Por qué ahora, por qué nosotros
He pasado 40 años de mi vida dedicado al estudio de las enfermedades infecciosas y tratando personas con infecciones. Esta ardua tarea, una gran aventura profesional y humana, ha sido recompensada en muchas ocasiones cuando, rescatado para la vida desde el abismo de la muerte, el enfermo dejaba de serlo recuperando la salud; pero además, con sinceridad puedo decir que siempre he estado sorprendido y fascinado por la versatilidad y capacidad de adaptación de los microorganismos que nos rodean y por sus interacciones con los seres humanos. Ello ha mantenido sin declinar, mi interés y curiosidad todos estos años.
Si tras la introducción de las vacunas y antibióticos a mediados del siglo pasado se pensó ingenuamente que las enfermedades infecciosas estaban vencidas, la aparición de nuevas enfermedades y la reaparición de otras que creíamos del pasado, han venido a confirmar lo erróneo de aquel pensamiento. Se estima en más de 50 las enfermedades infecciosas emergentes y reemergentes. Pero este fenómeno parece haberse acelerado últimamente con la aparición de infecciones víricas capaces de adquirir proporciones epidémicas e incluso extenderse globalmente afectando a millones de personas y produciendo sufrimiento, mortandad, caos económico y disrupción social. El SARS, el MERS, el Ébola o la gripe aviar son ejemplos de nuevas infecciones víricas aparecidas en los primeros años del siglo XXI. A ello se suma la actual pandemia de infección por el coronavirus (SARS-CoV-2) que es, por ahora, la última plaga salida de la Caja de Pandora. Esta pandemia por su extensión y gravedad, supone un serio desafío a nuestro sistema sanitario y pone en jaque la totalidad de las dimensiones de lo social.
La comprensión de estos fenómenos que generalmente consideramos propios del ámbito médico, requiere un enfoque más allá de lo meramente biológico y engloba aspectos relacionados con la cultura, la economía, la ecología y la política; porque “la medicina es una ciencia social y la política no es otra cosa que medicina en una escala más amplia” según la bien conocida idea de Rudolf Virchow.
Nuestra Caja de Pandora no es la mítica creada por el capricho de Zeus para labrar su venganza sobre Prometeo, el benefactor de los mortales; esta es una tinaja construida por la actividad humana en su devenir histórico y contiene amenazas incubadas durante años. Es Némesis que nos revisita, la venganza de los dioses que cae sobre los mortales que usurpan sus privilegios. Como en otros desafíos actuales –la contaminación, el cambio climático, la desertización– “el enemigo es en gran parte nosotros” y después de 50 años parece hacerse realidad la premonición del crítico social Ivan Illich: “pasado un nivel de pedantería industrial se instala la némesis”.
La tinaja de nuestra Pandora industrial es, entre otros factores, un efecto colateral de los procesos de producción y distribución de alimentos en sociedades superpobladas. La acuicultura integral, tradicional método de producción cárnica en muchos países del sudesteasiático y China, se concentra en macrogranjas donde conviven miríadas de cerdos, pollos, patos y peces. Estos lugares se han convertido en gigantescos tubos de ensayo donde los virus porcinos se conjugan con virus aviares, dando lugar a nuevos organismos como los virus gripales H5N1 y H7N9, capaces de dar el salto evolutivo hasta el ser humano. Las enormes explotaciones porcinas de Malasia que concentran cientos de miles de cerdos y son parasitadas por otros mamíferos, tienen un enorme potencial de generar virus letales como el Nipah descubierto en 1998. En estas condiciones parecería que la suerte estaba echada y en realidad, para la comunidad científica internacional, la cuestión no era si aparecería un nuevo virus pandémico, sino cuándo ocurriría esto. Incluso el lugar podía ser previsto: China, de donde han venido históricamente otras epidemias virales.
China ha tenido en los 40 años un desarrollo económico sin precedentes. El PIB chino pasó de 306,000 millones de dólares en 1980 a 27,331 billones en 2019. La renta per cápita pasó de 311 dólares en 1980 a 19,520 en 2019. Junto a ello, China ha experimentado considerables avances en cuanto a mortalidad infantil y vida media. Con este bienestar, las necesidades de carne de la sociedad china se han incrementado con lo cual, el sistema productivo se ha expandido considerablemente. China es el primer importador de carne de cerdo del mundo y se estima que la cabaña porcina china era de 698 millones de cabezas en 2015 con un consumo de 56 millones de toneladas al año. Por otra parte, una sofisticada tecnología aplicada a la producción aviar es capaz de producir 200.000 pollos y gallinas al día en una sola explotación. No sorprende que el número de pollos alcanzara la cifra de 8,42 billones en 2016 y un consumo de 13,100 millones de toneladas en 2019.
La información epidemiológica disponible sobre la actual pandemia por SARS-CoV-2, sugiere la implicación de virus originalmente hospedados en murciélagos transmitidos a los seres humanos por animales vendidos en los llamados 'wet markets', mercados baldeados al aire libre donde se conservan los animales vivos. En estos lugares se mezclan aves de corral con peces, crustáceos y moluscos, patos, ranas, marmotas, conejos, ratas de bambú, civetas, pangolines y otros muchos más, que se consumen tradicionalmente. En este arca-despensa de Noé, un inédito ecosistema creado por el hombre, ignotos virus animales se convierten en potenciales patógenos humanos. Esto es particularmente cierto para los coronavirus y otros virus ARN, cuyas polimerasas son proclives al error determinando multitud de mutaciones durante su replicación cosa que, en un ecosistema determinado, les permite saltar a otras especies animales, nosotros entre ellas.
Para ponerlo en perspectiva, lo que a la especie humana le llevó millones de años –cambiar su genoma en un 1%–, a uno de estos virus ARN les lleva unos pocos días. No es difícil comprender que nos tengamos que enfrentar a un número creciente de virus de origen animal, convertidos en patógenos humanos. Dicho en corto, la necesidad de alimentar a una sociedad superpoblada ha creado enormes ecosistemas, donde la mezcla y promiscuidad animal permite el intercambio de agentes microbianos, para nuestro propósito virus, que conjugan y enriquecen sus genes y se abren camino de especie a especie, hasta adaptarse a los seres humanos. Es un proceso largo que requiere la adquisición de moléculas de superficie que les permita adherirse a los epitelios de la orofaringe y el aparato respiratorio y pasar de persona a persona; pero cuando ello ocurre, una vez que el individuo infectado se monta en un avión, la infección está al día siguiente a la puerta de casa.
Por esto, la prontitud de la respuesta es clave en la contención de las epidemias. Sin embargo, históricamente, la respuesta temprana a las epidemias ha estado siempre entorpecida por la incredulidad, el miedo a alarmar, por incertidumbres respecto a su gravedad y evolución, por la lentitud de los procedimientos administrativos, por el interés de proteger legítimos intereses económicos, incluso por las limitaciones del conocimiento científico. En Los novios, la famosa novela de Alessandro Manzoni, que describe una epidemia de peste en el Milán en el siglo XVII se lee: “Entre el público, aquella terquedad de negar la peste iba perdiéndose a medida que la plaga se difundía con la familiaridad y el contacto…. ” y en otro lugar “… los magistrados, a manera de quien despierta de un profundo sueño, empezaron a dar oídos a las reclamaciones de la junta de sanidad”. La situación a este respecto, no es muy diferente tres siglos después.
La atribución de la responsabilidad de las epidemias es un aspecto abominable de la cuestión que merece al menos un comentario breve. A lo largo de la historia se ha culpabilizado a los judíos por la peste en la época medieval, a los españoles durante la conquista de América y por la gripe del 1918, a los árabes y a los indios por el cólera por citar solo algunos ejemplos. Esta asignación suele estar contaminada por sentimientos racistas, de superioridad cultural, de intereses ideológicos o son simples tergiversaciones históricas. Aunque en la obra de Manzoni los milaneses ya atribuían la peste a una venganza del 'Gran Capitán', las teorías conspiratorias disparatadas e inverosímiles constituyen un riesgo aún mayor en la era actual de las redes sociales y contaminación desinformativa. Crean miedo, desconfianza y apatía, justo lo contrario de lo que necesitamos para combatir “la peste”, todas las pestes. La confianza y la honradez personal, el hacer bien cada cual su trabajo es la mejor forma de combatirlos, como nos decía Albert Camus por boca del Dr. Rieux.
Por todo ello es necesario insistir en que el combate eficaz contra las enfermedades infecciosas requiere abordar su causa original, que es a menudo multifactorial, con enorme decisión. No es suficiente aunque sí necesarios un nuevo antibiótico para tratar el organismo emergente y una vacuna que nos haga inmunes al patógeno circulante. Necesitamos enfrentar el futuro y cerrar la Caja de Pandora actuando sobre la raíz del problema. Este es a mi juicio el punto crucial y el más difícil. Es un problema de la ciencia actual que solo las muchas ciencias pueden resolver. A la pregunta de qué clase de conocimiento necesitamos, Herbert Spencer respondía que el que nos aporta la ciencia. Esta es la única respuesta. Para nuestra supervivencia y la preservación de la vida y la salud, para sobrevivir juntos, lo que necesitamos es más ciencia.
La pandemia actual trae consigo dolor, incertidumbre y también melancolía, la melancolía de la tranquilidad perdida, del sentido de la finitud de la vida; pero con Herman Hesse podemos decir esperanzadamente que “tales sentimientos no vienen para irritarnos o arrebatarnos nuestra tranquilidad, sino para hacernos madurar y cambiar”. Justamente: vienen para enfrentar los desafíos que nos aguardan en el futuro.
14