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¿Cosas de chiquillos?

Cartel de una manifestante.
4 de agosto de 2021 22:20 h

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El pasado 22 de julio se conmemoraba el décimo aniversario de la matanza de Utoya (Noruega), donde 77 personas perdían la vida a manos del fascista Anders Breivik. En un artículo de Javier Biosca a este mismo medio, pude leer las reflexiones de uno de sus supervivientes sobre cómo en una década no habíamos aprendido nada sobre el extremismo.

Yo extendería esa incomprensión mucho más allá en el tiempo hasta llegar al pasado siglo y diría que como sociedad, no hemos entendido nada en casi cien años desde el nacimiento de partidos como el de Hitler en Alemania o José Antonio en España.

Hace solo unos días que una docente gallega con amplia experiencia a sus espaldas, me confirmaba una de las cuestiones que yo más he tratado siempre que he tenido ocasión. El fascismo o el nacionalsocialismo no asomaron en ningún momento de mi formación escolar y sigue sin hacerlo ahora pasadas varias décadas en las aulas del alumnado español.

Obviamente habrá excepciones a la norma y sin duda no se trata de ninguna conspiración. Es en todo caso el resultado de hacer encajar un temario muy denso con un calendario mucho más reducido.  Si el momento histórico de los totalitarismos coincidiese con el inicio de curso donde se dispone de mucho tiempo para el temario, entonces mi yo de catorce años hubiese dispuesto de infinidad de herramientas con las que afrontar este discurso cuando me crucé con él y que apenas unos meses después me transformaría completamente.

—“Son cosas de chiquillos, ya se le pasarán”.

Oí entonces decir a mi alrededor.

En la docencia se actúa con la misma sinrazón.  Considerar los fascismos como un episodio más al mismo nivel que romanos, guerras púnicas o feudalismo le da una normalización histórica idéntica a la normalización política que desde hace años califica al radicalismo como “derecha radical” o “extrema derecha” como si de una ideología democrática más se tratase.

Del mismo modo que me parece fundamental el que se dediquen una buena parte del horario lectivo a tratar cuestiones como la gestión emocional o la educación sexual, me parece inaudito que a día de hoy sigamos, a pesar de nuestra historia reciente, sin conferir al radicalismo toda la importancia que merece. “Cosas de chiquillos” es todo lo que se volverá a repetir ante los indicios que vayan apareciendo.

Uno de cada tres jóvenes europeos según una encuesta realizada por la CNN no sabe responder a la pregunta de qué es el Holocausto. Nos encontramos internacionalmente ante el fracaso total y absoluto de nuestros sistemas de prevención ante una cuestión con un potencial destructivo de primer orden tanto en lo individual como en lo social. Me he aburrido entrevista tras entrevista, de señalar el impacto crucial que un simple documental sobre Hitler tuvo en mi mentalidad cuando sumaba catorce años. No importa tanto el nombre del caudillo como reducir la realidad entera a conspiraciones y oscuros lobbies. Es un discurso que cala a la perfección entre quienes carecen de herramientas, (porque nuestra sociedad es lo único que fabrica) para juzgar la realidad y el contexto social de modo crítico.

Cada vez que hay un atentado supremacista como lo llaman los medios -negacionista como yo lo designo-, salen multitud de expertos con la chistera llena de simplismos como: “enajenado”, “infancia difícil” o “familia desestructurada” que si bien no van reñidos con algunos de estos perfiles, están a años luz de dar una respuesta completa a un fenómeno que no deja de crecer y extenderse sin remedio.

Y es que faltando un contexto que explique estas cuestiones, únicamente podemos tirar de tópicos y clichés. Junto con una buena carga de soberbia moral iban muy bien para explicar el fenómeno cuando estaba contenido a grupos marginales de cabezas rapadas y otras tribus urbanas. Pero, sin lugar a dudas la histórica pandemia que nos ha tocado vivir ha sacado a relucir una problemática que claramente rebasa toda frontera política. Quien niega la existencia del virus sars-cov-2 o sospecha que existen elaborados entramados para privarnos de nuestra libertad, están exactamente al mismo nivel psicológico que quienes han sido mis camaradas durante prácticamente toda mi vida. Obviamente no hablamos de una simetría en el discurso, pero sí en lo que a estructura de pensamiento se refiere y únicamente hay que cambiar algunos vocablos para salvar lo que convierte a un negacionista de la ciencia en un negacionista del holocausto.

Una vez ese sentido común disfuncional se ha instalado como denominador común, es sólo cuestión de tiempo para que los mismos términos de “invasión islámica” o “feminazis” que antes sólo escuchaba en locales decorados con esvásticas o banderas de Amanecer Dorado inunden ahora las redes sociales. Y no solo eso: la ira y el odio que los acompañaban para referirse al contrario, (que por supuesto representa todo lo malo que hay en el mundo) también me los encuentro con pasmosa normalidad.

En los veinte años que pasé en el marco de grupos nazis, no conocí ni a uno solo que como yo, no estuviera ya radicalizado en el momento de tomar contacto con los textos, los libros o los discursos. Todo comienza mucho antes, en esas fundamentales fases de nuestro desarrollo en las que empezamos a conocernos a nosotros mismos y a recibir o no, las herramientas con las que interactuar y entender el mundo. Ese negacionismo de la realidad, al ritmo de legiones de sesgos adquiridos, es lo que nos está convirtiendo cada vez más en auténticos hooligans víctimas de discursos simplones de todo color político.

Cuando el radicalismo adquiere una forma de ideología o discurso político es ya imparable. No tanto en la sociedad donde puede encontrar respaldo (no faltan ejemplos históricos) o no, como sí lo es en el individuo. El radicalismo es como un tumor que se extiende por todo el cerebro hasta llegar al punto de no ya hacerse con su control sino de sustituirlo completamente. La cuestión de si es posible como norma desradicalizar a una persona pienso que encuentra respuesta con esta metáfora y por eso hay que poner todo el esfuerzo en la prevención, algo que sencillamente no ha mejorado desde que yo atravesé el sistema escolar.

El que otros Breivik golpeen en otras regiones de Europa incluidas España es desgraciadamente una simple cuestión de tiempo y azar. 

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