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'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.

El ángel del hogar ha muerto

Laura Freixas

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Fue Virginia Woolf a principios del siglo XX quien acuñó la expresión “matar al ángel del hogar” en su breve ensayo Profesiones para las mujeres, refiriéndose a cómo el fantasma del deber de las tareas domésticas y de los cuidados ahoga la vida de las escritoras. Cuando esto sucedía, decía, había que matar el ángel para lograr la libertad: “Es mucho más difícil matar a un fantasma que matar una realidad. Siempre regresaba furtivamente, cuando yo imaginaba que ya lo había liquidado. Pese a que me envanezco de que por fin lo maté, debo decir que la lucha fue ardua, duró mucho tiempo (…) Pero fue una verdadera experiencia, una experiencia que tuvieron que vivir todas las escritoras de aquellos tiempos. Entonces, dar muerte al Ángel del hogar formaba parte del trabajo de las escritoras.” 

A mí no me iba a pasar, 2019, ediciones B, es un magnifico relato sobre la ascensión y la caída del ángel del hogar, ese ser bondadoso enjaulado en la casa al servicio de los demás, ese fantasma que convierte a las mujeres en sombra del marido y de los hijos, que las devalúa y las condena a vivir la-vida-de-los-otros. Con un estilo narrativo ágil y una voz brillante e inteligente, el relato de la vida de Laura Freixas fluye con la rapidez de un corto cinematográfico: mujer blanca, occidental, clase alta, educación superior, descubre un buen día que los privilegios de clase no le van a salvar del patriarcado, más bien al contrario, el patriarcado liberal encierra trampas sutiles que la convierten, al menor descuido, en subalterna de la dominación masculina. Las trampas que Laura Freixas pone al descubierto están en el trabajo, cuando acepta un puesto a tiempo parcial en una editorial: menor sueldo, techo de cristal, empleo de baja calidad, precarización laboral. Están en su casa, al ejercer el rol de la feminidad, el cuidado de los hijos, el bienestar del marido, el abandono de un proyecto laboral brillante por el del conyugue, la dificultad de conciliar vida familiar y laboral, la  imposibilidad de encontrar tiempo para escribir … así hasta la frustración. Hasta el “malestar que no tiene nombre”, como Betty Friedman llamó a la mística de la feminidad. Una compleja sintomatología que acusan las mujeres de clase media-alta, liberales, cuando descubren que después de haber conquistado el derecho a voto y haber accedido a la educación superior, no pueden desarrollar una profesión ni tener un empleo de calidad, pues la maternidad y el matrimonio les devuelve a su “lugar natural”, al espacio privado de los cuidados domésticos, al ser-para-los-otros, la indigencia ontológica.

A mí no me iba a pasar, la novela más madura de Laura Freixas, es un relato circular que comienza y termina en 2003, año de la decisión de poner fin a su matrimonio. Por el camino, con una escritura extraordinariamente fluida, se sucederán el noviazgo que empezó en los años 80, los primeros trabajos, el matrimonio, la vocación de escritora, la maternidad, la adopción y el origen de la conciencia feminista. Hay un componente que resulta extraordinario en esta narración y es que conforme avanza la complejidad de vida de la autora y estalla el conflicto de la conciliación -la vida a caballo entre dos ciudades, dos hijos, etc…- aumenta progresivamente la conciencia de la vocación de escritora, que se hace presente y revindica su espacio en una vida en la que ya no hay prácticamente hueco para nada. Y lo admirable y extraordinario, la gran contradicción, es que su protagonista no puede sustraerse a la emergencia de esa vocación literaria que le pide paso como un torrente. Es muy revelador el episodio de la adopción de su hijo en Rusia, a donde viaja emocionada repasando, una por una, todas las grandes obras de la literatura eslava. 

Hay una lectura transversal que saca a la luz lo difícil que es transitar al feminismo desde una posición social acomodada, detectar las trampas de la opresión del patriarcado liberal a las mujeres, las cadenas invisibles que aprisionan y enjaulan a “las marujas de lujo”. “No trabajes, ya lo hago yo”, -le dice el marido. “Por ese dinero no hace falta que cojas ese trabajo, te lo damos nosotros”-le dicen los padres. Pero el resultado final es demoledor, sin cotización, sin pensión, mayor pobreza femenina, pérdida del poder de decisión:  “quién tiene dinero decide”, se repite varias veces en el relato, y finalmente, el confinamiento al espacio privado. Las mujeres convertidas en sombras. 

Contado a la manera del más puro estilo Virginia Woolf, con elegancia, ironía y crítica de hierro, Laura Freixas retrata el claro-oscuro de las ambivalencias que estructuran la relación entre sexos en nuestras sociedades, las tensiones de la vida doméstica con sus ritmos y sus rutinas, las relaciones familiares, la distribución de los roles y los poderes en el seno del espacio privado. La función ideológica de la reproducción perfectamente retratada, fotograma a fotograma, la autora va narrando las formas diversas de la dominación masculina, que es de lo que trata este libro.  Y era obligado hacer este retrato, para constatar que la clase social y el nivel adquisitivo no están por encima de la dominación masculina, que el patriarcado es transversal a la raza, la renta y la clase social. Ser mujer sumisa y subordinada al hombre es un estereotipo común, la única variable es que el liberalismo es capaz de convertir a las mujeres en “marujas de lujo”, como afirma Laura Freixas, aunque desde luego es peor prostituirse o tener que alquilar el vientre para comer.  

Una autobiografía madura y valiente y un interesante retrato social de cómo se construye la subjetividad de las mujeres bajo el patriarcado liberal. De cómo ese gran fantasma que es el ángel del hogar, esconde un super-yo en cada mujer que se manifiesta como la representación de lo social y moralmente aceptado en su condición de mujer. Y cómo y cuales son las causas que explican la necesidad de matarlo.

Me volví hacia el Ángel y le eché las manos en el cuello. Hice cuanto pude para matarlo. Mi excusa, en el caso de que me llevaran ante los tribunales de justicia, sería la legítima defensa. Si no lo hubiera matado, él me hubiera matado a mí. Hubiera arrancado el corazón de mis escritos. (V. Woolf)

El ángel del hogar ha muerto en las primeras páginas de esta magnifica novela, un huracán de causas -que se irán desvelando poco a poco en su lectura-, le empujarán hacia su final. De este acto emergerá un personaje renovado que no tiene tiempo ni de mirar las ruinas que deja atrás: “Adiós”… fue en defensa propia.

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