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Si los adultos nos vieran como personas, todo iría mejor

Una estudiante sigue su clase por ordenador. EFE/ David Aguilar/Archivo

Lucía, 16 años

Participante de los proyectos de la ONG Educo —

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El pasado mes de marzo, la pandemia llegó a mi vida y a la de mis amigos de repente y lo cambió todo de un día para otro. Para mí fue algo muy negativo. Durante el confinamiento viví muy estresada y con mucha inquietud. No solo yo, también mis amigos. A menudo rondaban por nuestras cabezas preguntas como ¿qué iba a pasar? ¿cómo iba a ser salir después del confinamiento? o ¿cómo íbamos a volver a nuestros centros escolares? Creo que hablo por casi todos los jóvenes cuando digo que por culpa de la COVID-19 estamos más estresados, tenemos más incertidumbres, nos sentimos más tristes y todo nos parece confuso. Ya no somos tan felices.

Para mí, una de las cosas en las que más me ha afectado es en los estudios. Durante el confinamiento, los profesores no paraban de mandarnos tareas, ¡como si pensaran que nosotros nos aburríamos y necesitábamos entretenernos! Y ahora, que estoy haciendo Bachillerato de Artes, también me afecta. Aunque me apasiona y lo estoy disfrutando, sé que este curso es distinto a los anteriores. No podemos hacer muchas cosas chulas que se habían hecho en años anteriores por las medidas antiCOVID. En mi caso, y en el de muchos otros, podremos recuperar el tiempo perdido en cuanto al tema escolar y aprender todo aquello que no hemos podido aprender por culpa de la pandemia. Sin embargo, hay una minoría que no podrá y es importante que no los olvidemos.

En lo que no voy a poder recuperar el tiempo perdido es con el contacto con las personas. Me parece algo fundamental. Mis tíos y mis primos viven fuera de mi ciudad y ahora casi ni puedo ir a verlos, y mucho menos abrazarlos y saludarles con un beso. Lo mismo que con mis amigos. Antes de la pandemia nos dábamos abrazos y besos para animar a alguien o para mostrar nuestro cariño. Ahora nada. A mis 16 años, el contacto con los demás, algo importante en esta etapa de mi vida, ahora no lo puedo vivir.

Puedo entender que todas las medidas que han tomado los adultos han sido para evitar los contagios y para la economía, que al final el dinero es lo que da de comer. Pero también es verdad que a la hora de tomar estas medidas no se ha tenido en cuenta a los niños, niñas y adolescentes. Se les olvida que existimos a veces. Se han hecho cosas muy contradictorias. Por ejemplo, la asociación Grupo 5 Cuenca, a la que pertenezco y en la que colabora la ONG Educo, tuvo que suspender las actividades del proyecto de ocio La Brújula, en las que yo participaba con otros chicos y chicas, pero en cambio podía ir a una terraza con esos mismos chicos y chicas, y eso me hizo sentir muy impotente. No tenía ningún sentido. Además, la imagen que se ha intentado mostrar de los jóvenes es malísima. Nos ponen como auténticos descerebrados a los que no nos importa nada la vida de los demás, que solo hacemos botellones y destrozos. No digo que no existan jóvenes así, pero hay muchos otros como yo, que somos jóvenes a los que nos importa la vida de la gente.

Ahora que ya han pasado ocho meses desde que la pandemia llegó a España, ha llegado el momento de que se nos escuche. Somos jóvenes que pensamos, opinamos y sentimos. No somos un estorbo. Nuestra opinión cuenta. Seguro que tenemos buenas ideas para sobrellevar mejor esta situación de la COVID-19. Somos igual de ciudadanos que cualquier adulto y a veces incluso razonamos mejor. Las medidas que se tomen no pueden afectar solo a la infancia, a la adolescencia y a los jóvenes, porque se da a entender que nosotros somos el problema, y esto no es así. Si nos preguntaran qué preferimos, si intentasen entender nuestra situación, si nos dejasen de ver como monstruos y nos empezaran a ver somos personas, que es lo que somos, todo iría mejor.

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