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Un parque y un museo para Luis Eduardo Aute: su familia pide vincular su obra al lugar por donde paseaba cada día

Luis Eduardo Aute en el  Parque de la Quinta de la Fuente del Berro

Luis de la Cruz

Madrid —

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El barrio de la Fuente del Berro es un oasis a orillas de la M-30 donde los pavos reales frecuentan las calles –y los tejados– con la misma familiaridad con que los gatos de las casas salen a pasear. Un barrio de casas bajas a la sombra del Pirulí con un vergel de trece hectáreas, el Parque de la Quinta de la Fuente del Berro, donde hemos quedado con Miki Aute.

Juntos, caminamos por el camino que circunvala el parque detrás de Milo, un perrito, movido, todavía joven. Nos sentamos en un banco a charlar sobre los proyectos de la familia para mantener la memoria de su padre y divulgar su obra, a ser posible, en el mismo entorno en el que vivió más de cuatro décadas.

“El parque era el escenario de sus pequeñas evasiones. Se venía con los perros y maquinaba muchas de las cosas que luego llevaba a cabo (no dejaba nunca de trabajar). Tiene varios dibujos del parque, en los que añadía sus creaciones –un ángel tumbado en el césped con un pavo real al lado, por ejemplo–. Durante el año de la gripe aviar vaciaron los estanques y se llevaron las aves. A él le parecía triste y compuso Año (y daño) de la gripe aviar, dónde lo cuenta y dice ”parque para qué“, que por cierto la produje musicalmente yo”, explica Miki, que administra la web Portal Aute y ha hecho suya la misión de mimar la memoria de su padre, fallecido en 2020. Para ello, tiene un proyecto, que descansa sobre distintas patas.

“Ahora estamos con la iniciativa de que el parque lleve el nombre de mi padre, no de cambiárselo, por supuesto, pero sí que se le añada el nombre: Quinta de la Fuente del Berro-Luis Eduardo Aute. Mi padre tampoco querría que se le cambiara el nombre”, explica.

La idea, que ya llegó a plantearse durante la pasada legislatura, quedó paralizado por el Covid, y ahora la familia está decidida a retomarla. Están recogiendo firmas –aunque aún no se han puesto a tope con la promoción – para, luego, hacer una solicitud formal en el Ayuntamiento. Pero el proyecto no se queda ahí. En el parque hay unas cuantas estatuas (recuerdan a Bécquer, al poeta Pushkin o al músico Enrique Iniesta) que conforman un pequeño recorrido discontinuo ideal para conocer sus bucólicos rincones. La familia piensa que sería fantástico que a la nómina de presencias pétreas del parque se añadiera la de un vecino de toda la vida.

“En su momento ya hablé con la escultora Eva Riquelme, con la que mi padre tenía buena relación. Su obra tiene un aire y un movimiento muy bonito. Ella sería la encargada de hacer la escultura. Habría que retomarlo si hay buena predisposición por parte del Ayuntamiento”, dice Miki.

Si todo sale adelante, la idea más ambiciosa sería avanzar en la vinculación del parque con la memoria del artista. “Nos gustaría donar algunos cuadros y esculturas para que se expusieran permanentemente en la parte de abajo del centro cultural, donde hay una sala que no tiene mucha actividad”.

El centro cultural es el de la Quinta del Berro - Rafael Altamira, ubicado en un antiguo palacete que subraya el origen del parque como jardín dieciochesco. El lugar era parte de los paisajes cotidianos de los Aute y, también, uno de los espacios donde el artista se veía pasando el tiempo en su jubilación antes de que la muerte le llegara prematuramente.

“En los paseos con mi padre, durante los últimos años y antes de que le diera el infarto, me comentaba que ya estaba pensando en retirarse. En el centro cultural hay unas ventanas a través de las cuales se ve la sala donde se hacen actividades. Un día me las señaló y me dijo que le gustaría dar clases de pintura allí cuando se jubilara. Desgraciadamente no pudo cumplir su sueño y desde que mi padre enfermó tengo muy metido en la cabeza, estoy muy encoñao, con que este entorno sea el sitio Aute”, explica su hijo.

Comento con Miki que descubrí la facilidad de Aute para la expresión plástica hace muchos años, con un vídeo en el que pintaba en gran formato la mujer desnuda que sale en la cubierta del disco Alevosía –no lo he encontrado, y a él le viene a la cabeza una anécdota relacionada. “De pequeño, me regalaron una consola que venía con un ratón y el Paint. Al verlo, lo cogió y dibujó el cuadro de Alevosía perfecto, en diez minutos, sin haber tocado un ratón en su vida.”

Aute no era un cantante que, además, pintara, como David Bowie, Lola Flores o tantos otros. Era, más bien, un pintor que, además, cantaba. Se inició con ocho años y con dieciséis ya había expuesto en Madrid. En la mili, el capitán le quitaba las guardias a cambio de pintar escenas bélicas o de hacer retratos de los mandos.

“Yo tengo muy naturalizado que mi padre era sobre todo pintor, pero cuando voy a actos relacionados con su obra–a un ciclo que se hizo en la SGAE, por ejemplo– me doy cuenta de que no es algo tan conocido. La gente, incluidos pintores profesionales, se sorprenden con la calidad de su obra”, explica.

Hoy hay un solar donde estaba la casa de la familia de Luis Eduardo Aute, a pocos metros del parque. En la pared, llena de pintadas y concreciones, alguien ha escrito con espray negro “en memoria de Luis Eduardo Aute”. Las flores silvestres del descampado han empezado a tapar las letras, pero se lee perfectamente desde el otro lado de la verja. Allí, tenía el despacho donde grababa las maquetas con una vieja grabadora y el estudio de pintura. Su universo vital.

Se podría decir que Luis Eduardo Aute, a quien sus vecinos tenían muy visto –sobre todo los dueños de los perros– era una persona casera. Todo lo que podía, lo hacía en el barrio. Se hizo amigo de Javier Monforte, ex miembro de Radio Futura, que es vecino y tiene el estudio al lado, y empezó a producir con él. Para hacer la película de animación Un perro llamado dolor llevaron a su casa una truca (un aparato para hacer animación). Y se tiró cinco años haciendo los dibujos. Con los siguientes cortos de animación que llevó a cabo, lo mismo, aunque ya con el ordenador.

“Mi padre estaba enamoradísimo de este barrio. Antes de la casa, a la que mis padres vinieron sobre 1985, vivían en otro piso cerca, donde ahora vive mi madre. Siempre que se planteó la posibilidad de mudarse, porque la casa estaba bastante vieja, él se oponía. Decía que se podía vivir una vida entera sin salir del barrio. Hay una zona de tienditas, compraba los lienzos, enmarcaba los cuadros… y estaba el parque. Si no estaba cantando en Argentina o en México estaba aquí”, explica el hijo del cantautor mientras saluda a la dueña de otro perrito que se ha acercado a jugar con Milo.

Es habitual que un espacio relacionado con una persona notable ayude a preservar su memoria. En el caso del parque de la Quinta de la Fuente del Berro podría suceder simplemente añadiendo un nuevo apellido a los jardines. No es tan frecuente, sin embargo, que el lugar sea vehículo para conocer a la personalidad. Este podría ser el caso del museo Aute, que mostraría al mundo que Luis Eduardo, además de componer y cantar, pintaba cuadros, pergeñaba sueños animados, esculturas, poemas, daba paseos por el parque con sus perros rescatados de la calle y quería impartir, algún día, clases de arte a sus vecinos.

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