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Turno de vacunación para los sin techo

Personas sin hogar esperan su turno para ser vacunadas.

Víctor Honorato

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Por la megafonía del centro de acogida para personas sin hogar San Isidro de Madrid, una voz femenina y didáctica, como de monitora de campamento, recuerda: “Hoy es un día muy especial, porque es el día en que vamos a vacunarnos contra el COVID”. En el patio del centro, donde duermen 268 personas, el mensaje resuena sin que la mayoría de los presentes se inmuten, pero pasadas las 13.00 horas ya han recibido su dosis más de la mitad. Este jueves empezó a vacunarse a las personas sin techo que duermen en los 14 centros de este tipo que hay en la capital. Son 1.690, que se suman a las en torno a 600 que pasan la noche en la calle, según las cuentas municipales, y quienes posiblemente recibirán su dosis en la propia vía, según la vicealcaldesa, Begoña Villacís, que acudió al lugar para publicitar el inicio de la campaña. Durará dos semanas, si no hay contratiempos.

La presencia de la vicealcaldesa y el enjambre habitual de reporteros gráficos y cámaras fue, en realidad, la única nota de estrés en un día de vacunación que no alteró demasiado la rutina de los presentes. “Hay mujeres que están nerviosas, asustadas”, señalaba una de las trabajadoras ante el ajetreo en los pasillos. “Sabía que venía ella”, contaba otra, en referencia a la edil. Ante el revuelo, la comitiva trató de avanzar rápido por el interior, pues tampoco convenía hacer tapón en los pasillos, y salió al patio, donde Villacís respondió a los medios. 

“Sabemos el número, los nombres, y la mayor parte de las patologías de las personas sin hogar, cómo dar con todos ellos y cómo protegerlos”, aseguró la vicealcaldesa, quien señaló que el Ayuntamiento lleva meses pidiendo que se autorice vacunar a este colectivo. Sobre quienes duermen al raso, avanzó: “Se está estudiando hacerlo en la misma calle”. La vacuna elegida para este grupo es la de Janssen, que al ser monodosis evita problemas si no se localiza a alguien entre el primer y el segundo pinchazo que sí requieren las otras marcas.

Entre quienes pasan por el albergue hay, en muchos casos, problemas de adicciones o enfermedades mentales, lo que hace que en algún caso sean reticentes a cooperar con las indicaciones del personal. Pero este jueves no hubo mayores problemas; la gente esperaba sentada su turno, pacientemente, divertidos unos, impertérritos otros, alguno con la mirada un tanto perdida, sin entender muy bien qué hacía allí toda esa gente. “Rosa, aquí, por favor, tienes que quedarte sentada diez minutos, es el 'protoculo”, bromeaba uno de los empleados con una mujer con aire confundido que se iba afuera antes de tiempo. 

Cuando llegó Villacís, un hombre en silla de ruedas la esperaba a la puerta. “Yo no estoy aquí por alcohol ni por drogas, soy albañil de primera, tengo una incapacidad por accidente laboral del 66% y no cobro”, protestaba ante la edil, que dijo que se acordaba de él de una visita anterior. “Estamos en los trámites, seguro”, tranquilizaba la directora del centro. También estaba presente el delegado de Asuntos Sociales, José Aniorte, que no supo concretar, a preguntas de la prensa, cuándo empezará a vacunarse a los migrantes en situación irregular que no están en centros públicos.

La subdirectora, Maite Bravo, comparó la tranquilidad de la jornada de vacunación con los problemas que ocasionaron los dos brotes de contagios que padecieron el último año. El último, en enero, con ochenta infecciones. “Lo superamos sufriendo mucho y trabajando 24 horas”, señaló. También ayudó que tenían habilitadas zonas de aislamiento y que ya estaban abiertos los hoteles medicalizados. A su lado, María José, una de las internas, celebraba que iba a salir en televisión. Junto a ella, Fabiola Torres se deshacía en lágrimas explicando que ella estaba bien, que dormía aquí porque hace seis meses que la desahuciaron de su piso de Vallecas, pero que lleva siete años sin ver a su hijo Augusto y que a ver si le podían ayudar a encontrarlo.

En el exterior, a unos metros de la puerta, estaba, como cada día, la furgoneta de la unidad municipal de reducción de riesgo que atiende a toxicómanos. “Es como si te picase un mosquito”, decía Samuel Pérez, que ya había recibido el pinchazo, charlando con Antonio Mota, uno de los trabajadores, que explicaba después que el trato no es siempre fácil con los que acuden, pues son gente con problemas y en la marginalidad. “Somos los últimos espartanos”, comparaba. Dentro, un rato después, la vicealcaldesa felicitaba al personal de centro por una vacunación que avanza “a muy buen ritmo” y que está “muy bien organizada”.

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