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La fachada del edificio Barclays de Colón que nadie quiso salvar

La fachada del edificio de Barclays.

Analía Plaza

En junio lo anunciaron y en julio empezaron las obras en Colón: Norman Foster remodelará la antigua sede del Barclays, en el cruce de Génova con el Paseo de Recoletos. El resultado será un edificio transparente con terraza acristalada que devolverá, según el Gobierno de Ahora Madrid, el glamour que le faltaba a esa esquina de la ciudad. Su nuevo dueño, el fondo de inversión británico CBRE, está en proceso de comercializarlo y aún no sabe qué albergará, pero según indican desde la firma “probablemente sea un flagship”, el buque insignia de alguna gran marca.

El edificio permite los usos de oficinas y comercial; su ubicación privilegiada -entre los distritos de Centro, Chamberí y Salamanca, justo al comienzo de la Castellana- lo convierte en candidato perfecto para ello.

Para el 24 de julio, la fachada de hormigón que cubría el Barclays ya había sido derribada. Quizá no fuera bonita, pero era característica, peculiar. Como el enchufe que corona las Torres de Colón en la acera de enfrente, la cubierta del Barclays ya tenía algo de icónico. No hubo, sin embargo, ninguna mención a su historia ni al arquitecto: ni en la presentación de Foster, ni en la nota de prensa ni en el vídeo posterior. “Tal y como está ahora”, dijo Foster, “el edificio está sellado y parece bastante monolítico. De hormigón. La transformación creará un mayor grado de transparencia con la ciudad”.

¿Quién diseñó la fachada del Barclays y por qué nadie la reivindicó? No es tan fácil dar con su autoría porque no es un edificio aislado, sino que forma parte de un complejo: el del Centro Colón. Lo construyó en 1969 el arquitecto Antonio Perpiñá junto a Luis Iglesias. Años atrás, Perpiñá había ganado el concurso de la Comisaría General de Ordenación Urbana de Madrid para proyectar la zona comercial de AZCA (acrónimo de Asociación Mixta de Compensación de la Manzana A de la Zona Comercial de la Avenida del Generalísimo).

“Perpiñá es muy conocido a nivel de urbanismo. Pero a nivel de edificación se le considera poco”, explica Ángela Monje, doctora en arquitectura y autora de un estudio sobre otra obra de Perpiñá: el Ministerio de Industria y Comercio. “A partir de AZCA tuvo mucha influencia, incluso el Colegio de Arquitectos de Madrid tiene una revista dedicada a él. No sé por qué se le ocultó: no sé si son relaciones políticas o de arquitectos. Tampoco tiene muchísimos edificios ni libros publicados, ni era profesor en la escuela. Pero lo cierto es que para construir el ministerio ganó un concurso a gente de primerísima línea, como Francisco Javier Sáenz de Oíza [autor de Torres Blancas]. Aunque es un edificio que tiene mucho más de urbanismo. No es tan relevante arquitectónicamente, él era más urbanista que arquitecto”.

El Centro Colón se denominó primero Edificio Génova, tal y como aparece en los dibujos del proyecto que guarda el archivo del COAM. “Fue uno de los primeros edificios plurifuncionales”, detalla el libro La Castellana, escenario de poder, de María Isabel Gea y Francisco Azorín. “Es decir: formado por un conjunto de apartamentos reducidos, destinados a residentes de gran movilidad o independencia, locales comerciales, oficinas y aparcamientos”.

El edificio principal, que aun sigue en pie y no ha sido remodelado, es de viviendas y aloja al Club Financiero Génova, histórico lugar de encuentro de las élites empresariales, políticas y culturales madrileñas. El segundo, en Recoletos 37, fue sede de Telefónica y hoy pertenece a la inmobiliaria Colonial: lo remodeló Rafael de la Hoz en 2010 y se instaló una sucursal del Gran Casino Madrid de Torrelodones en 2012.

El edificio en el que hasta hace un año estaba Barclays fue primero sede del Banco de Valladolid en los 70. “Fue una de las empresas que sufrió el desmantelamiento de Rumasa [primera propietaria de las Torres de Colón] realizado la noche del 23 de febrero de 1983”, continúa el libro. “Pronto fue adquirido por el Barclays Bank, ya que los financieros británicos querían presenciar la revolución económica que se estaba realizando en España... y qué mejor lugar preferente para contemplarlo que este madrileño que tiene: a la izquierda, la Castellana; enfrente, la Plaza del Descubrimiento, y a la derecha, el Paseo de Recoletos de tanta evocación iniciadora”. Es decir, que ya en el 83 la esquina que nos ocupa estaba bien cotizada y constituía un espacio de poder.

Los edificios del Complejo Colón están conectados por una galería y sus bajos comparten uso: el Museo de Cera, que da a un patio interior entre los tres. Pero el del Barclays era -y será- el más bajito, aunque con la remodelación de Foster vaya a ganar varios metros de altura. Quizá por eso tampoco obtuvo reconocimiento.

“Mi opinión es que estaba fuera de escala. La esquina es muy emblemática, pero el edificio no está a ese nivel”, considera Monje. “La Castellana se desarrolló en los 60 y 70 en la periferia de Madrid. Incluso AZCA empezaba en ese momento. Cuando la ciudad ha crecido, ha quedado completamente fuera de escala. Lo único relevante que tenía era la fachada de hormigón. No está catalogado y yo creo que con razón”. La asociación Madrid, Ciudad y Patrimonio, defensora de la conservación de múltiples obras contemporáneas (por ejemplo, las cocheras de Cuatro Caminos o la central lechera de Clesa, que ha estado en riesgo de desaparecer), no la incluye en su lista. Y el COAM tampoco lo hace en su guía arquitectónica, aunque desde el archivo indican que ahí “no está todo lo que tiene que estar” y que “no aparecer en la guía no es un menosprecio a que sea un buen edificio o no”.

En AZCA, proyectado por Perpiñá como un pequeño Manhattan madrileño, los edificios compiten entre sí y cada uno tiene que brillar. De ahí que haya tantos - la antigua torre Windsor (desaparecida en el famoso incendio), la del BBVA, la Torre Picasso o el edificio Cadagua- y tan relevantes, pese a que el resultado sea “heterogéneo y un tanto incoherente”, según el propio COAM.

Si todo sale según lo previsto, el año que viene por estas fechas ya estará terminado el Foster de la esquina de Colón, al que los inversores han llamado Axis por ser un “eje” entre distritos. A la fachada de Perpiñá, entre cuyas influencias estaba el brutalismo británico (el Ministerio de Industria se parece, por ejemplo, a la sede de The Economist en Londres, de los padres del nuevo brutalismo, Alison y Peter Smithson), la recordarán los aficionados a este estilo. Pero los más nostálgicos siempre mencionarán lo que había antes del Barclays, del casino y del Centro Colón: el fastuoso Palacio de Medinaceli, de estilo afrancesado, centro de fiestas nobles y que ocupaba todo el solar. Tras un incendio en 1917, sin que lo restauraran completamente después, lo demolieron en 1964 debido al valor que tenía aquel suelo para levantar el “inadecuado” complejo comercial y residencial. Fue, desde luego, mucho más llorado en su época que la contemporánea fachada de hormigón. Pero esa es una historia diferente.

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