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Por qué Madrid debe salvar árboles de la tala en Arganzuela y cómo hacerlo

Arboleda de Arganzuela en Madrid Río, que será mayoritariamente talada

Nación Rotonda

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Últimamente son frecuentes en Madrid las quejas por la falta o la pérdida de arbolado. La respuesta a estas demandas suele insinuar que son por vicio, con el argumento de que Madrid es la segunda ciudad con más árboles del mundo. No sabemos si esto es cierto porque no encontramos números de las ciudades chinas. En cualquier caso, el dato contiene tiene cierta trampa estadística. En esa cuenta se incluyen los árboles del Monte de El Pardo, que ocupa un cuarto de la superficie del municipio y al que los habitantes de la ciudad tenemos prohibido el acceso.

En la cuestión de los árboles, como en tantas otras, Madrid está muy bien dotada pero muy mal repartida: la Casa de Campo y el Retiro sobrepasan en extensión y número de árboles al Hyde Park de Londres o al Tiergarten de Berlín, pero en cambio estas ciudades poseen un mucho mejor sistema de parques medianos y pequeños, repartidos por la ciudad, más humildes, pero también más cercanos y útiles para las rutinas diarias de sus habitantes.

Los árboles rasos, de calle y alcorque, también se reparten desigualmente en Madrid: mientras que en el barrio de Goya (Salamanca) el 81 % de las calles tiene arbolado, en Berruguete (Tetuán) los porcentajes se invierten y tan solo el 15 % de las calles tiene vegetación. Esto es un problema especialmente grave en las zonas que la ciudad que se denominan “barriadas populares irregulares”, aquellas que acogieron el crecimiento de la ciudad durante la primera mitad del siglo XX en Tetuán, Usera, Puente de Vallecas o Carabanchel y donde ahora viven una de cada cuatro personas. Calles estrechas con aceras minúsculas donde solo parece haber sitio para aparcar coches y no hay rastro de vegetación fuera de las vías principales.

En este contexto general de falta de árbol de cercanía, en el distrito de Arganzuela ha causado un considerable enfado que las obras de la ampliación de la línea 11 del suburbano se vayan a llevar por delante casi quinientos árboles de sus calles y parques.

Antes de las pasadas elecciones el barrio se manifestó masivamente para pedir la conservación de los 270 árboles que, entre talas y trasplantes, el proyecto de construcción prevé que se perderán en la zona más cercana al río. El sábado 17 de junio otra manifestación, más al norte del distrito, protestaba contra el plan de retirar otros 181 ejemplares en el cruce del paseo de las Delicias con la calle Áncora. La mayoría de estos árboles son de gran porte y después de las obras no podrán ser reemplazados por ejemplares similares. La losa de hormigón que hará de techo a los nuevos vestíbulos y andenes de la estación de Palos de la Frontera no dejará a las raíces la profundidad suficiente de tierra para crecer apropiadamente.

El Gobierno de la Comunidad de Madrid recuerda que se cumplirá la ley, que prevé que por cada ejemplar talado se planten en el municipio 15 nuevos, pero el vecindario intuye aquí algo de la trampa estadística de la que hablábamos al principio: saber que en el futuro habrá 750 árboles más junto a algún nudo de autopistas no te compensa por la desaparición de los 50 que te daban sombra en tu camino a la frutería.

Las obras de extensión del Metro son necesarias, además de ser una reivindicación histórica de los carabancheles, muy necesitados de mejores conexiones en transporte público con el resto de la ciudad. Para Arganzuela supondrá una reducción importante del tráfico de paso que ahora mismo atraviesa el barrio camino de la Castellana, aligerando el ruido, la contaminación y los atascos matutinos. Por eso la protesta del vecindario no es por la obra en sí, sino por la pérdida de verde que supondrá, y se preguntan si sería posible evitarla.

Técnicamente, la ingeniería es capaz de hacer cosas mucho más difíciles que salvar a esos árboles, sobre todo cuando se dispone de presupuesto. Pero no es solo una cuestión de dinero. Salvar 35 plátanos del paseo de las Delicias sería posible utilizando otros métodos constructivos para excavar los nuevos vestíbulos de la estación, pero usarlos aumentaría significativamente el plazo de las obras y con ello las incomodidades asociadas en el barrio. Más importante aún, esos métodos de construcción presentan más riesgos de afectar a los edificios cercanos. La decisión de tala de algunos árboles tiene razones sólidas detrás.

Otros casos generan más dudas. Por ejemplo, en la calle Áncora se ubicará una rampa temporal que durante las obras conectará la superficie con el fondo de la excavación y será usada parar retirar todo el material excavado. En los planos del proyecto vemos plasmada la decisión de que esta rampa arranque en el medio de la calzada de la calle para después hacer un leve giro y ocupar la acera norte, llevándose por delante en su camino 79 árboles. Nuestra experiencia profesional en proyectos similares es que cuando se toma una decisión así no hay detrás razones oscuras, ni odios arboricidas ni avaricias, sino algo mucho más mundano: la directriz habitual en obras urbanas es diseñarlas minimizando la afección al tráfico. Planear la rampa de esta manera es la forma más sencilla de cumplir con la directriz recibida.

Con más tiempo y esfuerzo, el equipo técnico podría haber visitado la calle para comprobar in situ que, las pocas veces que en Áncora se producen atascos, es por los coches en doble fila. Podría también haber buceado en los datos de tráfico del Ayuntamiento (requiere un buen rato), para comprobar que la calle no alcanza ni el 60% de su capacidad máxima en el peor momento del día, justificando así otra localización de la rampa que salvará los árboles cumpliendo con la directriz de no afectar mucho al tráfico. Una decisión así, alejada de la práctica habitual, requeriría redactar un pequeño informe, intercambiar correos, organizar reuniones y convencer a los responsables de supervisar el proyecto. Trabajo extra que nadie ha pedido y, mientras, la lavadora sin poner.

Los árboles de Arganzuela no están aún condenados. En el barrio de Saconia, al otro lado de la ciudad, el cambio de ubicación de la estación de Antonio Machado durante las obras de la línea 7 es la prueba de que a veces la presión vecinal consigue cambios en los proyectos, incluso cuando la obra ya ha empezado. Eso sí, requerirá tiempo y esfuerzo. Por parte del vecindario, leyendo documentación, presentando escritos por registro, organizando manifestaciones y acudiendo a ellas. Por parte de los técnicos, pensando cómo adaptar un proyecto que ya daban por cerrado y sobre el que ahora tendrán que volver, postergando las siguientes tareas pendientes de su lista. Esperamos que esto sirva para que algunos árboles se salven y para que en el futuro alguien piense que a la larga lleva menos trabajo pensar cómo preservar los árboles que planear su tala.

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