¿Qué antiguo oficio se perdió en Madrid a partir de 1930?

Qué incómodo sería ir por la calle Pez si al llegar la noche no se iluminara. ¿Cómo abriríamos la puerta de casa? ¿Encontraríamos esa moneda que en ocasiones se nos cae al suelo? Algún que otro ladronzuelo nos estaría esperando en la vuelta de una esquina. El alumbrado de las calles sin duda nos ha facilitado la vida a todos. Bueno a todos menos a los enamorados...

En tiempos pasados si al caer la noche tenías que desplazarte por el barrio solo necesitabas llevar un farol de mano y con ello ibas alumbrando tu camino. Eran tantos los maleantes que aprovechaban la nocturnidad que en 1717 Felipe V ordenó sin excepción que cada vecino fijara un farol en la fachada de su casa. Debían estar separados de la pared al menos por una vara y entre cada uno no más de cien pasos.

En estos faroles se emplearon diversos combustibles, desde aceite hasta grasas o betunes. Parece ser que la idea no funcionó porque los madrileños no cumplieron del todo con la orden. ¿Cuál es la explicación? Los gastos y el mantenimiento corrían a cargo de cada vecino y eso de compartir para hacer un bien púbico no estaba en su naturaleza.

Es Carlos III en el año 1765 quien a través de una Real orden decide instalar un sistema de alumbrado público e instaurar el oficio del farolero. Los dueños de las casas quedaban así liberados del gasto, limpieza y mantenimiento de los faroles. Madrid disponía entonces de 4.408 faroles a una altura de 12 pies. Sus velas de sebo, que luego fueron de aceite, se encendían con una escalera y estaban separados

vara y media de la pared.

Había 152 faroleros y cada uno se encargaba de encender 23 faroles. Antes de que cayera la noche se reunían en la puerta del Sol con los celadores quienes les proporcionaban el material de trabajo: escalera, aceite, mecha de algodón (torcida), guantes, gorras, una cesta con paños. Cada día los faroleros subían su escalera, limpiaban los cristales y encendían el farol. Esa era su rutina laboral. Al amanecer debían apagarlos todos. En 1797 se crea el cuerpo de serenos de los cuales algunos también se encargaban de encender faroles.

Después llegaría el petróleo que sustituyó al aceite y a continuación el gas. Poco a poco el alumbrado fue convirtiéndose en faroles de gas.

En 1922 el ayuntamiento firma un contrato de prestación de servició con la empresa Gas Madrid S.A quien combinaba también faroles eléctricos. En 1878 se inaugura el primer alumbrado eléctrico en la Puerta del Sol.

El oficio del farolero desapareció definitivamente a partir de 1930. Rápido, sencillo y a la vez, tan solo con un botón todos los faroles se encendían en un instante. Adiós farolero, adiós, con la misma rapidez.

¡Qué importante era su trabajo y qué rápidos debían ser! Mucho oficios se han perdido con la modernidad y los avances de la tecnología. El farolero es sin duda ese personaje misterioso que los mayores guardan en su memoria. Podíamos verlos caminando por la calle, entre penumbras de luz de aceite o de gas, confundidos con sombras chinescas, se podía escuchar el ruido de sus pasos o simplemente un saludar con la mano y sus buenas noches.

Hoy las cosas han cambiado mucho, ya no son como antes. Y hay que tener cuidado al decir esto, podemos sentir el peso de la edad como dedo acusador. Sin embargo creo que todos coincidimos en que la magia de la luz de aceite o de gas no la tiene la luz eléctrica.

¡Vuelve farolero, vuelve con tu magia! Alúmbranos con tu pértiga. Bueno, a todos, menos a los enamorados. Deja al amor su espacio que ya se ilumina solo.

Para saber más:

Para saber más:

  • Del Río López, Ángel. Viejos oficios de Madrid. Ediciones Librería.Madrid.1993