la realidad. Desde que llegué no he tenido ningún problema. Evidentemente ningún lugar es perfecto y todo se puede mejorar”, resalta el director sobre la situación del barrio. “Procuramos contribuir a la mejora de la sociedad vallecana. En la Biblioteca pueden encontrar ordenadores, talleres y cursos de formación para acceder al mundo laboral. Con esto no se arregla todo, pero algo es algo”, concluye.

Con el trabajo y esfuerzo desde los distintos ámbitos se vislumbra una luz al final del túnel, un pequeño halo de esperanza que marca el rumbo de las nuevas generaciones ante una realidad desalentadora. Los jóvenes de la UVA de Vallecas siempre lo tendrán más difícil que los nacidos en otros lugares de la Comunidad de Madrid, pero, pese a ello, la unión hace la fuerza y un futuro mejor siempre es posible.

Etiquetas
stats