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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

(Otro) descenso a la locura

Los ucranianos se refugian en una estación de metro en Kiev, Ucrania, la noche del 24 de febrero de 2022

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Una de las múltiples definiciones de la locura es la de repetir una misma acción una y otra vez esperando resultados diferentes. Desde el nacimiento del concepto de Estado Nación, allá por el siglo XIX, y el establecimiento del capitalismo como sistema económico dominante a lo largo de la geografía mundial, y especialmente en el ámbito occidental, el nacionalismo ha sido uno de los principales casus belli que han causado los más relevantes y sangrientos conflictos armados en los últimos ciento cincuenta años.

El colapso de la URSS en diciembre de 1991 encendió una mecha que irremediablemente ha ido provocando incendios en los territorios de la esfera de la Comintern en estas tres últimas décadas. La falta de un Estado fuerte, capaz de actuar como catalizador y garante de la integridad de los pueblos que conformaban el espacio socialista durante la segunda mitad del siglo XX, se ha traducido en el derrumbe de muchos de estos nuevos Estados surgidos tras la caída del muro de Berlín. Después de la tempestad, una calma capitalista, si es que este concepto es plausible, ha sido imperante en la práctica totalidad del planeta desde entonces, y la mayoría de los conflictos bélicos que se han ido sucediendo en estos años, siempre han tenido ese cariz económico que ha dejado un reguero de sangre desde Sudán a Siria, pasando por múltiples latitudes y longitudes muy dispares.

Esta vez, y volviendo a caer en los errores que llevaron al mundo a la Primera Guerra Mundial, ha sido Rusia la que, en una ceguera nacionalista sin precedentes, ha decidido poner fin a la guerra civil, que hasta ahora había dejado más de diez mil cadáveres en las frías tierras negras de Ucrania, entrando por la fuerza y terminando de romper la frágil inercia de los tratados de Minsk.

El maidán fue un movimiento ultranacionalista con tintes europeístas que no eran sino la excusa perfecta para alejar a Ucrania de las esferas de influencia de Rusia, y de paso derrocar al presidente prorruso Yanukóvich. De aquellos barros, estos lodos.

La proliferación de grupos paramilitares neonazis como el batallón Azov, y su posterior incorporación a la Guardia Nacional ucraniana, ponen en evidencia el cambio de paradigma que supone este conflicto con respecto a la tónica habitual, donde prima el interés económico. En esta ocasión, el nacionalismo a ambos lados del Dniéper es el motivo por el que hoy han sido asesinadas decenas de personas, y por el que miles más, probablemente, lo acaben siendo en las próximas semanas. Y es que el nacionalismo no es más que una ideología reaccionaria y ampliamente ligada a la derecha, puesto que dibuja un panorama trasversal donde la clase trabajadora y la burguesía se unen para, en un sentido pragmático, acabar favoreciendo únicamente los intereses de estos últimos. La definición de patria es diferente en función de la clase social. Para el proletariado no es más que un signo de identidad cultural y un sentimiento de pertenencia a un grupo mayor. Para la burguesía, la patria es el capital, y todo aumento de capital es bienvenido y buscado hasta la saciedad.

Entonces, ¿cuál es el concepto de locura?

Sin duda, caer en las mismas acciones repetidamente buscando un resultado distinto. Porque como ya dijo George Bernard Shaw: el patriotismo es la convicción de que tu país es superior al resto solamente porque naciste en él.

No hay más que echar la vista atrás para aprender que los nacionalismos matan. Y matan con la mayor de las crueldades, porque se guían por el fanatismo ciego y el convencimiento de que se provoca ese daño por una causa justa. Ya no hay causas justas. Ya no quedan.

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