Escribir en caliente sobre la rabiosa actualidad es como devolver en caliente a esos cientos de niños magrebíes que han utilizado como moneda de cambio con una perversidad sin límites; escribir en caliente sobre esas mentes descerebradas que han visto en ese famoso abrazo, una motivación erótica de Luna, la voluntaria de Cruz Roja, que trata de consolar a un náufrago desorientado y exhausto, es una necesidad apremiante, después de ver hasta las altas cotas que está escalando esa gente tan misérrima, sin ética sin moral. Como cantaba Franco Battiato: “En esta época de locos nos faltaban los idiotas del horror”.
Yo quería escribir sobre esa rabiosa noticia de la foto y también de la música y la poesía de las canciones de Battiato que tanto canté y bailé. Sin embargo, ya llevo unas semanas queriendo escribir sobre el cumpleaños de la persona más longeva de mi pueblo, de “la abuela de Espinardo”: doña Concepción Lax Pina, que celebró sus 106 años el pasado mes de abril, a la que ha cuidado durante años precisamente una mujer magrebí, con el apoyo diario de sus dos hijas: Carolina y Chitina, pero hasta el momento siempre me lo ha impedido otros temas de esa rabiosa actualidad, que no cesa.
Abandono por momentos esa temática de la actualidad y escribo sobre la “la abuela de Espinardo”, y concuerdo con Pessoa “que mi patria es mi lengua” y, con Rilke, que “la infancia es la patria” y, parafraseando a Antonio Machado, pienso que mi infancia son recuerdos de una calle mayor, de esa calle Mayor de Espinardo, en la que sigue viviendo doña Concepción, por la que pasaba la carretera Nacional de los que iban o llegaban de Madrid. Por esa calle, arriba y abajo, he paseado mis primeras ilusiones amorosas, mis primeros sueños, y hasta mi traje de comunión, camino de la iglesia. Si me dejo llevar y me pongo a navegar por las regiones de mi memoria, me veo pedaleando en una estupenda bicicleta Orbea llevando en su plataforma trasera y hasta en el cuadro, unos paquetes con bolsitas de manzanilla o té, de un lado para otro, de aquel almacén de infusiones en el que comencé a trabajar a los 13 años. Y recuerdo a Valera, el esposo de doña Concepción, que tenía en esa misma casa un depósito de transportes. Ahí solía llevar pequeños paquetes, y ahí veo la cara sonriente de ese hombre bondadoso y me llegan las imágenes de la entrada a ese pequeño almacén, con macetas de flores, y al fondo veo a doña Concepción, atenta, y trajinando en la cocina.
Si escribiera en caliente sobre la actitud de los políticos de la oposición en la última crisis de la frontera con Marruecos, y acordándome de aquella otra del islote de Perejil, comparando ambas, acerca de la lealtad institucional, diría palabras gruesas. Como sigo queriendo escribir y escribo sobre ese cumpleaños, por esas regiones de la memoria, me encuentro con una costumbre en los últimos años de José Ballesta, alcalde de Murcia, del Partido Popular, que en los últimos años visitaba a doña Concepción y le llevaba un ramo de flores el día de su cumpleaños, me parecía un gran detallazo y un chute de energía para doña Concepción.
El pasado mes de marzo el alcalde Ballesta quedó apeado de la alcaldía al prosperar la moción de censura con los 15 votos del PSOE, Ciudadanos y Podemos, que sumaron la mayoría absoluta en el Ayuntamiento de Murcia, y cambió la vara de mando, después de más de dos décadas, que pasó a manos del socialista José Antonio Serrano. Ahí se podía haber roto esa costumbre de felicitar y llevarle un ramo de flores a doña Concepción, sin embargo, el nuevo alcalde no optó por romper esa decisión y doña Concepción, viendo pasar la vida, y la historia, año tras año, conoció al socialista y al nuevo alcalde José Antonio Serrano. Me alegro por esa decisión no partidista. Otro día escribiré en caliente sobre la rabiosa actualidad, para mis hipotéticos lectores, aunque intuyo que tengo más lectoras. Es un suponer.
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