La solidaridad tiene rostro de mujer
Celebrábamos recientemente el Día Internacional de la Mujer, en el que una de las reivindicaciones fundamentales, la que en realidad subyace a todas las demás, es la de erradicar las desigualdades de género. Y tal vez, si queremos posicionarnos en un escenario de igualdad entre hombres y mujeres, puede resultar contradictorio subrayar aquellos aspectos que los diferencian. Pero lo cierto es que los datos apuntan hacia una realidad, y es que ellas tienden a ser más generosas y solidarias, a preocuparse más por los demás.
Como todas las generalizaciones, hay que tomarla como lo que es. Pero ese rol de la mujer como cuidadora y protectora, que ha venido desempeñando, para bien o para mal, a lo largo de la Historia, llega también hasta nuestros días. Por ejemplo, se habla de que todavía son ellas las que en mayor medida se encargan del cuidado de niños y personas mayores o dependientes (aunque esta tarea debería estar más equilibrada y ser más compartida). Y en el ámbito de la solidaridad, hay evidencias claras del importante papel que desempeñan, que permiten afirmar que el Tercer Sector no sería el mismo sin ellas.
Si tomamos como referencia a quienes practican el voluntariado (pocas cosas simbolizan más la generosidad que regalar tu tiempo para mejorar la vida de otras personas), podemos citar el dato de la Plataforma del Voluntariado de España de 2023: el 58% son mujeres frente al 42% de hombres. Y según la Asociación Española de Fundraising, el 60% de las personas socias que colaboran con causas sociales son mujeres, frente al 40% de hombres.
Si ponemos el foco en los profesionales contratados por organizaciones no lucrativas, nuestro estudio ‘La presencia femenina en el Tercer Sector 2024’ (que toma como muestra las 277 ONG acreditadas con el Sello Dona con Confianza) indica que el 71% son mujeres. Es decir, a ellas les atrae mucho más la idea de dedicarse profesionalmente a trabajar en una entidad que aporta un impacto social o que persigue el bien común.
No obstante, en los puestos de máxima responsabilidad no se mantiene la misma proporción: de media, el 48% de los miembros de los órganos de gobierno de asociaciones y fundaciones son mujeres. Es decir, se roza la paridad, pero no hay superioridad femenina como en el resto de las áreas de gestión. Sí que hay un dato en el que se sitúan por encima: el 54% de las ONG están dirigidas por una mujer. Pero tiene su cara y su cruz: todavía es más frecuente encontrar a hombres al frente de las entidades que manejan un volumen de presupuesto mayor.
Agentes del cambio
En definitiva, la mujer tiene un papel protagonista en el Tercer Sector, y es un importante agente del cambio para tratar de avanzar hacia una sociedad más justa, igualitaria e inclusiva, atendiendo a otras mujeres (ellas son mayoría también entre los beneficiarios de las ONG) y dándoles nuevas oportunidades de integración social y laboral, de empoderamiento personal y profesional.
En muchos casos, se convierten en “emprendedoras solidarias” y en fundadoras de ONG que persiguen una causa social o ambiental con la que tienen una vinculación personal. Hay mujeres detrás de la creación de entidades como Mamás en Acción, que se dedica al acompañamiento de menores solos hospitalizados; de Acción por la Música, que utiliza la música como herramienta de transformación social para la integración de niños y jóvenes; de CRIS contra el Cáncer, que se focaliza en la investigación para vencer a esta enfermedad; o de la Fundación Ecomar, dedicada al cuidado del medio ambiente y del ecosistema marino.
La implicación personal y vocacional siempre está detrás de un proyecto de estas características. Podríamos afirmar que ese ingrediente vocacional es el punto de conexión fundamental de las personas que trabajan en el Tercer Sector. Pero eso no impide que se trate de organizaciones totalmente profesionalizadas. Este es un aspecto que ha cambiado enormemente en las últimas tres décadas: hay un importante esfuerzo por establecer sistemas de gestión sólidos, por contratar a profesionales especializados y preocuparse por su formación, por avanzar hacia la digitalización de procesos, por acreditar las buenas prácticas y transparencia de la organización para ganarse la confianza de la ciudadanía…
Es decir, en las asociaciones y fundaciones españolas trabajan directivas y gestoras del ámbito financiero, expertas en ejecución de proyectos, profesionales del marketing y la comunicación con competencias digitales, especializadas en captación de fondos, en legislación… Y también, claro, hay trabajadoras sociales, psicólogas, educadoras, terapeutas…
La mujer ha encontrado en el Tercer Sector un espacio donde desarrollarse profesionalmente y al mismo tiempo tener un propósito que da sentido a su trabajo y a su esfuerzo. Donde encuentra la satisfacción personal de saber que está aportando un impacto positivo a la sociedad, contribuyendo a mejorar las condiciones de vida de personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad. A pesar de que, todavía, trabajar en este sector suele significar cobrar menos que en la empresa privada.
Si hablamos de paridad en el sentido más estricto de la palabra vemos que todavía quedan puentes que cruzar, pero la mujer, sin duda alguna, es hoy el rostro visible de la solidaridad.
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