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Democracia y populismos

Adolf Hitler

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Tanto a nivel político como en los medios de comunicación podemos encontrar cómo recientemente el término 'populismo' se utiliza para desacreditar a distintos fenómenos o movimientos y catalogarlos como peligrosos y enemigos de la democracia. Si la democracia es el sistema político en el que el poder político reside en el pueblo, ¿Cómo puede ser el populismo enemigo de ella? Revisemos los conceptos de democracia y populismo para entender este problema.

Aunque en la democracia la soberanía y el poder político residen en el pueblo, no es el pueblo el que gobierna directamente, sino que lo hace a través de unos representantes elegidos. Por ello hablamos de democracia representativa. En las bandas, propias de grupos humanos muy pequeños, habitualmente con una estructura económica cazadora-recolectora, el estatus político de los individuos es más o menos igualitario y estos ejercen su acción política directamente (podríamos hablar de democracia directa). En estructuras políticas más complejas (tribus, jefaturas y estados) la sociedad se estratifica y algunos individuos se especializan en el ejercicio de funciones políticas. En democracia, este ejercicio político se hace en representación del conjunto del pueblo (aunque algunos partidos políticos se declaren vinculados exclusivamente a una clase social, un género, una región geográfica, etc, y se erijan en enemigos del resto del pueblo), mientras que en regímenes políticos no democráticos los dirigentes no representan al pueblo sino a partes de este o a sí mismos individualmente.

El representante elegido por el pueblo para gobernarle obtiene una “legitimación en origen” de su rol por el acto de elección, y una “legitimación en ejercicio” por el desempeño adecuado de su función de defensa de los intereses del pueblo. No hay que confundir el interés del pueblo con el capricho puntual de una masa, movida o no por dinámicas de antigrupo. El dirigente tiene la responsabilidad de interpretar las necesidades reales del pueblo y actuar para abordarlas, aún cuando estas actuaciones resulten impopulares. Además, debe dirigir un proceso pedagógico, facilitando el avance de la población hacia la comprensión de los problemas y la asunción de las responsabilidades oportunas.

El sistema de democracia representativa se enfrenta a dos peligros estructurales: por una parte el dirigente puede interpretar los intereses del pueblo de forma sesgada o interesada, oprimiendo a este, con lo que evolucionaríamos hacia la tiranía. Por otra parte, el dirigente puede desatender las necesidades del pueblo y atender sólo al deseo de este, de forma demagógica.

La estructura del estado establece una serie de sistemas para combatir estos peligros estructurales: la existencia de una ley por encima de la voluntad de los gobernantes o del mismo pueblo (especialmente la constitución, pero en cierta medida, toda ley) evita algunos de los desmanes que podrían cometerse. Un ejemplo típico de situación en la que el pueblo tiende a actuar injustamente dañándose a sí mismo es en el respeto a los derechos de las minorías, que sin leyes que los protegiesen de la voluntad de la mayoría serían sistemáticamente pisoteados (llegando incluso a situaciones de etnocidio o genocidio). Otras medidas como la separación de poderes para evitar la tiranía, o distintas instituciones que velen por el correcto funcionamiento del sistema político son esenciales en una democracia.

El populismo procede de forma demagógica alineándose con la voluntad del pueblo y atacando las leyes e instituciones que protegen la estructura democrática. Puede tomar distintas formas, dado que el deseo de un colectivo es proteiforme: puede identificar un enemigo común, normalmente exterior, o una minoría interna (judíos, inmigrantes, pobres, ricos, etc) o hipnotizar con un ideal (étnico, religioso, moral…). Puede ser abiertamente violento contra las instituciones o socavarlas desde dentro, pero alegará el derecho del pueblo a decidir libremente lo que quiera, por encima de consideraciones legales, institucionales, acuerdos establecidos a nivel internacional o entre estructuras internas del país. Incluso, es frecuente que estos movimientos, en nombre del pueblo nieguen la realidad económica, demográfica o física y apisonen con su ideología popular todo lo que se le oponga. La historia está llena de ejemplos: los reyes católicos fallaron en ver no sólo el problema humano que suponía la expulsión de los judíos, sino ni siquiera sus consecuencias económicas, la Alemania nazi, también socavó su propia economía persiguiendo a los judíos, distintos regímenes comunistas han perseguido a los intelectuales dañando el funcionamiento de la sociedad, etc.

Habitualmente, la virtud está en el equilibrio. El populismo, como reverso de la tiranía, es igualmente dañino para el pueblo. 

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