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Las ONG como red de protección de las personas sinhogar

Dos voluntarias atienden a una persona sinhogar en Zaragoza.

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Parece que el año 2030 es el objetivo temporal en el que todos los problemas del planeta se resolverán. Escuchamos cada vez más hablar de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la hoja de ruta que Naciones Unidas aprobó en 2015, y que compromete a gobiernos, entidades y ciudadanos a remar todos juntos hacia un mundo mejor. La sostenibilidad del ser humano pasa por el respeto a los derechos humanos, la igualdad, tener acceso a unos servicios básicos, un trabajo que nos garantice unos ingresos, un lugar donde vivir dignamente, poder alimentarnos… Sin embargo, queda un largo camino para lograr que eso sea una realidad para todos los habitantes del mundo. 

Y no hace falta irse demasiado lejos… Según el último informe sobre El estado de la pobreza que elabora la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN), el 7,7% de la población española, unos 3,65 millones de personas, se encuentran actualmente con carencias materiales y sociales severas. Ha descendido seis décimas respecto a 2021, pero ¿seremos capaces de erradicar esto para 2030?

La situación de pobreza más extrema es la de aquellos que no tienen siquiera un hogar, una carencia que va unida a la falta de trabajo, de alimento y de cualquier otra necesidad básica (aparte de otras carencias también importantísimas, como un vínculo afectivo, una red social de apoyo, un sentido de pertenencia a la sociedad…). En España, según el INE, hay más de 28.500 personas en esta situación. De ellas, 7.300 duermen en espacios públicos y 21.000 viven en albergues, residencias o pisos para personas sin hogar.

Son datos de 2022, y suponen que la cifra ha crecido cerca de un 25% en la última década. Pero sólo pueden considerarse estimativos, porque proceden, principalmente, de la red de centros que atienden a personas sinhogar (escrito así, todo junto, tal y como recomienda Fundéu, como homeless inglés). Resulta complicado contabilizar a aquellos que no utilizan los comedores, albergues y otro tipo servicios sociales. De hecho, según un recuento realizado en 2020, en Madrid por ejemplo, este grupo podría ser de unas 427 personas. 

Hablamos sobre todo de hombres de todas las edades, muchos procedentes de países del centro y este de Europa, como Polonia o Rumanía, y de países africanos como Senegal, Mali o Marruecos. Desde la pandemia también han aumentado los casos de españoles, que ya son la mitad de las personas que viven en la calle. Según la Encuesta de Personas Sinhogar del INE, con datos de 2022, en torno a un 10% de las personas sinhogar tienen diagnosticada algún trastorno mental crónico o grave y el 57% presenta algún tipo de sintomatología depresiva. 

El pasado mes de junio, el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 publicó la Estrategia Nacional para la lucha contra el Sinhogarismo en España 2023-2030, un documento más que pone el foco en 2030 como fecha clave para conseguir que el número de personas sinhogar se reduzca en un 95% en nuestro país. No será fácil de conseguir, pero todas las medidas que se pongan en marcha serán pocas. Mientras tanto, la labor que llevan a cabo las organizaciones no lucrativas que apoyan a este colectivo es fundamental. 

Ejemplos solidarios de confianza contrastada

Algunas de ellas, como Bokatas, Cooperación Internacional o Solidarios para el Desarrollo, trabajan con un modelo de atención en el que el objetivo fundamental es tratar de ganarse la confianza de las personas que viven en la calle y ofrecerles su apoyo. Se acercan a ellos con un bocadillo, un chocolate caliente, un caldo, y así comienzan el contacto para poder entablar una conversación. Organizan rutas para que sus voluntarios (la mayoría jóvenes universitarios) salgan cada semana a recorrer las mismas zonas y vean siempre a las mismas personas sinhogar, de manera que estas se acostumbren a su presencia y se cree un vínculo. A veces pasan varias semanas hasta que esto se consigue, pero la clave es darles compañía, aliviar su sensación de soledad y desarraigo, que sepan que están ahí, que pueden pedirles ayuda. 

Por ejemplo, les dan información de los lugares a los que pueden acudir para conseguir ropa, darse una ducha o conseguir comida caliente. Incluso, en invierno, cuando muchas de las fuentes públicas de una ciudad como Madrid se cierran para evitar que las tuberías revienten por las heladas, les indican dónde pueden ir a abastecerse de agua potable. Durante la Campaña de Frío, que comienza oficialmente este mes de noviembre, les reparten sacos de dormir, kits de abrigo, o gestionan con el SAMUR Social su traslado a un albergue para pasar la noche bajo un techo. Otras veces les piden que les acompañen al médico o les expliquen cómo tomar unas medicinas, que les ayuden con los trámites para renovar el DNI o con cualquier otro trámite para el que se sienten perdidos.

Otras ONG cuentan con centros e infraestructuras donde las personas sinhogar pueden acudir en busca de ayuda y les proporcionan servicios y atenciones con el objetivo de que puedan reinsertarse en la sociedad y, en el mejor de los casos, salir de la calle. 

Por ejemplo, Fundación La Caridad atiende en su centro de día de Zaragoza a personas con trastornos mentales, les proporciona actividades sociales, culturales y de capacitación y formación, con el fin de que puedan incluso llegar a conseguir un trabajo. Casa Caridad tiene un comedor social y dos centros de acogida temporal en Valencia, además de viviendas supervisadas y centros de recuperación. Y Fundación Hospitalaria de la Orden de Malta cuenta en varias ciudades españolas con comedores sociales, ropero solidario, duchas públicas, lavandería y asesoría jurídica.

Sabemos bien de ellas y de su actividad porque todas ellas cuentan con el sello Dona con Confianza que Fundación Lealtad otorga a aquellas ONG que cumplen unos principios de buenas prácticas y transparencia en su gestión. Colaborar con estas organizaciones es una manera de contribuir de forma real a mejorar la situación de un colectivo que, por más que nos empeñemos en no ver, existe. Y que estos meses de invierno se enfrenta la más dura prueba de vida. 

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