Sumersión: Fernando Vázquez Casillas nos invita a reflexionar sobre la pérdida y la naturaleza humana

José Fernando Vázquez Casillas es doctor en Historia del Arte y en Bellas Artes por la Universidad de Murcia, fotógrafo, crítico y comisario de exposiciones. Su trayectoria ha estado marcada por la investigación en la historia de la fotografía, la conservación del patrimonio fotográfico y la exploración de la tanato-estética, concepto central de su última exposición. Ha dirigido proyectos como el Centro Histórico Fotográfico de la Región de Murcia (CEHIFORM) y el Laboratorio de Investigación Fotográfica de la Universidad de Murcia, además de liderar la Serie Foto-Historias de Ediciones UMU.

En 'Sumersión', Vázquez Casillas registra con su cámara móvil escenas de pequeños insectos muertos, capturados en su proceso de descomposición. Su obra no solo documenta, sino que interpela al espectador: ¿Cómo afrontamos la muerte cuando la vemos en su forma más banal y cotidiana? ¿Por qué buscamos evitar la imagen de lo que inevitablemente nos define?

La muestra, que puede visitarse hasta el 21 de febrero en la Sala La Capilla del Rectorado de la Universidad de Murcia, ha despertado interés por su aproximación a la biosociabilidad y su cuestionamiento de la relación entre arte, memoria y pérdida. En una sociedad dominada por la imagen filtrada, 'Sumersión' ofrece un contrapunto visual y filosófico, explorando lo que habitualmente evitamos mirar.

La exposición ha sido comisariada por Julia Alarcón, quien ha trabajado en la construcción narrativa de la instalación para acentuar su impacto conceptual. En esta conversación breve y a tres bandas, Vázquez Casillas y Alarcón reflexionan sobre el significado de la instalación, la percepción de la muerte en la sociedad contemporánea y su relación con la tradición fotográfica.

¿Fernando, qué le llevó a explorar el concepto de la tanato-estética en su obra y cómo surgió la idea de usar insectos muertos como eje central de esta instalación?

Fernando Vázquez Casillas: Desde hace más de una década, vengo trabajando en aspectos relacionados con la naturaleza y la muerte, así como en su constatación y representación. Se trata de un ámbito creativo y plástico que aborda la naturaleza muerta en todos sus sentidos. En este contexto, el ensayo tanato-estética, una serie incluida en este proyecto general, propone una mirada a lo muerto desde una perspectiva más dulcificada (podríamos decir, adornada), resaltando la belleza inherente de aquello que ya no vive. Se configura así un escenario estético que se aproxima a un mundo diseñado. La elección de utilizar el cadáver de un insecto se debe a que, culturalmente, nos resulta menos doloroso que el de un mamífero. Además, el juego cromático propuesto, que alterna azules y naranjas, contribuye a mitigar el aspecto dramático, aunque, obviamente, lo muerto sigue apareciendo en su condición de “muerto”.

Utilizar animales muertos puede interpretarse como un acto provocador. ¿Cómo maneja el riesgo de que algunos espectadores interpreten su obra como algo perturbador o incluso ofensivo?

F.V.C.: Evidentemente, se trata de un tema delicado. En mi caso, no busco la provocación, sino el registro documental de un suceso. Siempre propongo imágenes con un encuadre preciso y directo, sin interferencias interesadas. Soy un fotógrafo documentalista que dirige su mirada hacia el suelo, captando historias de asesinatos y abandonos, y que, además, respeta el cadáver.

No me recreo en lo doloroso —por ejemplo, en lo sangriento—, ya que no lo considero necesario. Sin embargo, es un tema complejo que puede herir la sensibilidad del espectador. Lo que se pretende es ofrecer una forma activa y crítica de visualizar la muerte de los “otros”, esos seres con los que convivimos, pero que, en ocasiones, no nos importan.

La cámara del móvil es un recurso poco convencional en el ámbito artístico. ¿Por qué decidió utilizarla y qué aporta a la narrativa de “'Sumersión'”?

F.V.C.: La utilización de un móvil para realizar trabajos creativos forma parte de una estrategia práctica. Pertenezco a la generación que se formó en el mundo fotográfico en su aspecto analógico; es decir, conozco a la perfección el desarrollo de la fotografía y sus derivaciones digitales. En este sentido, tengo un respeto absoluto por la técnica fotográfica, lo que se evidencia en mi labor como conservador de fotografía y en el trabajo que realizo desde el proyecto que dirijo en la Universidad de Murcia, denominado Laboratorio de Investigación Fotográfica (LIFUM). Ahora bien, dado que fotografío casi siempre de manera perpendicular al objeto y a muy corta distancia, y considerando que este tipo de acciones suele desarrollarse en lugares de difícil acceso, resulta mucho más práctico realizarlas con un móvil. Se trata de un dispositivo electrónico que (por suerte o desgracia) llevamos siempre con nosotros, lo que permite trabajar en cualquier circunstancia. Cabe señalar que estos actos ocurren sin intervención física directa, ya que nunca se sabe cuándo van a suceder. Además, en mi caso, no necesito que las imágenes sean técnicamente perfectas, sino expresivas. Me interesa la narrativa, el discurso conceptual y la manifestación crítica de la idea por encima de cualquier otro aspecto de la imagen.

Gaspard Félix Tournachon, más conocido como 'Nadar', utilizó la fotografía para capturar no solo retratos, sino también fotografía post mortem como el de Víctor Hugo. ¿Hay algún paralelismo o inspiración entre la obra de Nadar y su propia propuesta de 'Sumersión“?

F.V.C.: Indudablemente, mi investigación plástica está íntimamente relacionada con la teórica; ambas han estado unidas de manera directa desde hace 15 años. En este sentido, paralelamente a mis proyectos creativos, escribo artículos científicos relacionados con el retrato de los difuntos, una temática que me interesa desde múltiples puntos de vista y que mantiene como ejes centrales los conceptos de amor, archivo y memoria. Para darte una idea, he investigado y reflexionado sobre las teorías del retrato post mortem, abordadas por fotógrafos del siglo XIX como Nadar o André Adolphe Eugène Disdéri; pero también, en mis últimos textos publicados, sobre los retratos dedicados a Carlos Casagemas por Picasso o aquellos realizados en el lecho de muerte a Giuseppe Verdi.

Su obra aborda el concepto de la “biosociabilidad” y el papel del ser humano en el entorno. ¿Cuál es el lugar del ser humano, somos responsables de las muertes que retrata?

F.V.C.: En realidad, todo mi discurso gira en torno a esta idea: la interacción del ser humano con el devenir de los seres vivos con los que compartimos nuestro hábitat y la influencia que ejercen nuestros actos —directos o indirectos— sobre los animales. El hombre, como ser inherentemente egoísta, adapta el mundo a sus propias necesidades sin tener en cuenta las de los demás. Esta adaptación tiene consecuencias tanto positivas como negativas, según el punto de vista desde el que se analice. En algunos casos, las acciones que realizamos provocan una disminución en la calidad de vida de otros animales e incluso su muerte. No debemos olvidar el gran número de especies extintas —por ejemplo, en el siglo XX— que han sido causadas o provocadas por el hombre. En este contexto, las muertes que documento son consecuencia directa de dichas acciones.

Julia, como comisaria, ¿cuál fue su principal reto al conceptualizar y montar esta instalación?

Julia Alarcón: El concepto de tanato-estética me fascinó al ver la obra de Fernando Vázquez. Ya lo había desarrollado él, pues simplemente me ocupé de trazar una narrativa que ya estaba esbozada, pues las piezas, las imágenes, tienen sentido en sí mismas, funcionan por sí solas y ya nos dicen algo. Me ocupé de presentarlas en la sala a partir de esa historia que Fernando quería contar. El montaje de la exposición en La Capilla prácticamente estaba ya pensado al realizar el proyecto. Aunque puede funcionar en otros espacios expositivos, por las peculiares características del espacio, casi que pude realizar el montaje en mi cabeza, imaginando cómo lucirían las piezas finalmente. No obstante, partíamos de la premisa de no poder colgar nada en las paredes de esta sala, por lo que las piezas debían funcionar en el suelo o colgadas del techo. La iluminación es prácticamente la parte más importante, siendo esto quizá lo más costoso de resolver, ya que no se puede prever tanto y se debe hacer in situ. No obstante, el peso teórico que tienen las piezas supera a la forma en que se ordenen en la sala de exposición. Aunque está claro que, tanto a Fernando como a mí, nos cuadró la disposición elegida, las imágenes nos hablaban y contaban al estar situadas de esa forma.

En una sociedad hiperconectada y saturada de imágenes, ¿qué cree que distingue las fotografías de Fernando Vázquez Casillas y las hace relevantes en el contexto actual?

J.A.: Las fotografías de Fernando son un jarrón de agua fría al mismo tiempo que un respiro en un momento en que todo se maquilla o se intenta ocultar, huyendo constantemente del sufrimiento. Son necesarias para posicionarnos como ciudadanos que conviven con lo incómodo, aunque nos opongamos a ello. Sus imágenes nos invitan a reflexionar y a teorizar, no es solo estético, como es el caso de esta serie que hemos expuesto, también forman parte del archivo de lo real, de lo que existe, aunque no queramos verlo.

¿Qué rol ha jugado el espacio expositivo (Sala La Capilla del Rectorado) en la narrativa de la exposición? ¿Cómo condiciona este lugar la percepción del público sobre las obras?

J.A.: El sonido que envuelve al espectador, el de la depuradora de una piscina, nos introduce en un espacio desacralizado, La Capilla, para exponernos ante una serie de imágenes y videos que contrastan con la tranquilidad que se respira en la sala y también con la propia estética de esta. Estrecho y de techo alto, el espacio produce diferentes sensaciones que tienen que ver con la incomodidad al presenciar la muerte de unos insectos, temática inusual que no estamos acostumbrados a ver en este tipo de salas de exposición, pero que no resta posibilidades en la reflexión sobre el asunto tratado.