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El trabajo diario no remunerado lubrica el motor de la economía global

Una campesina en su casa de Burkina Faso. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón

Bev Keggs

Profesora de Sociología en la Universidad de Lancaster —

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Imaginemos la siguiente situación: ¿Qué pasaría si las mujeres entregasen sus bebés a los padres tan pronto como dieran a luz para que estos asumieran su responsabilidad plena y se ocupasen de ellos en todo momento si no pudieran contratar a ninguna mujer para asumir las tareas domésticas y de cuidados ni utilizar su dinero para liberarse de sus obligaciones? Y si dejáramos completamente fuera de la ecuación a las mujeres durante un momento, ¿cómo harían frente a esta situación los padres si fueran siempre los únicos responsables? ¿Cómo trabajarían si no tuvieran a nadie que se ocupase de sus hijas e hijos? ¿De dónde procedería la mano de obra necesaria para generar riqueza económica? 

La economía se paralizaría a menos que los hombres se las ingeniaran para convertirse en cuidadores comunitarios. Sería imposible cubrir las necesidades básicas de la mano de obra (lo que implica proporcionar alimentos, agua y alojamiento para el descanso) y de renovarla en el sentido biológico sin que nadie asumiese esta responsabilidad. 

Sabemos desde hace siglos quién realiza la mayor parte de este trabajo reproductivo, de mantenimiento y reabastecimiento: las mujeres. No se trata sólo de llevar a cabo este trabajo, sino de asumir la responsabilidad en todo momento. ¿Quién se hace cargo de garantizar que los recursos esenciales estén disponibles para cubrir las necesidades básicas? La renovación generacional ha sido siempre una tarea unilateral, y esta situación está empeorando. Y todo por la idea que hay sobre el progreso. 

Esta semana, Oxfam Intermón publica un informe que revela que el sistema en el que vivimos podría colapsarse a menos que redefinamos las tres R (reproducción, reabastecimiento y responsabilidad) que cimientan las economías y las sociedades. De otro modo, las grandes empresas y las élites más ricas seguirán absorbiendo no sólo el dinero y los activos, sino también los beneficios de todo este trabajo que suele ser invisible a pesar de constituir la infraestructura del sistema. 

¿Dónde están nuestros valores si la riqueza conjunta de los 22 hombres más ricos del mundo es MAYOR que la de todas las mujeres de África? Además, sabemos que lo que estos 22 hombres han hecho para generar esta riqueza tiene muy poco que ver con las tres R, las cuales implican asumir tareas físicas de cuidados diariamente. Es un hecho irrefutable que la mayoría de estas mujeres africanas se ha dedicado a proporcionar y conservar los recursos de los que se está extrayendo dicha riqueza. ¿De verdad queremos vivir y sustentar nuestros valores explotando indiscriminadamente a las personas más vulnerables? ¿Es este el mundo en el que queremos vivir y en el que no sólo pretendemos sobrevivir, sino también prosperar?  

Estos 22 hombres dependen de otras personas, no sólo como eslabones en la cadena que genera su riqueza, sino también para garantizar su propio abastecimiento (aunque personalmente no tengo ni idea de qué hace falta para abastecer un yate o un carrito de golf). 

Los debates sobre desigualdad suelen obviar este importante elemento de la distribución económica, es decir, esta invisible infraestructura que lubrica la economía global. Hemos sido testigos desde hace décadas de una tendencia mundial en la redistribución, en la que una élite escandalosamente rica obtiene su fortuna de las personas más pobres, que a su vez son quienes se encargan del trabajo de cuidados en el mundo. Se trata de una redistribución ascendente, desde la mayoría hacia una minoría privilegiada. Y el elemento fundamental que permite esta redistribución ascendente es el trabajo de reproducción social que recibe una remuneración nula o mínima. Según el nuevo informe de Oxfam, se estima que el valor económico de este trabajo no remunerado representa una contribución a la economía de 10,8 billones de dólares anuales. Se trata solo de una estimación, ya que resulta muy complicado estimar el valor monetario del amor, la atención y la intimidad que permiten generar la riqueza, y hacer la distinción entre los cuidados ofrecidos de manera voluntaria y la explotación de la reproducción social, lo que hace que este trabajo sea tan difícil de reconocer y abordar. 

Pero tenemos el deber de hacerlo, y sólo podremos lograrlo si revertimos nuestras ideas preconcebidas acerca de la generación de riqueza: ¿de qué tipo de riqueza se trata? ¿a quién se destina y por qué? Este informe nos invita a reflexionar de una manera distinta. ¿Qué pasaría si planificáramos nuestras economías a partir de otras premisas, basándonos en la necesidad fundamental de cuidar de los demás? Nadie necesita miles de millones: lo que todas y todos necesitamos son cuidados. Todas y todos tenemos la obligación de prestar cuidados porque también los hemos recibido. ¿Cómo hemos llegado a esta situación, en la que las personas que menos cuidados prestan y quienes menos se preocupan son también quienes ostentan un mayor valor económico y social? 

Debemos reflexionar profundamente al respecto para encontrar la respuesta, partiendo de los conceptos de cuidado y consideración. Debemos, a su vez, comprender las relaciones que nos unen, y no sólo centrarnos en una visión individualista de búsqueda de riqueza. Y, sobre todo, debemos hacer mucho más que meros ajustes mínimos a un sistema basado en la indiferencia y la crueldad. Las feministas solíamos decir que las mujeres sostienen la mitad del mundo. En la actualidad, la mayoría de las mujeres sostiene con su trabajo a un reducidísimo grupo de hombres en lo más alto. Sin ellas, caerían a un gran precipicio.

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