Y entonces llegó Illa
Casi lo habían logrado. Los apóstoles de la nueva política, de la simpleza y la polarización, los de la política espectáculo, los binarios del blanco y negro. Los mourinhistas de la cosa pública, aquellos cuya única estrategia es ir sólo al choque y siempre al choque. Los que pretendían hacernos creer que el futuro de la política pasaba exclusivamente por personajes superfluos, de gatillo rápido en Twitter y adjetivo grueso en televisión.
Estaban a punto de hacernos creer que el futuro de la política pasaba por gente con pocos libros y muchos tuits a sus espaldas, por personas que nunca dudaran o estudiaran sino que fuesen capaces de responder a cualquier ataque con un ataque mayor.
Que el primer país del mundo y la Comunidad donde reside la capital de España hayan sido o sean gobernados por personajes como Trump o como Ayuso son el mejor ejemplo.
Amantes de los bloques y de los referéndums binarios frente a debates complejos y profundos. Mucho mejor un buen Brexit, o un buen Procés, que responder a los problemas diarios de sociedades cada vez más complejas. Quita, quita: “¡vaya lío!”, que diría Rajoy. Mucho mejor dividir por dos, ¡al tema! Conmigo o contra mi, Brexit sí o no, independentista o traidor, con el muro o contra América…
Y entonces llegó Biden, pura “casta política”, toda una vida dedicada a la cosa pública. Un tipo “aburrido” según los nuevos cánones, alguien que nunca aumentaría la audiencia de una bronca-tertulia política, el que siempre perdería en el concurso de grosor del adjetivo y la descalificación. Y obtuvo la mayor cantidad de votos que ha obtenido nunca un Presidente en Estados Unidos. Seguramente gracias a Trump. Es probable que Biden no hubiera sido un buen candidato en condiciones normales, pero el mejor cuando se trataba de pasar página, agotados, del trumpismo.
Resulta que el gobierno de España contaba con un ministro de Sanidad sin experiencia en sanidad cuando llegó la mayor pandemia de la historia (a mayor globalización, mayor la capacidad de expansión de un virus).
Y entonces resultó que el presidente del Gobierno había acertado de lleno nombrando a Illa, porque alguien que había dedicado su vida profesional a su municipio, a su comunidad y a su partido resultó atesorar las mejores armas de la buena política. De la política real que algunos tratan de borrar de la faz de la tierra. De esa que se basa en hacer buenos equipos, en contar con la opinión de los expertos, en sentir verdadera empatía con quienes sufren verdaderamente cada problema, en utilizar constantemente la prudencia y la humildad como principios rectores. La política que no se entiende sin honradez, honestidad, ni vocación. La que ejercen quienes saben o han vivido lo suficiente para entender que todo pasa y todo llega, la que sabe priorizar y relativizar, dar importancia a lo que verdaderamente lo tiene.
Esa política aburrida para algunos porque no aumenta audiencias televisivas porque tiene muchas mas horas de despacho y calle que minutos en televisión. La que no alimenta el choque, aquella que busca primero la solución antes que el titular, la que disfruta de llegar a acuerdos, la que detesta la confrontación inútil y es moderada radical, de raíz.
Ahora que Illa es candidato, veremos cómo los principales autores y benefactores del Procés tratarán de descalificarlo. Intentarán que no cambie el marco, no vaya a ser que Cataluña vuelva a la senda del sentido común y la moderación. Para todos ellos es mejor mantener las trincheras, a uno y otro lado. No es nuevo, ya lo vivimos en Euskadi hace algunos años.
Sin embargo, hay esperanza dentro de las dificultades. Puede que muchos estén hartos de vivir “momentos históricos” cada diez minutos, hastiados de la política espectáculo televisada 24 horas al día y 7 días a la semana. Tan necesitada ella de sobresaltos y adjetivos fuertes para rellenar sus crecientes metrajes televisivos.
Seguramente Biden será malo para Twitter o para la audiencia de algunas televisiones, pero bueno para que los americanos (como ellos se autodenominan apropiándose de todo un continente) recuperen el aliento, parte de su convivencia y hasta se centren en resolver sus verdaderos problemas.
Quizás alguien como Illa sea malo para quienes viven tan cómodos en sus trincheras mientras Cataluña sigue estancada y enfrascada. Distraída en un debate falso, absurdo y maniqueo mientras crecen los verdaderos problemas de los catalanes y Cataluña pierde paulatinamente gran parte del papel conquistado en España, en Europa y en el mundo.
Precisamente por eso, Illa es bueno para Cataluña.
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