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Elecciones 2019: del “momento populista” a un “momento cívico-republicano”

Los candidatos de Más Madrid al Ayuntamiento de la capital, Manuela Carmena (3i), y a la Comunidad, Íñigo Errejón (4i), entre otros, en el acto de campaña celebrado en el Madrid Arena.

Hugo Martínez Abarca

Probablemente la principal consecuencia histórica de los procesos electorales de 2019 es la constatación del fin del tiempo histórico del 15M. No son pocas las consecuencias positivas que ha tenido. La cultura política de los españoles ha cambiado profundamente, aunque el sistema institucional no ha sabido reconfigurarse: el régimen del 78 sigue en crisis, no encuentra soluciones, pero esa crisis ha cambiado. En 2011 solo el PP tenía 186 escaños; en 2019, PP y PSOE solo suman tres escaños más, 189. El sistema de partidos español ha colapsado (lo único que queda reconocible es el PNV) y todavía no se ha recompuesto.

Sigue habiendo crisis pero el 28A y el 26M han certificado que es otra crisis distinta. Probablemente una de las consecuencias del ciclo electoral de 2019 sea el cierre del momento populista que dé paso a un momento cívico-republicano en el que prime una reconstrucción institucional, democrática, social y también territorial y se castigue la polarización. Quienes vivimos con más o menos intensidad el 15M haríamos bien en dejar de invocarlo si no queremos convertirlo en un fetiche tan rancio como han convertido a La Transición sus profetas. De hecho, constatamos ahora el final de lo que fue el 15M sin haber sido del todo conscientes de que a muchos jóvenes ya les sonaba a batallitas de sus mayores… por jóvenes que sean también esos mayores.

El PP y el PSOE se encuentran en una situación parecida: van perdiendo fuerza (los 122 escaños del PSOE son un éxito pese a estar tan cerca del rotundo fracaso que fueron los 110 escaños que llevaron a la dimisión de Rubalcaba en 2011) pero se sienten alternamente vivos gracias a que en su caída constante siguen sucediéndose en el poder institucional aunque sea cada vez con menos fuerza. La irrupción de Vox ha sido tardía y es posible (dados sus resultados, tan lejanos a esa cacareada reconquista) que fallida porque su propia irrupción en Andalucía haya supuesto una alarma que haya acelerado la huida de la polarización y la tendencia a la búsqueda de soluciones y nuevos acuerdos.

Que Pablo Casado no haya sabido leer este cambio de ciclo ha llevado a que el Partido Popular se asome al abismo con tanta energía. El Podemos de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero se encuentra tan profundamente noqueado por razones no muy distintas a las que ha ayudado la impermeabilidad a todo debate y a cualquier disonancia. Ciudadanos puede que aún tenga tiempo de resolver su dilema: si mantiene su derechización (cuyo objetivo de ser la primera fuerza del bloque de Colón ha fracasado nítidamente) o si es capaz de reubicarse con cierta rapidez y parecer ese partido de una derecha democrática homologable con una derecha europea liberal: ese parece ser el intento de Manuel Valls.

La crisis del sistema de partidos sigue abierta y es tan evidente que se recompondrá como que nadie es capaz de anticipar hoy cuál será el resultado de esa recomposición. Si es cierta la llegada de este momento cívico-republicano es probable la instalación en los márgenes de polos políticos menguantes mientras crezcan los partidos que aparezcan como más capaces de proponer soluciones que de agigantar problemas: eso ha conseguido el PSOE de Pedro Sánchez; en eso han fracasado el resto de partidos nacionales.

En ese panorama es revelador que las excepciones al fracaso electoral el pasado 26 de mayo en lo que hemos llamado el 'espacio político del cambio' han ido de la mano de candidaturas o bien independientes de partidos nacionales o bien abiertamente enfrentadas a sus direcciones. No creo que sea verdad que la razón de la debacle electoral de ese espacio sea la división, pero quienes piensen que la razón es que los votantes castigan la división también pensarán, supongo, que los votantes han identificado claramente a los responsables de esa división, que serían quienes han sido castigados en las urnas.

Dentro de ese escenario general, Más Madrid no ha conseguido los objetivos más elevados que nos planteábamos (garantizar gobiernos progresistas municipal y autonómico) pero es innegable que ha logrado escapar de la debacle general. La ciudad de Madrid es de los pocos ayuntamientos del cambio en los que se sigue siendo la lista más votada pese a que durante estos cuatro años ha sido objeto de múltiples ataques mediáticos y políticos desde la derecha y desde una pequeña parte de la izquierda.

En los últimos meses, a esta última se unieron los dirigentes nacionales de Podemos al no lograr imponer a Manuela Carmena que prescindiese de concejales que la habían acompañado y que los sustituyese por las personas que quería la dirección de Podemos: a partir de ese momento decidieron que la operación Madrid Nuevo Norte que habían aplaudido era la vergonzosa Operación Chamartín y que el cese de Carlos Sánchez Mato, que apoyaron, había sido una purga inconcebible para ellos. En la última semana se lanzaron a apoyar una candidatura que sabían que no podría obtener representación, pero ese apoyo fue irrelevante (apenas subió unas décimas en esos días). No se trata de discutir con Iglesias y Monedero sus discursos para consumo interno de estos días. Nuestro reto no puede ser discutir los problemas de otros, por mucho que se escondan atacándonos, sino responder al medio millón de votantes de Más Madrid construyendo futuro.

La mayoría de las derechas en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, en todo caso, tiene múltiples causas. Pero desde el análisis meramente electoral y viendo el panorama de los municipios y comunidades autónomas de toda España parece razonable pensar que la apuesta de Manuela Carmena e Íñigo Errejón por Más Madrid fue inteligente, ha obtenido un respaldo electoral muy notable y en todo caso ha sido insuficiente yendo en la dirección correcta. La cantidad de voluntarios, balcones, asistentes a los actos y, finalmente, votantes de esta semana auguran muy buenos mimbres para una organización madrileña sólida y con mucho futuro.

La crisis institucional española no se ha cerrado ni mucho menos. La inestabilidad del sistema de partidos sigue; las grietas de todo tipo que ofrece el sistema electoral (la última: los graves fallos en el recuento) aumenta la crisis de representación; la crisis catalana está instalada en la melancolía y la ausencia completa de salidas que no sean autoritarias; y la injusta salida a la crisis económica que se impuso con los gobiernos del PP no se ha podido revertir. Mientras, aparecen la movilización feminista y el ecologismo de los más jóvenes como puntas de lanza de nuestro futuro.

Junto a la crisis institucional no resuelta aparece un panorama insólito en la última década: un horizonte probablemente despejado de citas electorales (salvo la periódica convocatoria de elecciones en Catalunya que sin duda tendremos pronto y no muy tarde otra y otra vez) que nos permiten mucho sosiego, mucho debate y muy poca prisa. Y, sobre todo, con dos únicas tareas urgentes: tratar de conseguir que los madrileños no sufran una regresión de derechos injusta y evitable y organizar a tantos madrileños ilusionadas con un proyecto como Más Madrid para que sea útil y ayude a nuestros vecinos y vecinas.

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