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Sin Rastro de Madrid

Concentración en la plaza de Cascorro de Madrid en defensa del Rastro.

Víctor Honorato

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El primer domingo de noviembre hacía buen tiempo en la plaza de Cascorro y las terrazas estaban llenas. De un altavoz en el centro salía la melodía de un pasacalle, con voz de Olga Ramos. “De Cascorro p’al Portillo, baja el Rastro de Madrid, el que pierda algún tornillo, lo podrá encontrar allí”. Hace ocho meses que no es así, pero entre cañas y aceitunas, algunos giraban la cabeza distraídos y veían a los vendedores ambulantes, reclamando una vez más que el Ayuntamiento atendiese sus peticiones para reabrir el mercado al aire libre, de solera centenaria.

Sin trabajar desde marzo, los casi 1.000 vendedores con puesto asignado se pasan las semanas entre escuadras, cartabones, planimetrías y cálculos de superficie para acordar con el consistorio las condiciones de reapertura en cuanto a número de puestos, ubicación y acceso. La última propuesta municipal se aceptó este lunes, pero con una importante salvedad: que la delimitación y balizamiento corra a cargo del Ayuntamiento y no de los propios vendedores, en contra de lo que planteaba el gobierno local. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, considera que esta diferencia es una “cuestión menor” y augura una reapertura “este domingo o el próximo” tras ocho meses de parón y cinco propuestas fallidas para volver a sacar a la calle el popular mercado.

“Es surrealista”, se desesperaba Mayka Torralbo, portavoz de la asociación Rastro Punto Es, mayoritaria entre los ambulantes, ante esta última propuesta, llegada la semana pasada “sin firma ni membrete oficial” y con afirmaciones contradictorias sobre a quién correspondería vigilar el aforo. El Ayuntamiento ha despejado la duda este martes confirmando que asumirá este control, aunque sin concretar qué personal se encargará de la tarea. No será la Policía Municipal, según ha avanzado el alcalde.

Si con la reapertura de bares y terrazas el Ayuntamiento ha tenido manga ancha, con el Rastro ha sido muy exigente. En las primeras propuestas se proponía segregarlo en hasta cinco mercados menores, alejando hasta 200 puestos del área tradicional. Los comerciantes se negaron, temerosos de que la medida fuese un intento de desmantelar el mercado. “El Ayuntamiento siempre ha querido modificar el Rastro y minimizarlo. Tenemos muchas luchas a nuestras espaldas. En 2004, con Gallardón, querían privatizar la gestión, hacer todos los puestecitos iguales, modernizarlo”, recuerda Torralbo. La presión ha aumentado con la instalación de mercadillos navideños en algunos puntos de la ciudad, que podrían tener los mismos problemas.

Los vendedores ambulantes propusieron limitar el número de puestos a la mitad, turnándose cada dos domingos, y presentaron en septiembre un informe alternativo al municipal a los grupos políticos en la junta del distrito Centro, con el resultado de que el plan del Ayuntamiento fue rechazado. Desde entonces ha habido avances, pero persiste el desacuerdo sobre un punto fundamental, el llamado “perimetraje” y balizamiento de los puestos y su ubicación en la calzada, en vez de las aceras. Tampoco convence que los tenderetes tengan que reducir dimensiones, con menos espacio para guardar el género.

La separación es necesaria, opinan en el Ayuntamiento. “Los vecinos que viven en la zona contarían como aforo, porque tienen derecho a salir de casa, a tirar la basura o dar una vuelta, y entonces se te dispara. Hay necesidad de perimetrar la huella en que van a estar estos puestos para evitar que quien salga de casa forme parte del aforo, de manera que haya recorridos diferenciados”, alega una portavoz municipal. Torralbo lo niega. “Es absurdo. ¿Todos los empadronados bajan de casa a las 8.00 y están hasta las 16.00 sin moverse? Se debería calcular contando un 20% de potenciales vecinos que puedan estar en el rastro dividido por las horas de celebración y sumados los aforos de las tiendas. Quedaría nivelado. Nos lo han explicado expertos de todo tipo”, opone.

En una situación normal, el Rastro es un ecosistema en equilibro en el que los vendedores ambulantes y los comerciantes con tienda física se benefician de sus respectivas actividades. Los ambulantes dan color los domingos y atraen al público, y las tiendas aprovechan la marea, sacan el género a la calle (los que tienen licencia) y el resto de la semana abren normalmente. Pero tras tantos meses de cierre, la resistencia económica está al límite y empieza a gestarse un cisma, aunque unos y otros se esfuerzan en repetir que se necesitan. Los ambulantes creen que las tiendas, que siguen abriendo los domingos, ocupan las aceras más de lo permitido y se beneficiarán de la segregación que plantea la propuesta municipal. “No vamos a entrar en ninguna provocación con los comerciantes, lo tenemos clarísimo. Criticamos a la concejalía de Centro, que les está permitiendo cometer irregularidades”, despeja Torralbo.

Medio centenar de establecimientos fijos están integrados en la Asociación de Comerciantes Nuevo Rastro, presidida por Manuel González. “No entiendo que se esté enquistando la cuestión por un tema totalmente absurdo, por cuatro puestos más o menos o si una calle es de entrada o salida”, se queja el hombre, que pinta un cuadro dramático sobre la situación económica. “Entre el 25 y el 30% de las tiendas están cerradas o con carteles de 'se traspasa' o 'se vende'. La media de pérdidas es de 10.000 a 12.000 euros. No podemos mantener esto”, asegura. Y se va a lo peor: “A este paso, abriremos el Rastro cuando haya vacuna y habrán cerrado el 60% de las tiendas. La especulación que se señala al final va a ser real, porque muchas tiendas no vamos a poder sobrevivir […]. Una tienda que vale 120.000 la conviertes en apartamentos, que te lo permite el Ayuntamiento, o se lo vendes a un fondo de inversión y sacas el doble y te olvidas”, lanza. Insiste, no obstante, en que no quieren enfrentarse a los ambulantes. “Formamos una simbiosis con ellos, pero queremos que se llegue a un acuerdo”, pide.

Las historias de unos y otros no son tan distintas. Esther Díez lleva vinculada al Rastro toda la vida, y aún recuerda los domingos de su niñez, cuando su padre le decía que, si se perdía, fuese a esperarlo a la estatua de Eloy Gonzalo en Cascorro, cabecera del Rastro. Años después le concedieron un puesto justo debajo de la escultura. Hasta marzo vendía aceites y cremas, pero hoy ya no tiene margen y los hijos le tienen que ayudar a llenar la nevera. No le gusta depender de ellos. “Llámame orgullosa”, dice, pero insiste en que las condiciones para reabrir tienen que ser otras. “Hay que luchar por el espacio. ¿Qué puedes poner en un metro?”, señala.

José Antonio Calle, de 62 años, vendía bolsos, muñecos y gorros artesanos, pero ahora debe dos meses de alquiler. El casero le conoce “de años” y le da “un poco de margen”. Aunque intentó tramitar el ingreso mínimo vital, se lo denegaron por problemas con la documentación. “Cada día son más calamidades. Estoy yendo a comedores sociales, yo que creía que nunca iría”, se queja.

Mientras los ambulantes protestaban, la almoneda Roma, en la calle Carlos Arniches, tenía las puertas abiertas. “¿Ves ese espejo? En otro momento se podría vender por 4.000 euros. Ahora por 700 te lo doy… o 600”, explica el dueño, Joaquín. “No vendo casi nada, menos del 80% de lo que antes”, calcula. La Policía Local ha pasado por la mañana por la calle del Carnero a advertir a un vendedor de que no podía ocupar toda la esquina. “Hay gente que abusa, lo reconozco”, dice Joaquín. 

Entre algunos comerciantes empieza a cundir la idea de que los ambulantes se pueden permitir retrasar la apertura porque tienen acceso a otros mercadillos, lo que tampoco casa con los relatos de penuria de estos. “Es alucinante. Estamos viviendo situaciones muy dramáticas y si no aceptamos es porque se desmantelaba el Rastro. Si no, seríamos los primeros interesados, porque no tenemos ningún tipo de ingreso”, critica. Los residentes, por su parte, tienen miedo. El Rastro es un barrio tradicional, con mucha gente mayor que en el pico de la pandemia lo pasó muy mal. “Aquí hemos visto morir muchísima gente. Si hay un contagio, ¿cómo se controlaría? ¿Y quién vendría? Personas de otros barrios con tantos contagios como en el centro o más. Pedimos seguridad”, señala una portavoz de la asociación de vecinos.

La última alternativa del Ayuntamiento da un paso atrás y vuelve a reclamar que sean los ambulantes quienes coloquen la cinta para balizar. Las asociaciones decidieron, no obstante, someterla a votación, visto que la capacidad de aguante se agota. El domingo celebraron una asamblea informativa en la Puerta del Sol para analizar las opciones: aceptar la propuesta por entero, en parte (rechazando que el balizamiento sea a cargo de los vendedores) o vetarla de plano. Al encuentro asistieron unas 200 personas, con mayoría de voces partidarias del rechazo. El resultado se conoció este lunes: un 12% aceptó la propuesta, un 31% se opuso frontalmente y un 57% optó por la alternativa de compromiso. En estos días, vendedores y Ayuntamiento tienen por delante limar la última diferencia, el balizamiento, para que el popular mercado pueda por fin reabrir.

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