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Sobre niños y violencia en Guatemala (la tesis de Marta)

Una niña pasa al lado de un cadáver. Su primero comunión fue suspendida porque hubo un tiroteo frente a la iglesia. San Juan Sacatepéquez, Guatemala. Imagen de Erick Sor

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Marta es periodista guatemalteca y su tesis doctoral versa sobre “La vida de los niños guatemaltecos en la Zona Roja”, recibiendo este nombre aquellas áreas del país donde más se siente la violencia mortal diaria. La tesis, que sobrecoge, aporta como elemento esencial de la investigación necesaria, la “autobiografía” de 62 niños de esas áreas, a los que se pidió que se expresaran sobre diversos aspectos de la violencia en su vida, y, sobre todo, su propia percepción de la misma.

En la investigación participaron 62 alumnos de quinto y sexto de Primaria, de entre 11 y 15 años de edad, un 57 por 100 niños y el resto niñas. Del total de los textos, un 32 por 100 estaba relacionado con violencia, y, tras su codificación, la categoría “asesinatos” fue la que más información recibió. Es decir, los niños hablaron mucho sobre asesinatos presenciados, escuchados o vividos en su familia.

“Un día enfrente de mi casa mataron a un hombre de 31 años, le descargaron una tolva entera. He visto cómo fueron a tirar a una del instituto, le dieron cuatro balazos. Y lo que pasó con mi primo, lo arrestaron por supuesta extorsión y tráfico de drogas, después a la semana, matan a mi otro primo con tres machetazos en el pecho y uno en el cuello. A una muchacha la mataron en el hospital, murió a los 14 días de estar allí”. Lo cuenta apresuradamente uno de los alumnos, de 12 años, en un párrafo en el que enumera cuatro asesinatos y un arresto, entre ellos el de su primo. De los 62 niños que escribieron, 36 dijeron haber presenciado un asesinato.

El trabajo se ha centrado en dos colegios del área metropolitana, en Villa Nueva y en Chinautla (donde nuestros alumnos nos prohíben siquiera transitar), que es donde operan las maras más violentas, Salvatrucha y Mara 18, que desde principios de este siglo vienen acaparando las noticias diarias con la mayor cantidad de asesinatos, violaciones y robos. Son pandillas que encuentran en la pobreza y la falta de escuelas y centros de atención a los menores, un terreno fértil para reclutar adeptos, aunque no han surgido espontáneamente en Guatemala, ya que proceden de Estados Unidos, desde donde se les suministra recursos y fuerza.

En la escala de delitos es la extorsión el que más se comete en Guatemala; en los últimos siete años se han denunciado 35.000 extorsiones. Los conductores de buses suelen ser los más afectados por las extorsiones: de 2006 a 2013 murieron 622 conductores asesinados por no pagar extorsión. Una de las niñas, de 11 años, recuerda el día en que tuvieron que abandonar su hogar. Salieron de noche, sin que nadie los viera. Guardaron en un automóvil todo lo que pudieron y se fueron para no regresar nunca. Saben que, si no pagan lo que la pandilla les pide, morirán, así que optan por huir. La directora de una de las escuelas narra que, durante el año 2014, cerca de 60 alumnos no volvieron a clase, sin decir nada a nadie; simplemente, se fueron. La maestra sabe que eso sucedió debido a las extorsiones, la familia no pudo o no quiso pagar la extorsión y decidió mudarse donde las pandillas no los encontraran. La educadora relata que muchos de ellos ni siquiera regresan por los documentos que acrediten que han estudiado y les permitan continuar en otra escuela. Este es el delito más frecuente en Guatemala, pero también sobre el que más silencio pesa. Nadie quiere hablar, nadie se atreve a contar que ha sido extorsionado. Los niños, en sus biografías, lo trataron de forma muy breve, solo 5 de los 62 lo comentaron.

En Guatemala, un 53,7 por 100 de la población vive en la pobreza, de acuerdo con el último censo oficial (2012); de la que un 13.33 por 100 vive en pobreza extrema, es decir casi dos millones de personas (la población total supera los 16 millones). Este mal afecta principalmente a las poblaciones indígenas, y de los pobres extremos un 66 por 100 son mayas. La pobreza llega a ser tan fuerte que solo un 19.17 por 100 de los hogares guatemaltecos se considera que posee seguridad alimentaria, con una desnutrición crónica que alcanza el 45.6 por 100.

Si bien la prolongada guerra interna (1960-1996) produjo unos 200.000 muertos, sólo en el periodo que alcanzaba a 2012 las muertes “civiles” llegaban a las 75.000, con una cifra diaria de 14. Este panorama atroz fue empeorando, con un máximo de 18 asesinatos diarios en 2009 (el año en que Marta inició su doctorado), con una media de los últimos años de entre 11 y 12. Las víctimas, así como los victimarios se concentran, en un 60 por 100, en la franja de edad inferior a los 25 años. Se trata del octavo país más violento del mundo.

Pero los niños no suelen resignarse a la “mala suerte” de vivir en un país violento. Prueba de ello es que la mayoría piensa que en el futuro las cosas serán mejores. Resulta alentador, pese a las situaciones que enfrentan los niños, que la mayoría, un 75 por 100, piensa que el futuro será mejor, un 23 por 100 cree que será igual y un 2 por 100 no mencionó nada al respecto. Los chicos sueñan con ser arquitectos, médicos, abogados, artistas; con salir de la pobreza y vivir en paz. Las páginas dedicadas a sus sueños no son pocas ni cortas. A pesar del miedo, creen en el futuro y se dan el tiempo para soñar. Ninguno de ellos mencionó un gobierno que vaya a cambiar las cosas o un presidente responsable que atenderá sus necesidades, sino un futuro labrado con mano propia. Y creen más en la familia, la escuela y la Iglesia que en la policía, los tribunales o el Congreso de la República.

Los niños constantemente cuentan que tienen miedo de salir a la calle, de que caiga una bala perdida en sus casas, de que les roben o de que les maten. Asimismo, dan cuenta de que sus padres también tienen miedo y que por eso no les permiten salir a la calle a jugar. Se trata de una generación de niños condenados al encierro, a pasar la infancia detrás de los muros del hogar.

Marta fue alumna mía durante el curso de Doctorado que impartí en agosto de 2009, mi segunda estancia en Guatemala, y siempre que miraba a la esquina donde ella se situaba, me encontraba con sus ojos negros, de gran profundidad y fijeza. Los profesores sabemos, por los ojos y el gesto de alumnos y alumnas, de la atención y el interés mostrados, la utilidad de la relación docente y hasta las preguntas que bullen en su cabeza (aunque no siempre las formulen). Y de Marta recuerdo sentir que absorbía lo que escuchaba, con singular atención (ya bullía en su cabeza el tema de su futura tesis); y esto me lo confirmaban los otros profesores.

Tras la lectura y defensa de la tesis (cuyo tribunal examinador he tenido la satisfacción de presidir), le hemos pedido que si –como pretende –va a publicar su trabajo como un informe al Ministerio de Educación, cambie u oculte los nombres de los alumnos que lo han protagonizado, los de las profesoras citadas y, por supuesto, el de ella misma.

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