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Alimento para 'Manadas'

La discoteca que vetó la entrada a cuatro marroquíes rechaza las acusaciones de racismo

María Jesús Ortiz

Periodista, especialista en comunicación y género —

A ‘C’ la violaron repetidas veces (yo sí te creo, hermana), entre cinco tíos, en un estrecho habitáculo de un portal de Pamplona, en julio de 2016, durante los Sanfermines. En lo que va de 2018, una joven de Molins de Rei (Barcelona) denuncia haber sido raptada al salir de una discoteca, introducida en un vehículo, violada por seis varones y abandonada en el aparcamiento de una estación de tren de Sant Boi de Llobregat; tres futbolistas británicos, de vacaciones en Ibiza, son acusados por otra chica de diecinueve años de haberla sujetado, violado y grabado tras conocerse en una discoteca; dos varones menores de edad son también denunciados, uno por violar a otra menor y el otro por no prestar ayuda a la agredida, en las fiestas de Sant Joan de Palamós, Girona; siete adolescentes acorralan a dos chicas, igualmente menores, y dos de ellos consuman la violación, ocurre durante la noche de San Juan, en el Puerto de Mazarrón, Murcia. Todos estos casos, y desgraciadamente bastantes más, están recogidos en el informe sobre Agresiones sexuales múltiples en España desde 2016, elaborado por el equipo de Feminicidio.net y publicado en Geoviolencia sexual.com.

Otro de los casos incluidos en el informe, y que ha tenido amplia repercusión en los medios, es el de los cinco chicos que drogaron, violaron y también grabaron durante la violación, a una menor de edad en una zona turística de Las Palmas de Gran Canaria el pasado mes de junio. Este grupo, a modo de apología de la violación, se ha autodenominado “la nueva manada”, por el protagonismo mediático que se está otorgando a los agresores de la manada original -horda o jauría más que manada-, y por la emulación del modus operandi de esta (drogar y grabar, con el ánimo de alardear o compartir la ‘hazaña’). O porque violar mujeres se esté convirtiendo en un fin de fiesta apto para grupos de machos. Voces como la de la profesora americana de la Alliant International University de San Diego, Karen Franklin, alertan de que la mayoría de las violaciones en grupo se producen en un contexto de fiestas, actividades de ocio o eventos deportivos. Que los momentos y lugares de fiestas son una situación de grave riesgo lo demuestra también el hecho de que en muchos ayuntamientos se están promoviendo los denominados puntos violeta, para prevenir las agresiones sexuales y, en su caso, apoyar y auxiliar a las víctimas.

La cultura de la violación que tanto se ha denunciado en el último año y medio (nunca lo suficiente mientras siga existiendo) se perpetúa gracias a diversos factores: el acceso descontrolado de la adolescencia al consumo de pornografía se señala como uno de ellos; la banalización comercial de la sexualidad puede ser otro, y la permanente cosificación de las mujeres a través de la industria, la publicidad, los medios y ciertas manifestaciones culturales y de ocio, uno más. Todo ello bajo la justificación histórica de que el deseo masculino, una vez que se desata, es incontenible por naturaleza (aunque signifique despojar a los varones de su cualidad racional y, por tanto, de su cualidad humana), y para que se desate hasta la agresión cualquier justificación vale: una minifalda, un escote, una situación propicia, la mera presencia femenina, el afán de dominación o la convicción de que tienen derecho a abusar, y lo planifican con nocturnidad y alevosía, incluso anunciándolo por los grupos de whatsapp. Este es el argumento que genera toda la impunidad jurídica y social que ha amparado en la mayoría de los casos a los agresores sexuales (excepto cuando el ataque va acompañado de asalto y asesinato).

La publicidad de fiestas y discotecas contribuye, también, a generar ese clima que convierte el deseo de ocio y diversión de las mujeres en una peligrosa actividad para su integridad. Porque a las mujeres no nos educan para defendernos, solo nos enseñan a autoprotegernos, restringiendo nuestra libertad y culpándonos cuando no nos sometemos a estas condiciones. En el Observatorio de la Imagen de las Mujeres, del Instituto de la Mujer, en los últimos años, se han ido incrementando las quejas sobre este sector del ocio, en el que a veces es difícil diferenciar sus promociones de las de salas de alterne o prostíbulos, y en el que las mujeres se convierten en parte gratuita de la oferta: gratuita para el promotor y gratuita para el consumidor. Entre 2007 y 2014 se recibieron 76 quejas, el 3% del total, y entre 2015 y 2017 han ascendido a 115 quejas, representando ya el 4% del total. Hay que tener en cuenta, además, que son campañas difundidas a través de soportes con un impacto mucho menor que el de los grandes medios convencionales. La razón de este incremento es una mayor toma de conciencia por parte de la población, especialmente de la población joven, usuaria de estos servicios, del fenómeno de la cosificación femenina. Pero también que, aunque el sexismo en este sector siempre ha sido evidente, su gravedad se ha incrementado en los últimos tiempos. Frente a algunos eventos promociones actuales, los tradicionales concursos de camisetas mojadas parecen una fiesta de pijamas infantil.

Otra estrategia comercial sexista que viene de lejos, para que las chicas se conviertan involuntariamente en parte de la oferta de ocio de los locales, es la reducción del precio de su entrada, llegando incluso a la gratuidad (si el producto es gratis, el producto eres tú). Más que un factor de discriminación hacia los hombres, que también se puede interpretar jurídicamente así, es una discriminación hacia las mujeres por la descarada utilización empresarial de la presencia de las jóvenes, y así lo trasladan en sus carteles, insertando visiblemente la frase “Chicas gratis”, e incluso “Chicas gratis. Barra libre”, nutriendo sin complejos el imaginario machista. El mensaje lo podemos traducir como: todas las mujeres son accesibles y están disponibles para cualquier hombre, ven y diviértete. En este incremento del sexismo en salas de fiesta, más explícitas fueron las discotecas Blackhouse, de Madrid, que utilizó la fotografía de una chica saliendo del coche con las piernas abiertas, en la que se veía el pubis pixelado, acompañada del texto “te lo enseñamos todo” (octubre de 2016) y la discoteca Bandalai, de Sevilla, cuando difundió un cartel en el que sobre una joven con el rostro cortado, el torso desnudo y desabrochándose los vaqueros se leía F***ME -alusión a Fuck Me, fóllame, en inglés- (marzo de 2016), similar a la frase que se utilizó para una fiesta italiana en Granada: “F***ME ¡I’m Erasmus” (octubre de 2015). Con estos mensajes, a mal entendedor machista pocas insinuaciones bastan. En otros casos la oferta en el precio se sustituye por copas gratis, aumentando la vulnerabilidad femenina (no, no son culpables ellas por beber), como por ejemplo la Sala Leblon (abril de 2016), cuyo slogan promocional era “Mea culpa, barra libre de copas. Hasta que ellas no puedan más”, la oferta (que se justificaba con que también era para chicos) terminaba cuando se abandonaba el local o se utilizaba el baño, y la imagen del cartel era la de una chica bebiendo a morro de una botella mientras estaba sentada en el váter. Más allá todavía fue el sevillano Mercado Lonja del Barranco (febrero de 2015) cuando difundió un anuncio, denunciado por FACUA, en el que aparecía, en forma de iconos, una ecuación que significaba que un hombre más una mujer con cinco copas era igual a un plan perfecto.

Estos lemas y ofertas se acompañan con imágenes de chicas exuberantes, desnudas, en topless, en bikini, vestidas de colegialas, con prendas de graduación universitaria, encadenadas, atadas, empaquetas como regalo, con el pecho o el cuerpo embadurnado en espuma, barro o chocolate, vestidas de enfermeras o profesoras sexys, etc. Con fragmentos de cuerpos femeninos como unos enormes pechos con auriculares; espaldas desnudas con los glúteos pintados con distintas banderas (Fiesta Erasmus 2010 John Mulligans & Co. Alicante); piernas abiertas, posturas provocativas, miradas insinuantes; rostros de mujer con expresión de deseo o lascivia, bocas entreabiertas, imágenes de muñecas hinchables salpicadas de semen (Fiesta Kamasutra de Industrial Copera Granada, 2010); mujeres jóvenes y hasta adolescentes (Discoteca Rococó de Madrid, 2017); en todas las posturas, de pie, tumbadas, en cuclillas, de frente, de lado, de espaldas, incluso en postura de crucifixión con el letrero “Semana Santa 2011” pintado en el pubis (Rincón del Kabe, Cáceres); cartel de nochevieja con la foto de una pareja, ella con los pantalones bajados y él, vestido, tocándole el culo, y sobreimpreso con letras destacando el consabido rótulo “Barra libre” (Sala OMG, Castellón, 2011), con lo que consideran un simpático toque de ambigüedad, especialidad publicitaria para que cada cual interprete lo que quiera, sabiendo perfectamente lo que el público va a entender, que para eso están los estereotipos de género. Esta “creatividad” del hombre completamente vestido tocando el cuerpo de una mujer desnuda o semidesnuda también es recurrente (Fiesta de Nochevieja de la Sala Premier de Móstoles y de la Sala OHM, en Valladolid, 2016). El tratamiento como objeto sexual llega incluso al propio logo de la Sala Arco del Alcázar de San Juan, en Ciudad Real: silueta de una mujer desnuda, de pie, con las bragas por la rodilla, componiendo la letra A.

En general esta representación tan lesiva con la dignidad y los derechos de las mujeres se defiende como una manifestación de la liberación sexual femenina. Lejos de esta incomprensible e impresentable explicación, cuando la publicidad trata a las mujeres como objetos sexuales, muchos varones se sienten legitimados para darles el mismo trato, dentro y fuera de los locales; antes, durante y después de las fiestas. Molestar, ofender, atemorizar, drogar, grabar, abusar y agredir a las mujeres para algunos se convierte en parte de la fiesta, una parte de la que, además, visto lo visto, se puede presumir impunemente. Pero este peligroso catálogo de sexismo discotequero da un paso más a través de las “actividades lúdicas” que organizan, y aunque a veces la coartada es que se dirige también a chicos, ni a estos les afecta igual ni tienen el protagonismo del evento, que se reserva para las chicas. Algunas de estas promociones han generado tal escándalo que han sido suspendidas o han provocado la intervención institucional. Hasta las camareras “explosivas” se convierten en reclamo, entrando en un terreno aún más grave de discriminación laboral y explotación del físico de las trabajadoras.

La promoción más denigrante, rozando el proxenetismo, fue la que se denominaba “mamading”, puesta en práctica en Magaluf (Mallorca) en 2014, por la que la chica que más felaciones express realizara a los clientes obtenía copas gratis, y que se dio a conocer mediante la viralización de un vídeo que provocaba un estremecimiento de incredulidad y pavor por la ausencia de límites éticos de las empresas. Por su parte el Bailódromo Caña Dulce de Barcelona, ofertaba, en 2017, entrada, copa gratis y 100 euros de premio a las solteras que acudieran al local sin bragas. También en 2017, la Sala Líate de Cuenca invitaba a una copa a las chicas que besasen ante las cámaras a quien escogiesen los organizadores de la fiesta. Otras modalidades frecuentes son los concursos de striptease; las luchas en piscinas con agua; los premios por acudir con minifalda o en bikini; regalar operaciones de estética, como liposucción o aumento de pecho (Club 25 de Palma de Mallorca y sala Gabana de Sevilla, en 2011), rizando el rizo la discoteca Pachá de Valencia, en 2008, lo hacía “como homenaje a la mujer”; la entrega de vibradores a las chicas y a los chicos las pilas, para que “las hagan vibrar” (Discoteca Cuomo en Mislata, Valencia, 2010); concurso de “Miss tetas grandes” (Disco Joma en Casas de Benítez, Cuenca, 2013); o entregar un euro falso a los hombres e invitar a copas gratis a las mujeres que más euros reúnieran (Discoteca La Bamba de Valencia, 2014).

Nada de esto tiene que ver con la diversión, ni con la libertad sexual de las mujeres. Tiene que ver con la explotación del cuerpo femenino para aumentar ingresos y con situar a las mujeres, a todas, a las que participan y las que no, en un terreno abonado para ser víctimas de abusos y agresiones sexuales. Es una incitación para los agresores y combustible para perpetuar el machismo y la cultura de la violación. Una publicidad y unas promociones con las que día a día se atenta contra la libertad e integridad de las mujeres, con las que semana a semana se ceba a las manadas.

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