Como mujer afroamericana, estoy harta de este juego en el que solo gana Trump
Estas elecciones han sido una lucha de poder. Trump ha utilizado los retos económicos, sociales y políticos de la gente, que son muy reales, como pretexto para decirles cuánto le importan y cuánto les ayudaría a solucionar sus problemas. Como mujer afroamericana, hace mucho tiempo que conozco esta táctica, la forma en que las víctimas de la brutalidad policial son exhibidas por los candidatos, la forma en que las imágenes de una fábrica abandonada se utilizan para ilustrar la pérdida de empleo de los estadounidenses blancos, la forma en que los temas migratorios se convierten en un pelota que nadie quiere en su campo como si de un partido de tenis se tratara, la forma en que las cuestiones de salud reproductiva femenina se restringen o amplían para, supuestamente, proteger a las mujeres. Muchos de nosotros estamos cansados de este juego, un juego en el que los únicos ganadores son los candidatos que se llenan cada vez más los bolsillos con el dinero facilitado por sus influencias.
Como mujer afroamericana, veo específicamente que las cuestiones tales como la brutalidad policial, el problema de las prisiones, la educación y los derechos reproductivos dejan de tener importancia. También, vivir en España me ha hecho más consciente de las consecuencias que esto tiene para la comunidad mundial. Durante años, Estados Unidos ha estado intentando encontrar la forma de cambiar lo que muchos consideran un sistema político, económico y social quebrado. Un sistema que claramente favorece a los ricos por encima de los pobres, a los hombres por encima de las mujeres, y a los blancos por encima de los negros.
Desafortunadamente, Trump aumentó el nivel de odio, del lenguaje inflamatorio y de demagogia planteando el clásico juego de echarse la culpa: centrándose en los inmigrantes, las minorías y las mujeres. Habló directamente a las comunidades blancas de la clase obrera que han sido ignoradas y más tarde agitadas por los republicanos. Y este mensaje resonó en estas comunidades debido a que muchos estadounidenses blancos están muy desesperados por ser escuchados y asustados por la pérdida de sus “privilegios”.
Mientras que otros, muchos de ellos personas de color, cansados de ser peones en el juego de poder de los políticos, optaron por no participar. El sistema ha quebrado. Estamos desesperados por el cambio, pero estamos actuando de formas que socavan el cambio que buscamos. Para mí, el principal problema que tenemos es la necesidad de que el cambio esté impulsado por el poder y no por la justicia.
Existe una carencia, profunda, de un marco ideológico para el movimiento por los derechos civiles, que hizo que la mejora de la vida de las personas negras –afectadas desproporcionadamente por la pobreza, el desempleo, la brutalidad policial y el acceso a la educación– fuera un problema moral. Entendieron que, si bien esos cambios requerían legislación y políticas concretas, también requerían que la gente creyera en nuestra conexión y se cuidaran unos a otros, que la gente quiera justicia y oportunidades para todos. En ese movimiento social, el objetivo de la sociedad era el bienestar de todos sus ciudadanos. Para ellos la política era simplemente poner estas ideas en práctica.
Lamentablemente, hemos perdido de vista este sueño y ahora nos culpamos los unos a los otros y nos peleamos por un trozo de pastel cada vez más pequeño.
Espero que estas elecciones sean una llamada de atención que nos invite a vincular nuestros problemas. Este pueblo, todos nosotros unidos, somos la única esperanza para impedir que un sistema codicioso y egoísta nos haga daño y destruya el planeta que amamos.