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Salud mental, salud social

Una paciente de salud mental

Pedro Serrano Solana

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Hace mucho tiempo que no escribo en este querido periódico; si no os habéis dado cuenta, ya os lo digo yo. Por muchos motivos. Pero este texto, que no es fácil, se lo debo a una persona cuya voz incluiré aquí en cursiva. Y se lo dedico también a otras muchas personas que, como ella, cada día se levantan con una carga añadida a la que normalmente asumimos la mayoría de la gente. Un peso extra que a veces es imposible asumir.

En un mundo en el que imperase la empatía y la ternura, los problemas relacionados con la salud mental seguirían existiendo, pero no echaríamos de menos la comprensión necesaria, justa e imprescindible hacia quienes los sufren. Y tampoco se escatimaría en medios para su identificación y su tratamiento.

Crecí en una sociedad donde la salud mental se limitaba a un sólo espectro: estás loco, toma antidepresivos. Y eso con suerte; suerte de que tu tristeza no te arrastrase hasta la droguería del barrio a comprar cuchillas que luego observarías en tus manos de 10 u 11 años. Suerte de que las cuchillas acabasen en la basura sin cumplir el objetivo para el que estaban destinadas.

En el mundo en el que vivimos, cuando ponemos el primer pie en la calle cada mañana, aunque no pensemos en ello, el recipiente que llevamos sobre los hombros se predispone para enfrentarse a la presión de un entorno hostil, deshumanizado, individualista, insensible y, por eso, incapaz de atender a un asunto tan complejo como la salud mental; ni la propia ni mucho menos la ajena. Lo damos por hecho y nos lanzamos a la arena de la observación y del juicio ajeno bajo la necesidad de encajar, o al menos de no llamar la atención. Camuflaje, supervivencia. En las redes sociales pasa otro tanto pero elevado al cubo y al anonimato.

La idea del suicidio me acompañó desde muy pequeña. Se convirtió en un refugio, casi un alivio. Con los años me voy dando cuenta de lo anormal que era aquello y de lo alarmante que es ahora. Te dicen que eres débil. Muy sensible. Luego, que tienes que pasar de lo que te digan. Te aconsejan no ser tú misma porque no está bien visto ser triste o, sencillamente, ser distinta. Y entonces creces pensando, ¿por qué soy así y por qué es tan malo serlo?

Es imposible aproximarse a un asunto tan complejo de manera simple, pero debería ser fácil y de toda lógica reconocerlo como un problema de importancia. Que el suicidio sea la principal causa de muerte no natural en España entre jóvenes de 15 a 29 años es algo objetivamente aterrador, pero no parece que nos esté llevando a plantearnos seriamente qué tipo de sociedad estamos construyendo y a ponerla en relación con la importancia y el tratamiento que le damos a los problemas de salud mental. Las cifras de esta tragedia me rompen en mil pedazos; pensar en esas niñas y niños me destroza. Pensar en sus madres y padres y en sus seres queridos me hunde en la más profunda amargura. ¿Qué está pasando?

En ocasiones, los problemas de salud mental vienen causados por factores genéticos o biológicos, y, en todo caso, es necesario reconocer, afrontar y gestionar con políticas públicas esta cuestión, pero también es fundamental plantearnos qué es lo que lleva a muchas personas sin causas endógenas a sufrir la vida en lugar de vivirla, en lugar de disfrutar de aquello que la vida tiene de bueno. Deberíamos preguntarnos qué es lo que las lleva a ser incapaces de soportar tanto dolor y a dar el paso terrible de renunciar a este regalo fugaz y casual que el cosmos nos ha dado: el de hollar brevemente la tierra, darnos amor por un tiempo fugaz, reír cuando podemos reír y llorar cuando hay que llorar, dejar una huella de bondad o intentarlo al menos, y finalmente partir para siempre cuando el destino o el azar nos lo ordenen.

El sentido de supervivencia, o quizás esa fortaleza que no me creo tener, hace que no sólo acepte esa imagen distorsionada que tengo de mí y cargue con la culpabilidad de haber crecido siendo una inútil, tonta, fea y gorda, sino que hasta reinvente la historia de mi vida. Empiezas a disimular. Nadie puede saber quién eres. Nadie sabrá que, detrás de esa sonrisa y buen humor, al llegar a casa, el peso del esfuerzo anímico me aplastará contra el suelo.

Muchas personas dan por supuesto que saben gestionar sus emociones, a veces sin motivo: se hacen daño a ellas mismas y también hacen daño a los demás sin saber que tienen un problema, y que ese problema necesita tratamiento y que probablemente tiene solución. Visibilizar los problemas de la salud mental no es solamente dar luz a este asunto y ayudar a quienes los sufren, sino también ponerse a uno mismo o a una misma bajo el foco: reconocerse, entenderse, quererse. Como idea, digo, creo que estaría bien partir de ahí y aumentar la comprensión para con las personas que nos rodean.

Ver, oír y callar. Ver, oír y empezar a gritar. Ver, sentir y empezar a rechazar tu propio cuerpo. La depresión me acompaña el resto de mi vida. Por épocas está latente y aprovecho para vivir: estudiar, trabajar, formar mi propia familia. Pero sigue ahí un estigma no tratado, pero sí diagnosticado. Soy consciente de que tengo un problema mental y que necesito ayuda. Mi problema es haber creído que era la peor mujer del mundo y que, de todas las maneras posibles, tenía que disimularlo. Mi situación anímica se agrava por cuestiones familiares y un día termino en urgencias con las muñecas de las manos arañas sin piedad.

Ahora se habla más de salud mental, sí, pero no creo que se destinen los recursos necesarios ni me parece que entendamos realmente la magnitud del problema. Tener cerca a alguien con depresión es como tener a alguien que no habla tu idioma. Una baja laboral por depresión sigue siendo para algunos un engaño o unas vacaciones, y en el mejor de los casos, una muestra de debilidad. Escuchar frases del tipo “a saber por qué no trabaja” o “yo también tengo problemas y no me quejo”, o bien recurrir a los clásicos “anímate”, “valora las cosas buenas que tienes” o “si quieres, puedes”, es la demostración clamorosa de que no estamos entendiendo nada. Menuda ayuda, decirle eso a alguien que querría querer y no puede.

En la NBA, dos jugadores profesionales muy bien pagados pero sometidos a mucha presión y al juicio público como Kevin Love y DeMar DeRozan, fueron los primeros en su ámbito en reconocer sus problemas y pedir ayuda. “¿Cómo pueden tener problemas de salud mental personas tan privilegiadas? Si estuvieran cogiendo lechugas en el Campo de Cartagena no tendrían esos problemas”. Reacción que podemos escuchar de boca de un caparra ‘random’ en la barra de un bar.

Desde luego, quienes están en la posición de un trabajo abusivo y mal pagado se encuentran doblemente expuestos a los problemas de salud mental, porque, si los tienen, a ellos sumarán sus precarias condiciones de vida y no podrán pagar por su tratamiento. Es algo que sucede con todos los problemas en todos los ámbitos: los relacionados con la salud mental también se ceban con los más débiles y desfavorecidos. Éste también es un asunto de clase, pero no en su origen o su existencia sino en su gestión y solución.

Empieza la burocracia. Los protocolos que fallan. El querer y no poder de un sistema médico desbordado y desorientado. ¿Cómo es posible que esté pasando? Mi respuesta es sencilla: ver llorar a un triste enfada.

Yo no he estudiado psicología pero reconozco que he recurrido a ella en algunos momentos de mi vida, del mismo modo que he llevado mi bici al taller cuando se me ha averiado. A veces me ha ayudado más, a veces menos, pero no he tenido ningún reparo a pedir ayuda y, afortunadamente, tampoco he tenido problemas en pagarla. Es hora de que, desde todos los ámbitos y estamentos de nuestra sociedad, señalemos la necesidad, la obligación y la responsabilidad individual de contribuir al bien colectivo tratando de hacer del mundo un lugar más humano, más solidario, más empático, más sensible. Con nuestros impuestos, por supuesto, sin escamotearlos, eludirlos o defraudar, y con nuestra actitud en la calle, en el super, en una rotonda o a la hora de escribir un tuit. De esa forma seguirá habiendo personas con problemas de salud mental, por supuesto que sí, pero estaremos más cerca de ellas y mucho más cerca de paliar su sufrimiento.

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