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¿Mejoran los despidos el funcionamiento económico de las empresas?

Imagen de archivo de una protesta en 2015.

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A diferencia de la profunda crisis económica y social que comenzó en 2008 y que duró más de un quinquenio, cuyas causas fueron de corte financiero e impacto global, el amplio efecto de la pandemia en las cuentas de resultados y balances de muchas empresas de todos los sectores económicos ha sido y sigue resultando profundamente devastador. Los ingresos se precipitaron en un abismo, permanecieron en esa sima mes tras mes, sin perspectivas reales de remontada; en aquellas empresas que no han sucumbido, las cuentas se recuperan tímida y paulatinamente; no obstante, la recuperación requiere en muchos casos una cirugía mayor, siempre invasiva y con riesgos asociados. Sabemos que el tratamiento epidérmico no nos traerá de nuevo la salud.

Cuando aún estamos en la resaca del discutido acuerdo entre los agentes sociales y el Gobierno para extender los ERTE, expedientes de regulación temporal de empleo, y retrasar los temidos ERE, expedientes de regulación de empleo, resulta oportuno repasar el efecto de los despidos en la marcha de las empresas. Cuando en nuestra sociedad todo el mundo está afiliado a una filia o a una fobia, es hora de separar el grano de la paja, es decir, distinguir lo verdadero de lo que no lo es tanto. 

¿Sobre qué hay evidencia empírica en relación con las decisiones de despidos y su rentabilidad? 

Los costes que suponen los despidos rara vez se calculan adecuadamente, entre otras razones porque la parte del león no la pagan las empresas que despiden. La ruptura del pacto psicológico de lealtad recíproca conlleva no sólo la indemnización por despido, los costes de recolocación, los impuestos crecientes por mayor desempleo, los costes de recontratación cuando la economía mejore, los procesos legales, y los costes debidos a indeseados actos violentos; además hay que sumar los intangibles tan tangibles como la desmoralización de los despedidos, la aversión al riesgo de los supervivientes, la desmembración cultural e institucional, la pérdida de conocimiento y de la creatividad para innovar, la erosión de la confianza hasta su disolución y, como digno colofón, la pérdida de productividad laboral.

Los despidos no suelen abordar los problemas de fondo de la capacidad competitiva de las empresas como pueden ser la  calidad, la productividad o la aceptación por parte de los clientes o el mercado; más bien, al contrario, empobrecen la capacidad de generar valor para quienes compran los bienes y servicios, y, por lo tanto, los ingresos, entrando en una espiral descendente, de la que resulta casi imposible salir. 

Los despidos y las reducciones no son causados por la mejora de la eficacia empresarial; antes bien, el contexto, la imitación o una tendencia imperante explican infelizmente esos modos cruentos de actuar.

Rara vez se explican los despidos por un impacto positivo en la cotización de las acciones de las empresas que los llevan a cabo, como acríticamente se sostiene. En realidad, si una compañía despide porque le van mal las cosas, parece razonable que el mercado lo descuente. Habrá que hacer algo más, y quizá antes.

La mejora de la rentabilidad tampoco  apoya indubitablemente el recurso a los despidos. Según un estudio realizado sobre las compañías del índice Standard and Poor´s 500 durante el período entre 1982 y 2000 muestra que las compañías que despidieron o redujeron su tamaño obtuvieron menos beneficios que las que no lo hicieron. Baste como un botón de muestra al que le siguen muchos otros en todos los índices bursátiles de prestigio.

Si así son las cosas, ¿por qué se esgrimen los despidos como parte de la solución y no se abordan más bien como una medida indeseable, dolorosa y, en tanto casos, evitable?  Acaba de caer en mis manos un artículo titulado “Layoffs, Top Executive Pay and Firm Performance” de la American Economic Review. Apunta a que la estadística nos enseña que se da una correlación positiva entre anunciar despidos en una compañía y que al año siguiente el Consejero Delegado de esa compañía mejore su sueldo y sus perspectivas de aumentos futuros. 

En la España del post-Covid, todos los implicados deberíamos hacerlo mejor. El bien común se merece un esfuerzo innovador.

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