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De la recién nacida al jubilado: Madrid se vuelca en defensa de la sanidad

Marta Seror, de 35 años, y Julio Galego, de 31, marchan con su hija Sol, de siete semanas.

Víctor Honorato

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Al final del Paseo del Prado, en Atocha, la pequeña Sol, de siete semanas, dormía profundamente en el regazo de su padre, imperturbable ante el enorme barullo de personas que seguían llegando al lugar para participar en la manifestación en defensa de la sanidad pública. Sol había sufrido las consecuencias de las estrecheces de la sanidad madrileña cuando aún estaba en el vientre de su madre: la cita para una analítica de seguimiento del embarazo se la dieron para una fecha posterior al parto. La niña nació bien y hoy dormía tranquila, pero sus padres, Marta Seror, de 35 años, y Julio Galego, de 31, que se mudaron a Madrid desde Cantabria hace dos meses, no daban crédito ante los retrasos en las citas. “En Santander [la sanidad] está mal, pero comparada con aquí, la sensación es otra”, dice el padre.

La familia hacía estos comentarios mientras esperaba que la columna de Atocha – una de las cuatro que marcharon por Madrid camino de Cibeles- empezase a avanzar, aunque en realidad ya estaba en movimiento. La cabecera discurría a la altura de Neptuno, pero como la gente seguía llegando a riadas, parecía que el pelotón estuviese quieto. Pasaban entonces 30 minutos de la hora de inicio de la manifestación, programada para las 12.00, pero la impresión de que la afluencia iba a ser masiva se intuía ya antes, en el transporte público, con un metro atestado, en el que los vagones iban a rebosar, a los que se subía gente que no acostumbra a usarlo porque vive fuera de la capital, y no se aclaraba con que la tradicional parada de Atocha se llame ahora “Estación del Arte”. De otros puntos de entrada a la ciudad, como la estación de Príncipe Pío, también salían cientos de personas en dirección a Ópera, otra de los puntos de origen de la marcha.

Desde Atocha y hasta Cibeles se apreciaba un ambiente variopinto y mucho más intergeneracional que en convocatorias anteriores. Había muchos mayores, pero también familias con hijos pequeños y grupos de jóvenes. Por ejemplo, el de Francisco Pérez, de 27 años, trabajador parado de Móstoles, con un discurso que iba más allá del detonante de la protesta, que ha sido la reorganización de la atención primaria: “El neoliberalismo está acabando con la sanidad pública, que es un derecho”, afirmaba, contento y algo sorprendido porque el Paseo del Prado, ocupado en su totalidad por manifestantes, estuviese “petadísmo”. También jóvenes son Fidel Castro, de 26 años, que estudia un máster de profesorado y aseguraba que ese es su nombre real, acompañado de Cristina Baños, de 27, asesora jurídica. “La privatización de la sanidad la estamos pagando los usuarios. [Estamos aquí] contra el recorte de servicios, contra la desatención, contra el tener que contratar un seguro privado con un dinero que no tenemos”, señalaba ella. Castro admitía que los jóvenes de hoy están desmovilizados. “Es una generación que se mueve por el sentimiento, reaccionaria”, por causas que a su entender responden a los errores de las generaciones anteriores de la izquierda, también al signo individualista de los tiempos. No era el caso hoy, donde los grupos de jóvenes eran numerosos entre los manifestantes.

Por primera vez en mucho tiempo, la presencia de madrileños residentes por el centro superó a la de turistas en un domingo soleado. Una pareja extranjera preguntaba a un policía local cómo podían llegar al Museo del Prado desde el otro extremo de la calle, y el agente les explicaba en inglés que lo tenían difícil, vista la muchedumbre. Un repartidor de comida, sorprendido por la masa, se había tenido que bajar de la bicicleta y avanzaba a duras penas en sentido contrario, con rostro serio, sin protestar. Pablo Díaz, informático de 67 años, madrileño de la calle Toledo, rezumaba ironía: “La presidenta [Isabel Díaz Ayuso] está haciendo las cosas correctamente, según lo que debe hacer una persona de ese perfil”. Entendía Díaz, como muchos de los presentes, que el caos en la atención primaria de las últimas semanas no responde a un error de planificación, sino al debilitamiento consciente del sistema sanitario público, y que el gobierno de la Comunidad de Madrid sigue hoy la senda de recortes abierta con la transferencia de la sanidad a las comunidades autónomas hace ya casi dos décadas.

Ayuso y la “razón originaria”

El sarcasmo de unos era el enfado de otros, como Luis Rojas, de 77 años, que marchaba por el Prado con Concepción Ledesma, de 74. A Rojas le molesta particularmente el tono de las intervenciones de Ayuso. “Vende grandiosidad, como si tuviese la razón originaria. Pero no, señora. Es una fantasma, solo le faltan las cadenas. A ver qué dice mañana”, emplazaba, tras criticar el “fraude total” que supone, en su opinión, el modelo de la sanidad concertada.

Félix, de 72 años, y Edel de 68, acudieron desde Alcobendas. Él decía que le han dado cita para una colonoscopia para dentro de un año. “No puede ser”, lamentaba. Decía la pareja que un amigo con una lesión de hombro tiene cita para una ecografía a finales de enero. ¿Y ahora en la Sierra [se van a arreglar] con una enfermera? ¿O con una videollamada? ¡Pero si hay gente mayor que no tiene ni ordenador!, protestaba ella.

Inma Gil, de 71 años, venida de Usera, criticaba la saturación del transporte público y la falta de refuerzo. “Los buses llegaban llenos y no paraban”. Finalmente, consiguió llegar en metro. Gil se encendía conforme empezaba a hablar. “Es que no puede ser, lo primero es la salud. No solo [está mal la sanidad] aquí, pero en Madrid es exagerado. ¡Y a los médicos ahora les dicen ‘mañana a tal sitio’! ¿Pero es que [en la Comunidad de Madrid] pueden hacer lo que quieran?”. En ese momento empezaban a agitarse a la manera taurina los pañuelos blancos de los manifestantes -de papel, la mayoría, ya casi nadie usa los de tela- al grito de ‘sanidad pública’, seguido pronto del ‘Ayuso, dimisión“.

Pasaban los minutos, pero la densidad de la manifestación no disminuía, a pesar de que muchos de los participantes, agobiados, se filtraban por las calles laterales para darse un respiro. La fuente de Cibeles se había convertido en una especie de corazón que bombeaba personas sin descanso. Había estudiantes, había parados, había jubilados, había incluso algún inspector del Banco de España, de los de las vacaciones de lujo en la costa como complemento salarial, crítico también con la gestión sanitaria del gobierno autónomo. La lectura del manifiesto, con Cibeles atestada, no terminó hasta pasadas las 14.30h. La organización calculó que habían participado en la protesta 670.000 personas. La delegación del Gobierno había contado 200.000.

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