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Gritos

Baltasar Garzón / Gaspar Llamazares

Jurista y fundador de ACTÚA / Candidato a la Presidencia del Gobierno por ACTÚA —

Si hay algo urgente en este preciso momento y en esta campaña electoral, es acabar con la crispación. El tono de las intervenciones de la derecha está llegando a un nivel que sobrepasa la línea roja del respeto transformándola en intolerancia. La falta de moderación tiene nefastos efectos sobre la sociedad afectando a la convivencia ciudadana y hastiándola cuando más tendría que estar en calma y sosegada. Estos ruidos, que llegan a ser ensordecedores, sirven para ocultar la falta de contenido de muchos programas o para propagar las disparatadas propuestas desarrolladas por otras formaciones. También son de utilidad para ningunear a partidos más pequeños.

La vocación de Actúa ha sido desde su fundación colaborar en serenar esas voces y conducirlas al debate tranquilo y productivo. Ocurre que para ello tiene que haber voluntad y visibilidad. Y no parece que esas formaciones como el Partido Popular, Ciudadanos, Vox e incluso otros a la izquierda, tengan demasiado interés en moderar su discurso. Ni que a los partidos que no forman el quinteto de salida, como Actúa se les brinde esa posibilidad de incidir en el electorado a través de los medios.  

Se ha visto desde el primer momento con el caso de Cataluña, en que el PP inició un difícil camino tirando los trastos e introduciendo la variante judicial antes de intentar agotar el diálogo. Reconociendo la terquedad y falta de sensatez de un sector importante del Govern de la Generalitat, lo cierto es que el ejecutivo que presidía Mariano Rajoy, hizo gala de una ostentosa dejación de funciones políticas, poniendo a Cataluña –y a todos– a los pies de los caballos. Eso sí, entre grandes ruidos de indignación y arropados por los no menos vociferantes ecos de partidos como Ciudadanos o el estrambótico Vox. 

Con Cataluña, el actual presidente popular, Pablo Casado, ha ido más lejos dejando ver su irritación y proyectándola sobre la población catalana de forma contundente y, de paso, arremetiendo con aquellos partidos que hayan intentado o hayan planteado reconducir la situación. Se diría que El PP lleva en campaña electoral prácticamente desde el día en que se aprobó la moción de censura que condujo al PSOE a  la Moncloa.

En ese largo camino, Pablo Casado, desde su ascenso a la presidencia de la gaviota, mientras desmantelaba su formación y sustituía a los marianistas en la línea de lo que más podía satisfacer a su padrino, José María Aznar, ha ido subiendo el tono de sus intervenciones hasta alcanzar una especie de orgia del disparate y, lo que es más grave, desenterrando temas tan serios como el terrorismo.

El objeto de tales acciones no es otro sino el de descalificar a su oponente, el que más teme en función de las encuestas preelectorales, es decir Pedro Sánchez,  a costa de desestabilizar la tranquilidad social de todos los que, habiendo sido actores y victimas en su caso, en los tiempos oscuros de la violencia terrorista, saludamos la buena nueva de la desaparición de la misma. 

Sin debate en el caso Villarejo 

 Los gritos sirven también para enmascarar voces que no interesa que se escuchen. Cuando se revela un asunto tan grave como el de la utilización de instituciones como la policial para fines de dudoso encaje legal y en todo caso absoluto repudio moral y ético, conviene ocultar a los responsables intelectuales o inductores al más alto nivel, sobre todo si apuntan a la cúpula del anterior gobierno del PP.

Pero la historia se repite y es una especie de déjà vu de los años 90 cuando, siendo juez de instrucción central número cinco de la Audiencia Nacional uno de los dos firmantes de este artículo, Baltasar Garzón, fue espiado, perseguido, penetrado su domicilio y elaborados dosieres falsos como el Veritas, con ingredientes muy parecido a los de ahora, solo  que aún más graves; con atestados y pruebas falsas presentadas ante la justicia para acabar con el juez y la investigación sobre los GAL.  

Este asunto y el de PISA, como todos los que se están filtrando en dosis adecuadas, según la víctima o el beneficiario en el denominado caso Villarejo, son de una gravedad capital y se está secuestrando un debate serio,  para conocimiento de la ciudadanía.

Cierto sector mediático, que también se ve salpicado como partícipe intencionado o no de este asunto, (nuevamente la misma historia 24 años después), echa más leña al fuego haciendo hincapié en los temas más frívolos o morbosos por lo general inventados o manipulados, con el fin de producir daño, desgaste y denostación por quienes incautamente se acercan a opiniones disfrazadas de informaciones o fake news que se unirán a la hoguera del descrédito y la calumnia. De paso sirve para camuflar su papel, en ocasiones relevante, en el curso de los acontecimientos.

En medio de tanta refriega se pierde lo importante que es reflexionar  sobre lo que hay que decidir, nada menos que quién  o quienes administrarán España durante los próximos cuatro años. Este es un aspecto capital y las alternativas son complejas. De una parte, las fuerzas de la derecha  tienen claro que se compenetran, completan y acuerdan finalmente dentro de un paripé artificioso de pendencias y discusiones. Ahí está el ejemplo andaluz. Su máxima discusión sería, a la hora de formar gobierno, el reparto de los cromos, los nombramientos y el número de leales de cada cual que hay que colocar. 

Resulta penoso que se juegue así con la ilusión y esperanza de la gente. La instrumentación electoral es vergonzosa y los bramidos a través de los que se construye apenas soportable. La restricción de libertades, la imposición de criterios autoritarios y un desprecio considerable hacia los derechos humanos, ligan a estas formaciones con mayor o menor nivel de intensidad en cuanto a sus opiniones pero con una raíz común que les permite llegar a pactos.

Con la izquierda es diferente. Siempre, la división de puntos de vista ha servido para llevar al descalabro a los diferentes y muy enconados miembros del mismo tronco común. El “yo, me, mí, conmigo”, resume la razón que se agazapa tras estas diferencias irreconciliables. La propia soberbia  coarta la posibilidad de llegar a un lugar común ante la feria de vanidades que se despliega en cada casa. 

Pacto social por la libertad

Cuando decidimos fundar Actúa, intentábamos paliar esta situación. Conscientes de que la conversación es difícil entre pares  cuando prima la ambición personal, nos ofrecimos como un lugar de encuentro y de mediación entre planteamientos hermanos en suma. Nuestros argumentos nunca han variado: la defensa de la democracia frente a los populismos, huyendo de las tesis del nacionalismo secesionista, y muy lejos de una socialdemocracia estancada en su versión neoliberal que defiende la formación socialista.

Desde el principio hemos trabajado por un proyecto feminista y ecologista, defensor de la jurisdicción universal, la memoria histórica, la persecución de los crímenes franquistas, sin ocultamiento oportunista, la formación de una comisión de la verdad como mecanismo de reparación y de no repetición, la laicidad y la defensa y promoción de los derechos humanos y su exigencia en los ámbitos de las empresas con exigencia de trabajo decente, sujeto a estándares internacionales y que determine la desaparición de la brecha salarial entre mujeres y hombres.

Pero a la vista de los gritos que desenfocan la percepción que la sociedad tiene sobre lo que se les oferta y llevan al desinterés, en Actúa, decidimos dar un paso al frente y en la misma línea de ofrecimiento de aglutinar voluntades, presentarnos en la arena política, entre críticas y acusaciones de fragmentar la izquierda. ¿Más fragmentación?, habría que preguntarse.

El objetivo es por el contrario reparar el vacío que para los electores deja esta falta de cohesión que hace dudar a quien desea una opción progresista pero no sabe a quién dirigirse y acaba por la frustración, absteniéndose. El voto útil, en este caso, probablemente este a favor de Actúa porque con esta opción quienes dudan no tienen por qué abstenerse en unas elecciones que serán claves para el futuro de España. Precisamente para este sector de población al que hay que dar alternativas, hemos desarrollado nuestra convicción de que es necesario un  pacto social que atienda a todas las necesidades básicas de la población y avance consolidando la libertad y los derechos humanos en base a un programa sencillo y efectivo.

Debemos rebajar la crispación y acomodar los ánimos para que se pueda escuchar el balsámico silencio que permite atender las noticias importantes. El barullo solo se utiliza para evitar las decisiones que atentan contra intereses particulares de unos cuantos. Habrá que darle la razón al dramaturgo y escritor Enrique Jardiel Poncela cuando afirmó: “Todos los hombres que no tienen nada importante que decir hablan a gritos”.

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