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Por una Izquierda Ecologista: (1) un panorama vacío e inquietante

Pablo Iglesias y Alberto Garzón conversan durante la sesión constitutiva del Congreso

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Las prioridades que la epidemia de la COVID-19 imponen en las políticas nacionales no pueden ocultar el singular desinterés que desde las estancias políticas se muestra por el medio ambiente. Esto sucede cuando, precisamente, las principales lecciones que de esta pandemia debiéramos extraer se relacionan con el carácter crecientemente antiecológico de todo nuestro sistema económico, tanto si lo observamos dentro de nuestras fronteras como si lo consideramos a escala global.

Asistimos a la dramática insuficiencia del discurso político, a la ausencia de visión y perspectivas y a la falta angustiosa de una fuerza política que asuma como esencia propia de su acción y responsabilidad el empeño ecológico en el mismo nivel, y en intensa interpenetración, con los objetivos sociales y políticos. No disponemos, en este panorama, de una formación política que asuma estas necesidades: en definitiva, y para entendernos, nos falta una Izquierda Ecologista.

Se ha consumado el fracaso de las distintas versiones históricas de partidos Verdes, generalmente debido a que, en la mayoría de los casos, en su génesis figuraba predominantemente gente resabiada y desplazada desde “partidos a la izquierda del PCE”, aunque en otros casos el problema de incapacidad venía de una especie de ingenuidad político-ecológica; en ambos casos se ha tratado de un oportunismo sin fundamento suficiente para prosperar en una medida que, aunque discreta, permitiera cierta presencia social. Equo ha sido el último intento, si bien carente de convicción (como después sea ha demostrado), y no ha resistido a la primera operación de fagocitación de Podemos sobre su líder, que ha acabado reteniendo su escaño parlamentario en solitario, con la fuga de sus partidarios: otro episodio, también desoladoramente estéril, de la historia de nuestros partidos Verdes. Muchos, poco informados, creyeron que la esperada inyección ecológica a la política nacional vendría de Podemos, pero nada de esto ha habido; todo lo contrario, se observa en su dirigencia un sordo, pero efectivo, bloqueo a algunas iniciativas de sensibilidad ecologista que, surgidas desde fuera, acuden sin éxito a recabar su apoyo.

La desolación del momento se completa con las tendencias acomodaticias y burocráticas, en auge, de algunas de las principales organizaciones ecologistas del momento, entre las que el sistema demuestra su inmensa capacidad de asimilación y neutralización, y que prefieren eludir los conflictos y enfrentamientos reconduciendo su oposición por vía judicial, lo que suele resultar ineficaz incluso cuando las sentencias son favorables.

Una consecuencia de este momento de incompetencia ambiental general es el caso repetido de agresiones ambientales durante la pandemia, un momento de debilidad general que empresas y administraciones vienen aprovechando para extraer ventajas: es el caso de la aprobación de normativas al dictado del mundo empresarial, consistentes en rebajar las exigencias ambientales, como sucede en los casos de Murcia y Andalucía; dos casos en los que –¡nunca escarmentaremos!– incluso se anuncian y proyectan nuevas inversiones turísticas (como en cabo de Palos, playa de los Genoveses, acantilados de Maro, pinar de Barbate…).

Hay que aludir, repetida y reflexivamente, al papel general de Podemos en la crisis general que vivimos y en su falta de conciencia y voluntad ecológicas, porque nada anima a contar con esta formación para un futuro que pasa necesariamente por la desestructuración de lo existente y la construcción de realidades nuevas (u olvidadas: nuestra civilización no siempre ha sido tan necia y suicida como en el último siglo). La formación morada, cuyas promesas de conquista de los cielos van quedando en un pasar trufado con las insidias y torpezas de cualquier partido obsesionado por el poder y con un entendimiento de lo social que no augura grandes logros, ya contribuye a un debate político caricaturesco y preocupante. Y la indignación de estos radicales de ayer evoluciona inquietantemente hacia la autodefensa, que ya quisieran ellos que fuese sólo frente a la derechona montaraz, porque están pagando muy caro esa coalición, tan inmadura, con el PSOE. Siguen levantando la voz, sí, pero pasan por el aro en una coalición de sordas deslealtades que, sin embargo, no dificultan la compenetración con las políticas adoptadas: su realismo se llama socialdemocracia, y de ahí no hay ningún cambio serio que esperar, en una coyuntura tan exigente. Digamos que se trata de una aportación ilustrada, pese a ruidosa, que no ha procedido a la necesaria crítica (más ecologista que dialéctica) de la Ilustración, y por ello carece de perspectiva ética y trascendencia política.

Queda por considerar, como asidero potencial en esta ruina ecopolítica, el papel de Izquierda Unida, que es en realidad el objeto de estas reflexiones, que se resisten a darla por diluida, evanescente, deformada y secuestrada por Podemos, con el deplorable papel histórico de Alberto Garzón.

Porque de las otras formaciones “emergentes”, Ciudadanos y Vox, ambas en las antípodas de la inquietud ecologista, poco ha de decirse aquí. Salvo que, la primera de ellas, creada por gente amarilla a la pesca de caladeros electorales ambiguos, es un grupo sin ideología ni criterio que no se explica su último hachazo electoral, cuando en su origen no hay más que una pulsión oportunista de anti nacionalismo ahistórico, visceral y, en consecuencia, carente de inteligencia política, que quiere hallar su fuerza en un centro inexistente y, en consecuencia, imposible de explotar. Aun así, Arrimadas y Bal, en sus discursos, se indignan, exigen y ¡hasta vetan a quienes no les gustan!

Y en cuanto a la horda de Vox, surgida de las estepas negras del franquismo que algunos creían despobladas (pero qué va), lo suyo es olisquear la hora de actuar, por lo que merodean a la espera de oportunidades para sus asaltos a los muros de una democracia desprevenida y debilitada. Y así, estos herederos de los golpistas del 18 de julio y de los villanos enterradores de un régimen legítimo y una constitución admirable, se erigen con su verbo desvergonzado (que hay que oírlos) en adalides de la constitución y regeneradores de la democracia; cuando, mera y simplemente, son una emanación revanchista de la historia y de su episodio más sangriento y canalla en siglos (y su objetivo a plazo, volver a las andadas).

Y ni siquiera el Ministerio para la Transición Ecológica hace acto de presencia, cuando en sus manos están algunas de las claves contra las incertidumbres futuras: más parece una impostura institucional que un órgano de ruptura, corrección e iniciativa. En el recientemente presentado Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la economía española (ni siquiera la gravedad de la crisis merecería título tan pretencioso), el Ministerio para la Transición Ecológica organiza su programa en cuatro ámbitos que, en realidad, consisten en cuatro áreas de negocios innovadores dirigidos –como todo el Plan– a “recuperar la tasa de crecimiento” en el más breve plazo posible lo que va, en principio, contra cualquier transición ecológica. De esas cuatro áreas que pretenden dar consistencia a la transición ecológica, mucho y negativo hay que decir pero aludiré solamente a la cuarta, calificada de “restauración ecológica”, para hacer observar que la prioridad para ese Ministerio, más que restaurar, es impedir que sus órganos propios sean agentes de destrucción, que es lo que hacen, por ejemplo, muchas de sus Confederaciones Hidrográficas, que son primerísimas responsables (o coadyuvantes) de las inundaciones, la desertización, la contaminación de ríos y acuíferos y la destrucción de la vida silvestre (siendo la del Segura, por ejemplo, un verdadero caballo de Atila y una de las más odiadas, pero ante la que el Ministerio se allana, como si de un “Estado dentro del Estado” se tratara).

Puede estar seguro el vicepresidente Iglesias, que dice controlar la Agenda 2030 que, por contra a lo expresado por él mismo en la presentación de ese programa tan apabullante en millones como pobrísimo en credibilidad, se trata de un Plan que no transforma en absoluto la estructura económica del país, sino que se limita a cambiar ciertos rasgos, todos ellos secundarios, sin ninguna transformación ni transición ecológica apreciables: observe, si tiene tiempo, que pasar del automóvil de combustión interna al eléctrico no reestructura la economía de ningún país sino que, meramente, cambia una parte de un sector (que seguirá siendo ecológicamente letal) sin que quede claro, siquiera, que contribuya decisivamente a la “descarbonización”, que es otra de las líneas de actuación consideradas prioritarias por el Gobierno entero.

Es desesperante que se siga dando de lado lo que debiera constituir la esencia de las políticas (sean estas agrarias, industriales, de infraestructuras, etc.), para la adecuación de nuestras actividades y nuestra vida social a las necesidades ecológicas, tan perentorias, y a la mejora de relaciones entre economía y sociedad; y que, por el contrario, entregados en esta situación pandémica (que se enquista) a una orgía dialéctica navajera, los partidos políticos se despellejen ignorando estas exigencias, y nos lleven por caminos que siguen alejándose de la prudencia, la ética, la inteligencia y… la oportunidad histórica.

Por lo que resulta evidente la necesidad de una fuerza política netamente ecopolítica, que asuma lo que hasta ahora ningún poder político está dispuesto a admitir: que un medio ambiente limpio y una verdadera calidad de vida resultan inadmisibles para el sistema dominante, guiado por el abuso, la codicia y las diferencias generadoras de beneficio económico y poder político: un sistema que no duda en conducirnos de desastre en desastre consiguiendo que su pervivencia quede garantizada, antes de cambiar de principios y de objetivos. Una Izquierda Ecologista que, sin complejo alguno por no alcanzar mayorías ni poder estar en todas las instituciones, se constituya en una real instancia política de izquierdas, ética y ecologista.

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