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CRÓNICA
Tras los pasos del poeta Leopoldo de Luis en Tetuán: conocer el barrio, conocer al poeta, conocernos los vecinos

La plaza del Poeta Leopoldo de Luis fue una de las paradas de la ruta

Luis de la Cruz

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El poeta Leopoldo de Luis es la prueba de que alguien puede haber sido reconocido y, sin embargo, no estar en el rádar de gran público. En vida recibió el premio Nacional de las Letras Españolas (entre muchos otros), y tiene en el barrio donde vivió una plaza, una placa, un monumento (frente a la biblioteca Vázquez Montalván) y hasta el premio literario de la Junta de Distrito. Pero, ¿hemos leído al poeta en Tetuán?, ¿sabemos quién es el señor que nombra el parquecito de los dominicanos? No, claro que no, por eso un buen día la poeta y gestora cultural Pilar Astray Boadicea se puso manos a la obra junto con su socio, el pintor Masles Roy, con un documental titulado De aquí no se va nadie. La mirada del poeta Leopoldo de Luis. 1918-2005.

Dentro de su labor de reconstrucción –y adoración– del legado del poeta, se llevó a cabo el pasado sábado por la mañana la Segunda ruta poética y fotográfica Leopoldo de Luis en Bellas Vistas. Un paseo de reconocimiento al poeta del barrio pero, también, del propio territorio donde se sucede la patria cotidiana –que escribió de Luis en un poema– y de la propia vecindad.

La ruta empezó en el Espacio Bellas Vistas, el local vecinal autogestionado de la calle Almansa, que era copartícipe de la organización. Tras recibir a la treintena larga de asistentes (otros se quedaron en lista de espera), Pilar Astray explicó su proyecto audiovisual sobre Leopoldo de Luis, presentó al equipo y a Jorge Urrutia, el hijo del poeta, que fue uno de los grandes protagonistas de la jornada. Urrutia leyó parte del poema Metro Estrecho, palabras que nos situaban desde el principio en el componente vecinal que tendrá la ruta.

A continuación, vimos algunos fragmentos de la película, que está casi acabada y se estrenará ya en 2024, “por nuestra salud mental”, explicaba Astray. Después de poner voz al escritor, las asistentes empezamos a curiosear con las dos cámaras instantáneas con las que iremos sacando postales de la ruta al paso…y salimos por la puerta y bajamos Almansa camino del huerto comunitario de la calle Tenerife.

A nuestra izquierda, una gran grúa nos recordaba que estamos en un barrio en cambio. Dentro del huertecito, recientemente levantado por los vecinos, nos sentimos como dentro de un oasis ciudadano y nos encontramos por primera vez con uno de los Leopoldos que, ataviados con la ropa de un español de los años (pongamos) cincuenta, interpretarían las palabras de Luis en distintos puntos significativos del barrio de Bellas Vistas.

Seguimos bajando Tenerife para recabar en el precario parque infantil de la esquina con San Raimundo. Entre el sonido de los coches y los compases de salsa y bachata que, de vez en cuando, salían de sus equipos de música, Jorge Urrutia se colocó el micro para contar uno de los pasajes más humanos e increíbles de la vida de sus padres: cómo se conocieron Leopoldo Urrutia (aún no había adoptado el segundo apellido para huir de las marcas indelebles de la guerra) y María Mariquita Gómez Sierra. Imaginen a dos presos en un batallón de trabajo pedir agua a dos muchachas en el campo de trabajadores de San Pablo de Buceite, en el municipio de Jimena de la Frontera. Imaginen que acaban casándose los cuatro y que vuelven, en lo sucesivo, cada verano allí. Esto sucedió.

En la siguiente parada nos encontraríamos por primera vez con Carmen Conde, la gran poeta y cómplice de Leopoldo de Luis. Seguimos topándonos con los tres actores / personajes en la plaza que lleva el nombre del poeta –impagable el momento de la lectura de un poema sobre la ropa tendida en las ventanas en una plaza donde, efectivamente, las camisetas son banderas de tendal– o los versos dentro de la librería de lenguas clásicas Aura y otra de segunda mano del barrio.

Uno de los momentos más curiosos del paseo fueron las lecturas dentro de la iglesia de san Francisco de Sales (los salesianos de Estrecho), acompañados por un padre de la congregación. Leopoldo de Luis ingresó al principio de la guerra en el Quinto Regimiento, que tuvo su sede precisamente en esta iglesia (aunque su unidad, Pasionaria, residía en el centro de Madrid). En las conversaciones informales que se producían a las puertas de la iglesia, Urrutia recordaba que en su infancia allí repartían a los niños el queso gouda que llegó con la ayuda del amigo americano.

Para el final de la ruta quedaron las casas del poeta en el barrio. Primero, la de la calle Pamplona (entonces Rodón) donde está la placa. En el portal, donde aún vive su nieta (que nos acompañó) se organizó una bonita ofrenda floral, con velas que descomponían los colores de la bandera republicana. Luego, el primer piso en el 38 de la calle Jerónima Llorente, la primera casa de la familia en el barrio, desde cuyo balcón despedía Jorge Urrutia cada mañana a su padre cuando iba a trabajar. A Urrutia, el frutero de abajo le preguntaba su nombre y al decirle Jorge le respondía, “como Negrete;” y él espetaba “no, como Jorge Guillén”, tal y como le había aleccionado su abuelo, un viejo socialista utópico.

Y, al final, sentarse a tomar algo en la planta de abajo de un restaurante latino. Brindar, comentar y darse cuenta de que tu barrio, de repente, bien mirado y leído; bien escuchado y recordado, es mucho más de lo que parece cualquier mañana apresurada.

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