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Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.

Solidaridad con los refugiados

Fabricio de Potestad Menéndez

Presidente del PSN-PSOE —

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Tras cuatro años de guerra civil en Siria, en la que grupos rebeldes tratan de derrocar el régimen dictatorial de Al Assad, conflicto bélico que se ha complicado además con la intervención violenta de grupos yihadistas de ISIS, cientos de miles de sirios se ven obligados a abandonar sus casas y todas sus pertenencias con el único fin de encontrar un refugio seguro en Europa. Y huyen de ese infierno en concreto hacia Europa, no solo por su proximidad geográfica, sino porque consideran que es el continente de la riqueza, y la tierra de la libertad y de los derechos humanos.

Sin embargo, a pesar de asistir a una de las mayores crisis humanitarias de nuestro tiempo, la respuesta de la opulenta y civilizada Unión Europea está siendo lenta e inmoral. Hombres, mujeres, niños, ancianos y enfermos crónicos buscan, en condiciones realmente muy difíciles e incluso poniendo su vida en peligro, un lugar de acogida para poder sobrevivir. Trágicamente, muchos ya han perdido la vida al intentar su dramática diáspora hacia Europa e intuyo que muchos más la perderán. Y es que como dice Jean-Paul Sartre, “cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren”. Mientras el drama continúa, la UE cierra sus fronteras y discute, sin prisas, sobre el reparto equitativo de refugiados que cada país miembro debe acoger en el interior de sus límites fronterizos, esas líneas imaginarias que se revisten de aduanas, muros o disuasorias y peligrosas alambradas de púas, que no tienen una explicación racional, más allá del poder de quienes las trazan, con el fin de proteger sus intereses económicos. Quizá por eso afirma el astronauta ruso Serguéi krikaliov que “lo que desde arriba no se ve son las fronteras”.

Este éxodo forzoso se produce como fruto del miedo, de la necesidad y de la desesperación, no como consecuencia de una decisión libre ni caprichosa. Se trata sencillamente de la población civil siria que huye aterrada de la crueldad bélica, ante el temor de perder su vida. La irrupción de la guerra supone un corte histórico, inopinado y brutal, que abandona a la población civil a una situación de total inseguridad, lo que supone que la paz expuesta ante sus ojos se desmorone y esfume como si de un espejismo se tratase, siendo sustituido por la barbarie. Por desgracia, el sufrimiento de todas estas personas no finaliza una vez que han logrado huir de su país, sino que continúa durante su arriesgada odisea e incluso persiste al llegar a las puertas de Europa, pues se encuentran con un sinfín de barreras y trabas que les impiden acceder a algo tan elemental como es el derecho internacional de asilo y protección. Al llegar a la frontera europea se ven vergonzantemente retenidos en condiciones precarias, hacinados, mal alimentados, sin higiene y sin saneamiento adecuado.

Lejos de su país, lo cual es angustioso, separados de sus familias y con la incertidumbre de qué pasará mañana, al final, son ellos, los refugiados, los que se quedan solos con su confusión enajenada, con sus lamentos, con su pobreza, con una biografía herida, un hogar roto, una historia cercenada y un porvenir incierto en un asentamiento nuevo, lejano y distinto, donde falta el pasado y el futuro se muestra hostil. Y todo ello para ser distribuidos eucarísticamente entre los lazaretos de la indigencia y la caridad europea.  

Algunos tan sólo encuentran la muerte en su desesperada y enlutada huida que, trágicamente, preludia lo peor. Al final, tan sólo quedan cadáveres que no son de nadie, víctimas que ni siquiera son de Dios, seres humanos desesperados, soledades de una guerra, toda la indignación de la barbarie humana. No es difícil entender que aquellos a los que tan solo les queda el miedo a los disparos y a las bombas, arriesguen su vida con la esperanza de hacerse un pequeño hueco entre las sobras del inmenso festín que se disfruta en Europa. Los desheredados sirios huyen pues de la violación sistemática de los derechos humanos, pero sobre todo de la de la muerte. En estas condiciones de sufrimiento, la inmigración se convierte en el comportamiento racional más elemental para asegurar la propia supervivencia. Y vienen a Europa porque se presenta como el escaparate del éxito de una sociedad de consumo, como el modelo y la referencia obligada en todo proceso de libertad, desarrollo y de modernización, aunque al llegar a sus fronteras se encuentran ante una realidad en la que la fantasía y la ilusión apenas tienen sitio, quizá porque tan solo sea un espejismo, la falsa apariencia de una supuesta clemencia del país en el que recalan, del que esperan desesperados ser llamado por su nombre, que incluye su pasado. Y ante el profundo desgarro de quienes hubieron de alejarse de lo que más amaban, no existe más respuesta que el acogimiento digno, solidario y hospitalario.

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