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Las especies invasoras también hacen cosas buenas: algunos efectos positivos de las polémicas cotorras argentinas en Madrid

Cotorra argentina

Somos Madrid

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Quienes viven en Madrid cerca de grandes zonas verdes se han acostumbrado en los últimos años a la presencia de unos loritos, las cotorras argentinas, que ilustran vistosamente de verde el cielo de la Dehesa de la Villa o la Casa de Campo pero, también, atruenan sus oídos con sus constantes reclamos sonoros.

La cotorra argentina (Myiopsitta monachus) es una de las especies invasoras más exitosas del mundo, que después de haber sido comercializada como mascota ha conseguido establecerse en muchas áreas del planeta de donde no es originaria, sobre todo en los países del Mediterráneo.

Los impactos negativos de esta especie invasora para otras locales han sido ampliamente publicitados y distintos planes de manejo o eliminación de las cotorras se han puesto en marcha los últimos años. En Madrid, el Ayuntamiento decidió el pasado mes de mayo poner fin a la mayoría de ejemplares de la especie –el 90% de las 13.000 cotorras que hay según el censo elaborado por la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) en 2019– en el plazo de dos años. Se llevará a cabo por dos empresas que han licitado para ello mediante la eutanasia individual de cada ejemplar y la esterilización de los huevos, algo que precisamente estaría haciéndose en estos momentos, ya que estamos en pleno periodo de puesta.

El plan incluye la retirada de nidos, punto este que tendrá que tener en cuenta un último estudio de la Estación Biológica de Doñana (CSIC) que ha constatado que los nidos de las cotorras argentinas son, en ocasiones, beneficiosos para algunas especies locales, que se aprovechan de las habilidades de estos arquitectos con alas.

Una de las características de esta especie que ha posibilitado su exitosa adaptación a entornos extraños es la misma que puede llegar a reportar beneficios para algunas especies locales: es la única especie de loro que construye sus nidos, un complejo conglomerado de ramas que alberga cámaras internas que la cotorra ocupa todo el año y que les permite crear grandes colonias.

Según el estudio, estos nidos pueden llegar a ser utilizados por otras especias, aunque de momento “el alcance ecológico de estas ocupaciones es desconocido, especialmente en las zonas invadidas”, explica Dailos Hernández Brito, primer firmante del trabajo.

El estudio se ha llevado a cabo en zonas rurales y urbanas de siete países entre 2013 y 2020, monitorizando poblaciones nativas e invasoras de cotorra argentina y censando los inquilinos que ocupaban sus nidos. Los investigadores encontraron 42 especies inquilinas diferentes, presentes en el 26% de los nidos de cotorra estudiados. Curiosamente, este porcentaje es más bajo en las zonas invadidas que en las zonas nativas de la cotorra, pero los modelos han demostrado que la presencia, abundancia y riqueza de inquilinos fueron más altos en las zonas invadidas, especialmente en las áreas rurales.

Habitualmente, se ha culpado a las cotorras argentinas del declive de los gorriones, lo que hace interesante esta aseveración de los investigadores: “En una misma colonia pudimos contar hasta 35 nidos de inquilinos, mayoritariamente gorriones, que junto con sus cotorras hospedadoras formaban una enorme comunidad interespecífica en un sólo árbol”

La convivencia, ya se sabe, es siempre complicada, y el estudio también ha atendido a las interacciones entre hospedadores e inquilinos. Las agresiones registradas entre ambos fueron sólo el 21% de las interacciones, normalmente iniciadas por la cotorra, aunque menos de la mitad de estas agresiones acabaron con la expulsión del inquilino de la colonia. También se han encontrado historias de cooperación entre especies en la defensa de las colonias frente a depredadores, como rapaces y ratas.

En Madrid, concretamente, “un gran número de parejas de paloma zurita y grajilla, especies que presentan poblaciones reducidas, crían en nidos de cotorras”, explica el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales Guillermo Blanco.

La constatación de que no todos los efectos de la introducción de la especie son negativos no quiere decir que estos impactos negativos no existan, por supuesto: se ha observado que las cotorras argentinas en sus zonas invadidas introducen parásitos exóticos a especies nativas con las que coexisten, o que sus nidos también hospedan otras especies invasoras, entre otros problemas para las especies nativas.

Los investigadores señalan que, a pesar de que producen complejos efectos, negativos y positivos, los planes de manejo y actuación sobre poblaciones invasoras de cotorra argentina no pueden demorarse más, pues estas mantienen un crecimiento constante. Advierten, sin embargo, que ahora sabemos que deben contemplar potenciales efectos adversos sobre especies nativas inquilinas durante la retirada de nidos.

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