Mujeres XX, hombres XY (A propósito del caso de Imane Khelif)
Decía hace unos días la admirada Paloma del Río, a propósito del caso de la boxeadora argelina Imane Khelif, que “si tus cromosomas son XX, eres mujer” mientras que “si tus cromosomas son XY, eres hombre”. Y lo cierto es que, si bien es posible establecer una clara correlación entre el sexo cromosómico y el sexo fenotípico de un individuo, esto no siempre es así. Porque la determinación biológica del sexo es un proceso complejo. Un proceso que puede entenderse en varias fases.
La primera de ellas, el establecimiento del sexo cromosómico, tiene lugar en el mismo momento de la fecundación, cuando tras la fusión de los dos gametos que da origen a la célula única que todos somos al inicio de nuestra vida, los 23 cromosomas de origen materno se suman a los 23 de origen paterno. Será la presencia entre estos 46 cromosomas de dos cromosomas X, o de un cromosoma X y uno Y -uno heredado de cada progenitor- lo que determinará el sexo cromosómico y con ello el futuro desarrollo gonadal del embrión, que constituiría la siguiente fase. Y ello es así porque en el cromosoma Y existe una región, que denominamos factor determinante del testículo, que “guiará” el desarrollo de la gónada ambivalente del feto que lo posee en una gónada masculina. En su ausencia, la gónada indiferenciada se desarrollará en cambio como una gónada femenina. Ahora sabemos que es en realidad un gen concreto localizado en esta región, el gen SRY, el que actúa como interruptor maestro. De manera que es la presencia (o ausencia) del producto codificado por este gen lo que iniciará una compleja y aún muy desconocida cascada de eventos que desencadenará las restantes fases: el desarrollo del sexo gonadal primero, seguido del sexo genital después y del desarrollo fenotípico característico de cada sexo más tarde. Y es por ello por lo que se dice que un individuo que porta como cromosomas sexuales un par XY es de sexo masculino, mientras que quien porta dos cromosomas X es de sexo femenino.
Pero lo cierto es que no siempre es posible, como decíamos, establecer esta correlación. Hay individuos que aun portando un cromosoma Y pueden presentar gónadas, genitales y un fenotipo femenino, del mismo modo que hay hombres XX. En muchos de estos casos la explicación la encontramos en el propio gen SRY. Teniendo en cuenta su papel, no es difícil entender que la pérdida o alteración de este gen derivará en un desarrollo sexual femenino en un individuo XY, al igual que su presencia en un cromosoma X disparará el desarrollo hacia una gónada masculina en un feto XX. Pero el gen SRY, o mejor dicho su producto, no es ni mucho menos el único factor determinante. El desarrollo sexual es el resultado como señalábamos de un complejo proceso en el participan multitud de factores. Así, un desequilibrio en la expresión de cualquiera de los muchos genes implicados, ya sea por variaciones heredadas o inducidas por factores ambientales durante el desarrollo embrionario, puede generar una discordancia entre el sexo cromosómico y el sexo fenotípico de un individuo.
Un ejemplo bien conocido es el causado por la ausencia de receptores de andrógenos, lo que se conoce como insensibilidad androgénica. Se trata de una condición genética en la que las células son incapaces, por carecer de receptores de andrógenos, de reconocer estas hormonas típicas masculinas. Lo que lleva a que un individuo XY desarrolle un fenotipo femenino. Otro ejemplo sería la hiperplasia suprarrenal congénita, causada en la mayoría de los casos por variaciones en un gen que conducen a la deficiencia de una enzima implicada en la síntesis de diversas hormonas. Deficiencia que da lugar, entre otras cosas, a una producción excesiva de andrógenos.
Normalmente, las niñas con hiperplasia suprarrenal congénita tienen genitales ambiguos en el nacimiento debido a la exposición a concentraciones elevadas de andrógenos en el útero, siendo la causa más frecuente de genitales ambiguos en las niñas XX. Los niños en cambio tienen genitales normales en el nacimiento, por lo que su detección depende de otros signos como la habitual pérdida de sal asociada a la deficiencia de aldosterona, pérdida que puede comprometer la vida del recién nacido, de ahí la importancia de su diagnóstico. Es precisamente la virilización genital de las niñas nacidas con esta condición lo que permite un diagnóstico y una intervención tempranos en ellas.
Estos ejemplos ilustran algunas de las alteraciones que pueden conducir a diferencias en el desarrollo sexual o a un desarrollo sexual diferente, que es el término que a partir del consenso alcanzado en Chicago en 2006 debe utilizarse. Condiciones congénitas (presentes ya en el nacimiento), consideradas raras por su baja prevalencia en la población, de etiología genética en la mayoría de los casos, y en las que estas diferencias en el desarrollo sexual pueden ir acompañadas de otros rasgos y signos clínicos, de ahí la importancia de su diagnóstico y correcto manejo.
En los últimos días diversas teorías y especulaciones se han oído y leído sobre la boxeadora argelina Imane Khelif. Pero si algo podemos saber de ella, más allá de su dotación cromosómica, es que es un ser complejo, único, mezcla, como decía recientemente un escritor, de sus azares biográficos y servidumbres genéticas. Como todos nosotros.
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