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La humanidad perdida

Denzel Washington en The Equalizer

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elDiario.es ha tenido a bien publicar los dos artículos que he escrito hasta la fecha. Ambos han venido derivados de diferentes sucesos políticos o sociales que, como gancho, han servido para presentar mis reflexiones sobre radicalismo.

Esta vez en cambio, se trata de algo bien distinto.

No hay día en que no medite sobre cuestiones como la naturaleza del ser. Todos en algún momento nos hemos planteado esas grandes preguntas sin respuesta que conforman el corpus del pensamiento filosófico: ¿quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos? Pero después de la experiencia de descubrir mi propia radicalización -ya que ningún radical se reconoce a sí mismo como tal- me planteo estas cuestiones desde una perspectiva bastante inédita. 

He escrito un libro y he dado muchas entrevistas, pero siento que solamente he empezado a rasgar la superficie de lo que yo mismo he llamado “burbuja”. Han sido más de veinte años dentro de una cárcel invisible levantada prácticamente desde mi adolescencia y cuyos barrotes eran mi mente, la percepción de mi propia realidad ¡Como si pudiese ver otra!

La clase de persona en la que me convertí, y especialmente el modo en que parecía justificar casi cualquier tipo de violencia, me ha llevado a pasar largas horas dándole vueltas a la idea del mal.

“Es la falta absoluta de empatía”, me dijo alguien una vez. Creo que estoy de acuerdo con esa descripción y he llegado a hacerla mía y repetirla ante un auditorio de estudiantes de instituto. ¿Me estoy yendo otra vez por las ramas? Creo que sí, así que voy a tirar del momento en que decidí dar forma a este texto que es, creo, mucho más gráfico.

Tengo por costumbre ver varias veces una misma película. Puede parecer un comportamiento absurdo en tanto que al segundo visionado ya se ha perdido toda sorpresa. Es cierto, pero todas las veces que he visto de nuevo una película he encontrado un detalle que me había pasado desapercibido o he alcanzado una nueva reflexión a la que antes no había podido llegar. La cinta es siempre la misma pero nosotros no somos seres estáticos e inmóviles. Estamos siempre aprendiendo y, por tanto, cambiando; de tal modo que no siempre somos sensibles a los mismos estímulos ni tampoco nos afectan de la misma manera. 

“Equalizer 2” es la típica película norteamericana de acción para pasar el rato. Uno no espera ver a Denzel Washington haciendo el papel de ex matón de la CIA, pero lo cierto es que le cae bien un personaje así. El caso es que, independientemente de la línea central de acción -enfrentándose a proxenetas de la mafia rusa en la primera parte o exmiembros corruptos de su antigua agencia en esta otra-,  hay historias paralelas donde de modo desinteresado emplea sus aptitudes para ayudar a los demás. Uno de los destinatarios de este altruismo es un hombre judío muy mayor al que siendo niño separaron de su hermana durante las deportaciones nazis y de la que nunca más volvió a saber.

Hay una parte justo antes de los créditos, donde vemos a ambos reunirse dejando claro que “alguien”, “de algún modo” ha hecho posible tal encuentro. He visto esa misma escena unas seis o siete veces y siempre me ha parecido bonita y emotiva.., pero ya está. 

Pero esta vez fue diferente. El origen de este texto está en el modo en que rompí a llorar, de un modo tan violento y compulsivo como sorpresivo. ¿Qué estaba pasando?

Durante unos instantes no podía comprender lo que ocurría. Me encontraba bien, disfrutando de las andanzas como ex espía del amigo Denzel cuando de pronto…

Creo que sin la intervención de factores como el Holocausto o los judíos esta reacción no habría tenido lugar y este artículo nunca sería publicado. Sin embargo, de algún modo, en ese momento concreto y por algo tan trivial como una película de Hollywood (Judeowood como yo le llamaba) se me rompió algún tipo de dique profundamente clavado desde una edad muy temprana.

La mente tiene sus mecanismos y ese agujero se cerró tan rápido como apareció. No me he convertido por obra y gracia de algún poder superior en alguien que siente deseos de autoflagelarse cada vez que ve una referencia al Holocausto o el señalamiento de minorías durante el III Reich…. o la actualidad. Pero si ya tenía claro que todo esto es un largo proceso donde lo que menos importa es la ideología o el discurso, ahora todavía más. 

Tras pasarme años leyendo literatura revisionista sobre el Holocausto, a día de hoy sigo siendo de algún modo inmune al efecto que visionar un documental sobre los miles de españoles asesinados en Mauthausen provoca en las personas que no se han desconectado del sentido común… ni de la sensibilidad común. Y es que no nos engañemos: a eso lleva el negacionismo sea de la naturaleza que sea.

Lo hemos visto con la actual crisis sanitaria en la que algunos medios hablaban de insolidaridad o egoísmo dentro de nuestra sociedad. No se trata solo de eso. Hay un agujero más profundo y si se analiza con mayor perspectiva es difícil no ver las líneas maestras que convergen en hoy colocarse por encima del bien común y mañana.., señalar con el dedo a esas minorías a las que culpar de nuestros males.

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