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“Oh là là!” ante el belén de Alquerías

Pequeño fragmento del belén de Juan Antonio Garre en Alquerías, Murcia / PSS

Pedro Serrano Solana

Alquerías, Murcia —

El marco es incomparable –permítanme la manida frase- y muy adecuado, en el sentido de que se ciñe con bastante fidelidad a lo que pide un evento histórico y religioso como el nacimiento de Jesús de Nazaret, impregnado por naturaleza de humildad y de sencillez. No está en una gran ciudad y no ocupa el centro de un rico salón en un gran palacio; hay que buscarlo y rebuscarlo en una pequeña pedanía llamada Alquerías, en mitad de –lo que queda de- la huerta de Murcia, y se muestra con ciertas estrecheces en un garaje, en el bajo de una casa.

El belén de Juan Antonio Garre Muñoz es un fruto animado y en renovación constante que tiene su origen cincuenta años atrás. Su autor, que ha vivido 71 primaveras, recuerda bien que mientras su padre trabajaba la tierra, él, con apenas 7 añicos, ya hacía lo propio con los tormos del bancal a los que iba devastando para darles formas de figuras humanas o de animales, y entre los que hacía pequeños caminos y senderos. “Yo veía que mi padre se daba cuenta y sonreía”, recuerda hoy Juan Antonio.

Cincuenta años de trabajo, de modelado, talla y experimentación, de ir sumando las piezas que él mismo ha ido haciendo y las que le han ido regalando, y de repensar algunas partes del belén. Cincuenta años, aunque la cuenta sigue abierta y la ayuda para construirlo también. Por ejemplo, los pequeños panes que de cuando en cuando aparecen en cestos, puestecicos de mercado o en manos de algún personaje, son de verdad y los amasa la mujer de Juan Antonio. A ella también le debemos el trabajo de ganchillo, los múltiples tapetes que adornan las mesas-camilla de las diminutas casas.

En casos como éste del belén de Alquerías, al ‘boquiabiértico’ y ‘ojiplático’ espectador le suelen atraer las cifras: a las cerca de tres mil figuras hay que añadirles cientos y cientos de complementos. Sólo las sillas suman más de 500. Hacen falta 60 cajas para almacenarlo y nada menos que tres meses para montarlo. Ya hemos encontrado a alguien que se prepare para la Navidad antes incluso que los centros comerciales.

Las gentes de Murcia lo saben bien. En la misma capital, en la propia pedanía de Alquerías, en Casillas, en Puente Tocinos y en otros rincones de la tierra se trabaja con mimo el arte del belén. Su origen y su fin van más allá de lo religioso, como casi toda representación a la que pongamos el sello de “objeto artístico” sin importar su temática o su motivación. Además existe en Murcia un maestro que puso el techo muy alto y que marcó todo lo que se habría de hacer después del siglo XVIII: Francisco Salzillo.

Arte o artesanía. Poco importa el cartel. El belén se trabaja con cariño. Las piezas se trabajan una a una, y a cada una de ellas se les da un trocico de alma. Los personajes principales de la historia sagrada conviven y se cruzan con los de la murcianía pedestre, con los humildes huertanos, con las lavanderas, con los aguadores, con los panaderos… Cada uno atareado con antiguos usos y costumbres que los niños de hoy ya no ven ni de cerca, ni en el pueblo de sus abuelos, ni siquiera en fotos. Lo mismo sucede con los animales que pastan o son ordeñados o incluso desollados –ante la indignación de los espectadores más pequeños-.

Merece la pena desplazarse a Alquerías, y más con niñas y niños que “alucinan” viendo el movimiento de algunas figuras, como el del borrico que hace girar la piedra de un molino, el del brazo del herrero que golpea el yunque, el de la lavandera que atiza a la ropa a orillas del río, o el del propio río con sus cascadas “de agua de verdad”. También disfrutan con la arquitectura, con la réplica de la parroquia de Alquerías, con los árboles y plantas, y con los dos –y tres pisos- del belén, que en algunas zonas deja ver su “sótano” con más escenas cotidianas y sagradas.

Pero aquí no sólo alucina la “muchachada” local. También, y mucho, los visitantes foráneos. Juan Antonio cuenta con orgullo –y al mismo tiempo con cierta modestia- que vienen autobuses y coches desde todos los puntos de la Región de Murcia, de España y de otros países, y sonríe al contarnos lo que más repiten los franceses a lo largo del recorrido: “Oh là-là”. Una de las cosas que tal vez les sorprenda más es que para ver éste -y otros muchos- belenes murcianos no se tenga que pagar nada. Que sea “gratis”. La satisfacción de toda esta historia no la da el dinero recaudado; el belén no se hace ni se muestra para eso, pero dejar unos euros en la caja de madera que uno se encuentra al final, junto a la puerta, parece de justicia.

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