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Ya era hora

Dos exmilitares condenados a prisión perpetua por los crímenes en la ESMA

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“Ya va siendo hora de que España cuente con un museo de la memoria”, me repetía cada vez que visitaba alguno de estos lugares en Lima, Santiago o Buenos Aires. Siempre salía de ellos con el corazón en un puño: por lo terrible de los testimonios de las víctimas de las dictaduras latinoamericanas pero, también, por la pena de que en nuestro país siga habiendo gente que piense que estas instituciones lo que hacen es “remover el pasado”.

En Perú, el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social se inauguró en el año 2015, con el expresidente peruano Alberto Fujimori vivito y coleando y encerrado entre cuatro paredes en el penal Barbadillo, en Lima. Este solemne museo, con vistas al océano Pacífico, recoge tanto los crímenes cometidos durante el mandato de Fujimori como los atentados llevados a cabo por Sendero Luminoso bajos las órdenes de su líder Abimael Guzmán.

Pero lo más conmovedor de este lugar son, sin ninguna duda, sus testimonios. Varias pantallas en una amplia sala muestran a diferentes personajes: indígenas, cholos, blancos; padres, madres, las propias víctimas… una variedad que refleja la mixtura del Perú y en la que cada palabra te desgarra un pedacito del alma. Son historias y recuerdos de aquellas personas que vivieron muy de cerca el terrorismo de Sendero Luminoso y del Estado peruano durante los 80 y 90.

15 años pasaron desde que Fujimori abandonó el poder y abrió el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social. “Ya es hora de que España haga algo así”, me repetía.

Llegué a vivir a Santiago de Chile en 2017 y una de las primeras cosas que hice fue comprobar si esta ciudad, rodeada por los imponentes Andes y el gélido Pacífico, contaba con algo parecido al museo por el que paseé en Lima. Correcto. Desde 2010 (20 años después del fin de la dictadura de Pinochet), los chilenos pueden conocer una de sus épocas más oscuras a través del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.

En esta ocasión, el sentimiento de “ya va siendo hora” me sobrevino nada más entrar al museo. La primera pared con la que me topé contaba con un mapamundi hecho con fotos de diferentes lugares de la memoria de todo el mundo y pequeños carteles con información sobre cada país. Por supuesto, aquí no estaba España.

El último museo relacionado con derechos humanos que pisé en Sudamérica fue el de Buenos Aires. Las circunstancias de la vida me llevaron a que un fin de semana en la capital argentina se convirtiera en un viaje de un mes y medio y aproveché para conocer más sobre la dictadura de Videla.

Este fue, sin duda, el lugar más sobrecogedor que he recorrido hasta ahora. El Museo Sitio de Memoria ESMA fue creado en 2015 (34 años después de la salida de Videla) y está situado dentro de lo que fue el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada. Asesinatos, robo de recién nacidos, tortura… por esos pasillos desfilaron alrededor de 5.000 hombres y mujeres que sufrieron en sus propias carnes la infinita crueldad de la Armada argentina.

Salí del lugar asustada a la par que reconfortada de que nuestros amigos latinos sí se atrevan a contar lo que pasó en sus países. Y, por supuesto, también me pregunté (algo influida ya por el año y medio viviendo en Chile): “¿Por qué chucha, 45 años después de la muerte de Franco, en España no tenemos un museo así?”.

Ahora, gracias a este Gobierno de coalición, parece que esa pregunta podrá desaparecer de mi pensamiento en los próximos años. Ya era hora.

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