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El cóctel explosivo de los superincendios: cambio climático y abandono

Incendio en Grecia.

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El informe científico más completo sobre el cambio climático de la ONU, publicado este lunes, no deja dudas: la humanidad es responsable del aumento de fenómenos extremos, como las olas de calor que encienden la mecha de los superincendios, y arrasan miles de hectáreas en todo el planeta. Desde Canadá, donde en junio una oleada de incendios devastó apenas en 15 minutos Lytton, pasando por California, que enfrenta el peor incendio de su historia; Siberia, donde ya dos millones de hectáreas han ardido, hasta el Mediterráneo oriental, que enfrenta una situación excepcional. 

Todos estos incendios arrojan imágenes satelitales terribles nunca antes vistas: han logrado cubrir de humo el hemisferio norte, convirtiéndose en algunos casos en pirocumulonimbos. Los incendios en Turquía ya han arrasado 200.000 hectáreas, y se han cobrado además la vida de ocho personas y herido a más de 400. Mientras, Grecia ha llegado a tener más de 80 focos en un día, con frentes de hasta 25 kilómetros que han consumido cerca de 100.000 hectáreas. También se han visto afectados Macedonia del Norte, el sur de Italia, Albania, Kosovo, el sur de Serbia y Bulgaria. Grandes incendios, simultáneos, que se desarrollan bajo condiciones de temperaturas récord y vientos erráticos, que afectan a poblaciones o zonas de interfaz urbano forestal parece ser la nueva normalidad.

Estos incendios están claramente vinculados al cambio climático. La combinación de olas de calor prolongadas, sequías acumuladas y baja humedad unida a una vegetación muy seca y bosques decaídos está generando incendios excepcionales en zonas libres de incendios hasta ahora, como la región ártica. Y también, eventos extremos, de una virulencia nunca antes vista están sucediendo cada vez con más frecuencia en Europa, Chile, Australia o California. A escala mundial, la cifra de muertes por incendios se ha incrementado un 276 % en los últimos años. España, como le sucede a todos los países del arco mediterráneo, es especialmente vulnerable, debido a la combinación de sequía y desertificación, acelerada por el cambio climático. Muchos montes ibéricos son “bombas de relojería forestales listas para arder” en grandes incendios forestales que son devastadores e incontrolables ante una chispa.

Aunque tras estos superincendios que dejan imágenes apocalípticas, hay también otros factores que hacen del paisaje mediterráneo un cóctel explosivo. Hablamos de causas estructurales que se arrastran tras décadas de abandono como el éxodo rural, el abandono de usos, la escasa gestión forestal, construcciones en el monte sin medidas de autoprotección y nefastas políticas forestales y de desarrollo rural que ni fijan población ni crean empleo. Estos problemas, junto a la alta siniestralidad y la altísima intencionalidad hacen del paisaje mediterráneo un auténtico polvorín. 

Un escenario que todo apunta a que se agravará en los próximos años, ya que según informes científicos, las olas de calor cada vez serán más frecuentes, largas y severas. El diagnóstico está claro, ahora es momento de actuar con urgencia. Si algo nos han demostrado estos superincendios es que no hay sistema que sea capaz de extinguir estos fuegos tan extremos. La respuesta debe ir encaminada hacia la prevención y mitigación de estos desastres; no podemos evitar estos incendios, pero sí que ardan de forma tan incontrolada y peligrosa con daños extremos sobre los ecosistemas y las poblaciones. 

Por ello, hay que invertir y apostar por paisajes cortafuegos, menos inflamables. Recuperar usos y aprovechamientos, ganadería extensiva, gestión forestal, paisajes vivos y rentables. Necesitamos una clara acción política e inversiones públicas y privadas para recuperar nuestros paisajes, y los fondos europeos a través de la Política Agraria Común y del  Mecanismo Europeo de Recuperación y Resiliencia son una primera y rápida  oportunidad.

A nivel nacional, se estima que se destinan 1.000 millones de euros al año a poner en marcha medidas de extinción, y solo 300 millones en medidas consideradas de  prevención, pero que, en realidad, una parte son de apoyo a la extinción. Un dato muy descompensado que revela que si bien la extinción es necesaria y positiva, no es suficiente. Sin una política de reordenación y planificación del territorio, el dinero invertido en extinción nunca será suficiente. Un cambio en la ordenación del territorio permitiría reducir notablemente el impacto de los incendios, que actualmente rozan los 12.000 siniestros al año en España, que arrasan una superficie equivalente a 100.000 campos de fútbol. 

Es momento de invertir en paisajes cortafuegos, o lo que es lo mismo: transformar el territorio para que sea menos inflamable y evitar el impacto de decenas de miles de incendios forestales. España puede ser la siguiente en arder y sufrir un desastre similar al de Grecia y Turquía, dada la gran inflamabilidad de nuestros bosques, listos para arder en cualquier momento. ¿A qué esperamos para actuar?

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