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El riesgo del no-retorno

Avión del ejército del Aire a su llegada a la base aérea de Los Llanos para recoger armas para Ucrania.

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La guerra en Ucrania, sea cual sea su final, ya ha supuesto un cambio radical del marco en que se han movido las relaciones internacionales desde hace décadas, muy especialmente en Europa. No es una guerra cualquiera, a pesar de que en los últimos tiempos hemos visto varias de gran trascendencia por su nivel de destrucción, pues lo que ocurre en Ucrania ha alterado totalmente los esquemas de seguridad y de política exterior de muchos países europeos, incluidos los que gozaban del estatus de neutralidad; ha provocado reacciones nunca vistas a escala política, diplomática, militar, social y económica, e incluso los jerarcas rusos han jugado a la carta de la amenaza nuclear, algo impensable en el transcurso de las otras guerras vividas en las últimas décadas.

Cuando todos los esfuerzos diplomáticos han fracasado por la sinrazón del presidente Putin, su obstinación en creer que Ucrania no es más que un apéndice de Rusia, y que, por tanto, y según su forma pensar, tiene el derecho de apropiarse de su territorio sin que importe lo que desee la mayoría de su población, se generan unas dinámicas entre todas las partes implicadas, que si bien pueden entenderse como reacción inmediata ante una situación desesperada, corren el riesgo en convertirse en algo perenne y estructural, de tal manera que, el día que termine esta guerra, se hayan creado ya unas políticas, arquitecturas y doctrinas de difícil vuelta atrás, aunque no sean las más convenientes cuando llegue ese momento futuro.

En momentos de alta tensión, de necesidad de respuesta, de sentimiento de amenaza o engaño, y de enorme frustración colectiva por no haber podido parar una atrocidad de este tipo, hay decisiones políticas que podrían no tener retorno, o, al menos, hacerla muy difícil. Pongo algún ejemplo, para que se entienda mejor. Si bien se puede entender el envío de armas a la población de Ucrania, pues tienen el legítimo derecho de defenderse de todas las formas que ella consideren necesarias, puede ser un error tomar la decisión de incrementar de forma sustancial los gastos militares en Europa, aumentar el potencial armamentista, lanzarse a una nueva carrera de armamentos y volver a las doctrinas de la Guerra Fría. Hay sectores muy específicos interesados en que eso ocurra, pues no deja de ser lucrativo para ellos, pero eso no quiere decir que sea lo más conveniente, prudente y sensato. Aunque cueste hacerlo en estos momentos, es un imperativo pensar en cómo debería ser el futuro ideal respecto a la seguridad europea, incluso en una era post-Putin, que podría ocurrir antes de lo que muchos piensan, pues Rusia no deja de ser una potencia intermedia en todos los niveles, si se le restan sus capacidades militares y de recursos en hidrocarburos, y es muy vulnerable ante este boicot multidireccional nunca visto.

Hay un elemento adicional en esta reflexión, que para algunas personas podrá parecer incluso improcedente el mismo hecho de que lo mencione. Sin embargo, en mi opinión debe tenerse en cuenta justamente para evitar situaciones de no-retorno. Me refiero a una cuestión que está en la base del conflicto, aunque sin duda no es la única explicación, y es el olvido, desde hace unas décadas, de los compromisos que se han ido adquiriendo desde la Conferencia de Helsinki de 1975, y que fueron ampliados y mejorados en años sucesivos a través de la OSCE, y siempre partiendo del concepto de seguridad compartida, que, en sus inicios, preveía una arquitectura de seguridad paneuropea que incluiría a Rusia.

Evidentemente, este esquema, muy detallado en documentos que no deberían quedar en el olvido, hoy día no es el momento de ponerlo en marcha sin antes ver cómo acaba esta guerra. Pero depende de lo que ocurra en el futuro inmediato, podría ser del todo necesario volver a aquel pensamiento de seguridad en común, lo que Rusia ha insistido con el término “indivisible”, que por el hecho de repetirlo Putin o Serguei Lavrov, forma parte de legado de la OSCE, y, por ello, no habría de perder su identidad, pues es un razonamiento previo a dichos personajes, hoy tan detestables, que se han apropiado y han manipulado arquitecturas de futuro muy deseables.

Sería un enorme error, por tanto, que, por dejarnos llevar por la brutalidad de la realidad actual, perdiéramos también por camino los criterios y las propuestas que podrían garantizar, precisamente, la no repetición de guerras como esta. En suma, es necesario que la pasión, la rabia y la respuesta inmediata, necesaria e inevitable, no nos lleve a situaciones irreversibles, cuando no sean precisamente las mejores de cara a un futuro próximo, en el que tendremos que repensar muchas cosas, y, entre ellas, cómo evitar nuevos bloques de enfrentamiento, recuperar el espíritu y la letra de la Carta para la Seguridad Europea, firmada en la Cumbre de la OSCE en Estambul, en noviembre de 1999, y lo firmado en la Cumbre de la OSCE de 2010, celebraba en Astana. A mi juicio, ahí residen las claves para edificar una Europa más segura.

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