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Cuando Boris es un ejemplo

El primer ministro británico, Boris Johnson.

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Esta semana me llegó una alerta de la aplicación de rastreo COVID-19 de Reino Unido avisando de que mi ciudad de residencia tenía un nuevo nivel de alerta (lo que ahora se llama “medio”). Al pinchar, me llevaba al listado detallado de restricciones por capítulos (“encuentros con familiares y amigos”, “tiendas, restaurantes, pubs, iglesias”, “viajes”, “deportes y actividades físicas”) y también a un listado de ayudas económicas. 

La información en la web del Gobierno está clara y ordenada. Los ciudadanos saben a qué atenerse y las autoridades tanto nacionales como locales dejan claro que esto es una carrera de fondo, con distintas etapas, que se planean en meses, no en semanas, ni mucho menos en días. 

El Gobierno de Boris Johnson presentó el lunes un nuevo sistema de alertas y restricciones. Las más duras incluyen el cierre de pubs y la prohibición de no hacer noche fuera de casa en zonas de Inglaterra (algunas con incidencias parecidas a las de Madrid y Navarra) y también el cierre de restaurantes y otras tiendas en Irlanda del Norte. Pese a imponer de nuevo restricciones y a tener un plan más o menos ordenado, Johnson ha sido criticado por la oposición por no atender al consejo de su comité de asesores científicos, que recomiendan además dos semanas de cierre más estricto de todo tipo de tiendas y empresas para ralentizar la expansión del virus antes del invierno. 

Como en muchos países, los debates sobre cómo gestionar una pandemia para la que ninguno estaba preparado y que sigue dando sorpresas son intensos, pero algunos principios básicos ya no se discuten como en España. No hay debates sobre lo peligroso que es un nivel de contagios alto: para eso hay estándares del Centro de Control y Prevención de Enfermedades Europeo y de la OMS y sabemos que la epidemia se descontrola a partir de 50 casos por 100.000 habitantes en una semana o cuando más de un 3% de los test que se hacen son positivos. No se escuchan peticiones de eliminar restricciones con datos de cuatro días y a Johnson no se le acusa de liderar un régimen comunista por intentar aplicar restricciones basadas en lo que sabemos sobre el virus: que se extiende por el contacto estrecho entre personas y con mayor facilidad en espacios interiores. 

El primer ministro conservador es reticente y suele tardar en tomar medidas, pero ya no minimiza el peligro para toda la sociedad del virus que él mismo padeció. 

Sus dos discursos de esta semana, ante el Parlamento y en rueda de prensa, son un ejemplo de concisión (frases claras y al grano), con mensajes contundentes, sin infantilizar a la población, explicando las decisiones duras que hay que tomar y la ciencia que hay detrás de ellas. La realidad es que los bares, los restaurantes, los gimnasios, las discotecas, las iglesias o las casas si se junta gente que no convive habitualmente son lugares de alto riesgo de contagio. Ignorarlo sólo alarga el sufrimiento. 

Sobre “dejar que el virus siga su curso” -lo que en España a veces algunos políticos y tertulianos llaman con el eufemismo de “convivir con el virus”- Johnson recordó “las negras cifras” no sólo de las muertes y sufrimiento a lo largo plazo por COVID, sino de las consecuencias para todos los pacientes que el sistema público de salud desbordado no puede atender, “con un daño serio a largo plazo para la salud de la nación”.

“Ésta no es la manera en la que queremos vivir nuestras vidas, pero éste es el camino estrecho que tenemos que recorrer entre el trauma social y económico de un confinamiento domiciliario completo y el coste humano y económico masivos de una epidemia sin control”, dijo. 

Convivir con el virus significa esto: aplicar restricciones en los contextos de mayor riesgo para tratar de mantener servicios esenciales abiertos y construir un eficaz sistema de test, rastreo y atención primaria. En cambio, “convivir con el virus” según varios políticos españoles es un eufemismo que esconde su propuesta de dejar que se sigan muriendo miles de personas por efecto directo o indirecto del virus, que muchas otras enfermen y sufran consecuencias a largo plazo aún inciertas y que otras muchas más pierdan sus empleos en una situación económica cada vez peor por un virus descontrolado.

Cada gobierno trata de hacer sus equilibrios y está claro que en la mayoría de Europa no han sido suficientes. Pero en lo que han avanzado la mayoría de los líderes y de los medios en otros lugares que no son España es en la seriedad con la que tratan el asunto, el respeto a la población en sus mensajes y los planes a medio y largo plazo. Las consecuencias de no tomarse en serio lo que está pasando y seguir jugando a lo de siempre son insoportables.

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